La fe monoteísta en YHWH como acontecimiento político



La fe en YHWH tiene un innegable trasfondo político. Nació gracias a la “propaganda” de centralización jerárquica de un grupo . Se convirtió así en el dios de un pequeño sector para luego convertirse en el dios del Israel post-exílico. Quien quisiera usurpar su lugar único era un enemigo del grupo que le había otorgado ese lugar. Antes, durante y después del exilio, YHWH sufrió transformaciones respondiendo a los acontecimientos sociales hasta que, por el fenómeno de la dispersión, su imagen se inmortalizó como el dios de todos los pueblos : sea donde fuere que estuviera un hijo de Israel ahí estaba YHWH con él porque YHWH es el dios único.

Creemos pertinente proponer una relectura del monoteísmo. La actual práctica religiosa de los cristianismos nos invita a realizar una crítica al sistema de pretensión unívoca que ellos portan consigo. Las iglesias y, en un nivel macro, las religiones deben dejar de ser “monoteístas violentas”, es decir, deben dejar de lado el absolutismo, deben botar sus dogmatismos excluyentes, deben eliminar sus pretensiones de ser las únicas y verdaderas. No quisiéramos ser mal interpretados: cuando hablamos de “monoteísmo violento” empleamos una metáfora para cualquier pensamiento que no acepta la existencia de ideas diferentes, un fuerte símbolo de cualquier ideología fundamentalista y autoritaria que se ve a sí misma y sólo a sí misma.

La propuesta de releer el monoteísmo no consiste en desacreditar la fe de las iglesias o de las religiones. Debemos “repensar” y “releer” el “monoteísmo” pues es necesario transformar nuestros sistemas religiosos opresores. La actitud jerárquica en las iglesias, el poco diálogo y la intolerancia intra e inter-religiosa son formas de “monoteísmo violento” porque en la práctica diaria se “sataniza” todo aquello que no sea “verdadero” y, curiosamente, eso que llaman “verdadero” es lo que señalan las mismas instituciones religiosas. Con la excusa del absolutismo de la verdad, señalan y eliminan cualquier otra manifestación de fe que no sea la propia. Y lo ridículo del asunto es que la batalla campal se da no sólo contra la sociedad post-moderna –que, dichosamente, poco le importa que le “regañen”– sino entre las mismas instituciones religiosas que se desacreditan entre sí.

No es extraño que la fe monoteísta trajera consigo violencia y discriminación como efectos directos de la búsqueda de la identidad. El conflicto psicológico del “nosotros” vs. “los-otros”, aunque es inevitable, tiene como consecuencia señalar las aparentes diferencias y considerarlas criterios de división racial, cultural o social en nuestras comunidades. Son paradigmas profundos que nos llevan a actuar como lo hacemos: todo aquél que no sea occidental, blanco, varón, heterosexual y cristiano es objeto de exclusión.

No nos hemos percatado que la “pureza”, en cualquiera de los aspectos donde intente buscarse, es una fantasía absurda. La fe en dios o los dioses no es producto de una revelación “pura”, sino más bien de una revelación historizada. Todas las experiencias religiosas han buscado la “distinción” y la “pureza” para imponerse como únicas ignorando adrede su conformación intercultural. Las mismas imágenes de YHWH son producto de la herencia religiosa del cercano oriente antiguo porque Israel nunca fue una isla entre el Mediterráneo y el Jordán, es más, las imágenes de su dios fueron asumidas fuera de esta tierra combinándolas con los dioses –dígase con la cultura– de otros pueblos porque «[…] una religión sin referentes humanos y sin imágenes del entorno cercano es imposible» (J. E. Ramírez-Kidd).

Nuestra propuesta quiere contribuir a transformar nuestras perspectivas religiosas universalistas, nuestras pretensiones dogmáticas y nuestras acciones excluyentes. Dios es lo que nosotros decimos que es, por ende, si seguimos creyendo en su univocidad como metáfora de lo excluyente, dios seguirá justificando toda práctica violenta y represiva que se haga en su nombre. Dios es lo que pensamos y predicamos de él/ella, por ende, si las iglesias lo siguen reclamando como suyo, cualquier experiencia religiosa, esfuerzo académico o forma de vida diferente seguirá siendo señalada como “divergente”, “peligrosa”, “pecadora” o quién sabe cuántos epítetos más, discriminatorios y ridículos de por sí.

Tal vez pensar en el dios que camina con un grupo o en el dios que está fijo en un lugar no sea tan diferente después de todo. Repensar el “monoteísmo” es una invitación a aceptar la experiencia del grupo que camina con su dios y del grupo que vive instalado ya con su dios. Repensar el “monoteísmo” es tratar de esforzarnos porque nuestra experiencia religiosa sea lugar de recepción y acogida, de fraternidad y de lucha por la justicia porque, contrario al “monoteísmo violento” que hemos experimentado en la historia, el Dios Abba «[…] único y de todos, quiere salvar a todos» (A. Torres Queiruga). Un nuevo “monoteísmo”, como el que proponemos re-comprender, no es compatible con la discriminación o con la complicidad que justifica los mundos marginales, así como tampoco puede ser compaginado con liturgias vistosas que aparentan el “cielo” cuando el “infierno” de una vida en la pobreza es el lugar real donde se ubican la mayoría de los que repiten “amén”. La injusticia no puede ser parte de este “monoteísmo” repensado para una sociedad equitativa, inclusiva y fraterna.

No creemos en el dios del poder que mata y anatemiza, por ende, no creemos en ninguno de los grupos que matan y anatemizan. Creemos en el Dios de Jesús, en el Dios que pide como único requisito la lucha por la vida y la libertad: «¿No será éste el ayuno que yo quiero?: deshacer los nudos de la maldad, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo» (Is 58,6).

Bibliografía citada

RAMÍREZ-KIDD, J. E., Para comprender el Antiguo Testamento.
SMITH, M., Partidos politico-religiosos que conformaron el Antiguo Testamento
THEISSEN, G., La fe bíblica. Una perspectiva evolucionista.
TORRES QUEIRUGA, A., “Monoteísmo y violencia versus monoteísmo y fraternidad universal”: Concilium, n° 332 (2009)
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