¡Estemos atentos... estando alegres porque a su lado no cabe la tristeza! - Mt 25,1-13


El evangelio que hemos escuchado se enmarca en el llamado “discurso escatológico” del primer evangelio (23-25). Se trata de la tercera parábola de vigilancia que repite el hecho de estar atentos ya que “no se sabe ni el día ni la hora” (24, 36.42; 25,13). El evangelista Mateo utiliza una parábola de Jesús para subrayar la importancia de estar “ojo al Cristo”, como decimos en Costa Rica. Las primeras comunidades cristianas vivieron una tensión al interpretar la llegada definitiva de la era mesiánica: ¿Jesús viene? ¿Cuándo? ¿Su manifestación (parusía) tendrá lugar en días, meses, años? Pareciera que ninguna de las anteriores pues “[…] el novio tardaba” (v. 5) y la fe de quienes le recordaban se apagaba.

La metáfora empleada por Jesús se remonta a los textos de los profetas que comparaban a YHWH y a Israel con un matrimonio (cf. Jer 31,32; Is 54,5 y otros). Aunque en nuestro texto el vínculo matrimonial es poco o nada importante. En una fiesta de bodas, tan esperada en una aldea judía, cabe todo el pueblo, todos están invitados. Quedarse “puertas afuera” es sinónimo de perder una gran oportunidad (Luz, El evangelio según san Mateo, tomo III, p. 608). Quienes escucharon esta parábola imaginaron, sintiendo escalofríos, lo que podía ser quedarse fuera de la celebración, en la oscuridad, en medio del frío del desierto. Por eso se dice en los textos precedentes a nuestra parábola que afuera “es el llanto y el crujir de dientes” (24,51).

Al igual que en la parábola de Mt 7,24-27 sobre la construcción de la casa sobre piedra o arena se nos pone en paralelo dos actitudes: ser “necio” y ser “prudente”. Es muy curioso notar que “todas las muchachas” saldrán al encuentro del novio, es decir, todos en la comunidad van para la fiesta, sin excepción alguna. Sin embargo, no todas las muchachas son “prudentes”, no todas llevan las provisiones necesarias para una espera larga como la que parece ser narrada. Todas se duermen pero el problema no es dormirse sino estar falto de aceite: estuvieron durante horas en la casa de novia –como atestiguan las tradiciones de la época– y cinco de ellas no se preocuparon por abastecerse.

El novio llega en el momento menos esperado: “en medio de la noche” y las muchachas prudentes pueden participar del desfile nupcial mientras que las imprudentes se quedan “en medio de la oscuridad”. En el banquete del reino (Mt 22,2-14) todos son llamados pero no todos entran pues, habían rechazado la invitación con sus actitudes prepotentes y egoístas. El novio, en medio de la fiesta, dice no conocer a quienes llegaron a rogar por él “más tarde”. Muchos en la comunidad, más temprano, no quisieron abastecerse de aceite para encender su lámpara. Dejaron que el frío de los años consumiera su fe en Jesús y quedara, de este modo, como antorcha apagada.

¿Cuál es ese aceite que enciende nuestra luz? Si tenemos buena memoria, ya Jesús había dicho que la luz de sus discípulos brilla mediante las buenas obras (Mt 5,16), mediante el amor (cf. Luz, p. 614). Es decir, un discípulo de Jesús “brilla” y puede reconocérsele por su caridad, alegría y compasión. Pero este “aceite” debemos tenerlo siempre, desde el principio, para que la fe de nuestras comunidades se haga patente, luminosa, brillante: Jesús está en medio de nosotros/as. ¡Estemos atentos... estando alegres porque a su lado no cabe la tristeza!
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