Liturgia de la UBL "Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,1-6.16-18)

Comentario al evangelio del "Miércoles de Ceniza" 2020

Miércoles de Ceniza
Miércoles de Ceniza

La liturgia de la Iglesia, en su riqueza, tiene una dimensión pedagógica que quisiera destacar hoy. Se trata de una "mystagogia", o "enseñanza del mysterio", que radica en el hecho de celebrar la fe partiendo de las condiciones concretas de la vida conectando todas nuestras realidades de alegría y dolor con la vida de Jesús [1]. Dicho de otro modo, nuestra fe se celebra a partir de la vida cotidiana, para salirnos de la rutina pero sin que esto signifique negar el exterior ni abstraernos del mundo. Todo lo contrario: celebramos este mundo, el mundo creado, porque vivimos nuestra experiencia de fe en él. La relación del ser humano con Dios no se vive en una burbuja ni nuestra liturgia debe promover esa negación de la cotidianidad, al contrario, debe dar fuerza y esperanza para vivir en ella y así descubrir que la "historia de la salvación" no es otra que nuestra historia, la historia concreta de cada uno [2].

Así pues, en nuestra historia siempre hay momentos importantes, instantes que señalan un antes y un después, tiempos que nos marcan significativamente como cuando nos golpeamos y aparece un "moretón", asemejando el color morado que vemos hoy aquí. Cuando sabemos que se aproxima un acontecimiento importante, tomamos las previsiones del caso, nos preparamos para estar listos y entrar en sintonía con lo que viviremos. También es cierto que muchos de esos momentos importantes no los planeamos, pero de igual manera son guardados en nuestra memoria como instantes que nos transformaron. Así es como debemos entender lo que iniciamos en esta celebración. Hoy comenzamos el tiempo de la "cuaresma". Como su nombre lo indica, estamos a "cuarenta" días de celebrar la Pascua, la mayor fiesta de los cristianos/as, que marca un antes y un después en la comprensión de la vida para un seguidor/a de Jesús. Se trata de un tiempo de preparación para vivir, no un acontecimiento sino EL acontecimiento de  auto-donación de la vida que da vida, del que todos/as participamos en nuestra condición de bautizados/as. ¿Qué significa esto?

Los/as primeros/as cristianos/as vivían en contextos diversos. Para griegos y romanos, los seguidores de este "culto mistérico" oriental tenían costumbres "extrañas". Se negaban a admitir la divinidad del emperador y, por ende, la sacralidad del orden romano. Para ellos/as, era incompatible el culto imperial con el culto a Dios en Jesucristo. La violencia y la imposición del poder imperial no compaginaban con el Dios predicado por Jesús. Por ende, ser cristiano/a era realmente complicado, no tenía ningún beneficio material que atrajera nuevos adeptos ni era popular en manera alguna. Aún así, el movimiento iba creciendo año con año. El "extraño fermento" de la paciencia estaba tras el crecimiento de un grupo marginal que colocaba a los marginados en el centro [3]. Esa paciencia se trasladaba en todo, hasta en sus rituales: para ser admitido como cristiano/a la persona debía demostrar su verdadera convicción en un proceso largo, primero como simpatizante, luego como catecúmeno y finalmente, al ser recién bautizado, como neófito. Estamos hablando de, mínimo, unos dos años. Es evidente que la iniciación cristiana no se tomaba a la ligera, la vida estaba en juego frente al imperio y los sacramentos no eran una "mercancía".

Cuarenta días antes de recibir el bautismo, el catecúmeno se preparaba para su sprint final. La meta se acercaba y debía intensificar ciertas prácticas: dar limosna, orar y ayunar. De ellas escuchamos en el evangelio leído hoy. Pues bien, esta "recta final" antes del bautismo fue denominada "cuaresma" y es un tiempo ideal para recordar y revivir aquello que asumimos al ser bautizados/as. La cuaresma no es un tiempo de penitencia y dolor, tampoco es un tiempo de privaciones, es, más bien, un tiempo bautismal donde somos invitados/as a caminar hacia la Pascua, a la pila bautismal, donde participamos de la muerte dándonos a otros y de la vida amando sin restricciones.

El evangelio que leímos hace incapié en tres prácticas judías de misericordia, pero que son, a la vez, prácticas de justicia [4]. El evangelista Mateo coloca este texto en el corazón del "Sermón de la Montaña". Después de la hablar de la nueva justicia de Dios (5,20-48), que es externa y pública, se centra en la justicia privada, es decir, en la coherencia del corazón. Realmente es un acto de justicia amar a Dios y actuar en consecuencia. De otra forma seríamos hypokrités, del griego "actores de teatro", individuos que interpretan un guión en el que no creen. No se da limosna para ser adulado, como era la costumbre evergetista en el imperio, sino para reivindicar una vida en peligro, como tantas vidas que son amenazadas por nuestro sistema económico. No se ora en público para exhibir que tan "piadosos/as" somos, sino que se habla con "el Padre que está en lo secreto" en el tameion, la despensa de provisiones que nadie puede ver desde la calle. Así se ora a Dios, "Nuestro Padre" (cf. 6,7-15). No se ayuna colocando cara de lástima para evidenciar nuestro "sacrificio", sino que se actúa con alegría, es decir, con la certeza de que nuestro sacrificio llena la necesidad de otros. No se trata de privarnos de comer per se, sino de desprendernos de nuestro egoísmo.

Para Jesús, "la piedad del cristiano debe quedar a escondidas, entre él y Dios" [5]. Dicho de otro modo, nuestro bautismo se debe evidenciar en la coherencia de una vida que busca a Dios en los lugares donde nadie lo busca, no en nuestra palabrería barata. Los lugares olvidados de la existencia son los que deben hacerse más evidentes en nuestra cuaresma: desprendiéndonos de lo que no necesitamos, hablando a Dios en el silencio, ayunando de nuestro ego que nos hace olvidar lo esencial. Camino a la Pascua podemos volver la mirada a aquél que está con los invisibles y olvidados, porque quien murió en la cruz fue uno de esos invisibles y olvidados de la historia. Recordemos que Dios está allí, "en lo secreto", como lo recalcaba Juan Crisóstomo:

No haces, en efecto, tu oración a los hombres, sino a Dios: a Dios que está presente en todas partes, que te oye antes de que abras tu boca, que sabe los secretos de tu corazón. Si así oras, recibirás una gran recompensa. Porque tu Padre -dice el Señor-, que ve en lo escondido, te pagará en lo manifiesto. No dijo 'te gratificará', sino 'te pagará'. Dios quiso hacerse deudor tuyo y grande fue la honra que en esto te concedió. Y es que, como Él es invisible, invisible quiere también que sea tu oración [6].

Referencias bibliográficas

[1] Cf. R. Guardini, El espíritu de la liturgia, CPL: Barcelona, 2006, p. 64.

[2] Cf. K. Rahner, "Esencia del cristianismo": Sacramentum Mundi, volumen II, Herder: Barcelona, 1976, columnas 28-54.

[3] Cf. A. Kreider, La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio Romano, Sígueme: Salamanca, 2017, p. 22.

[4] Cf. U. Luz, El Evangelio según San Mateo, tomo I, Sígueme: Salamanca, 2001, p. 451-461.

[5] J. L. Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz, Verbo Divino: Estella, 2019, p. 136.

[6] Juan Crisóstomo, "Homilías sobre el Evangelio de Mateo" 19,3: M. Simonetti y Th. C. Ogden (eds.), La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia. Evangelio según san Mateo, tomo Ia: Nuevo Testamento, Ciudad Nueva: Madrid, 2004, p. 186.

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