Pentecostés 2025 “[…] ¿qué me impide ser bautizado?” (Hch 8,36b)

Comentario para la comunidad de iglesias inclusivas de Costa Rica

Pentecostés
Pentecostés Art Abstract

El relato del “eunuco etíope” es una rareza en el conjunto del Nuevo Testamento (NT). Es una joya extraña, tanto por su colocación en el libro de Hechos de los Apóstoles (entre las persecuciones de Saulo contra la iglesia -inicios del capítulo 8- y el bautismo de Saulo-Pablo -capítulo 9-), como por la extravagancia de las imágenes proféticas empleadas (alocuciones angélicas, el Espíritu dando revelaciones en medio de la narración, la única citación directa de Is 53 en todo el NT, Felipe “arrebatado” y desaparecido). Es un texto exótico que refleja una colorida realidad queer-cuir en sus personajes y también por el país de Etiopía de donde proviene nuestro protagonista. Etiopía, el de la época romana, era considerado las lindes del Imperio, es decir “los confines de la tierra”, a donde debe llegar la Palabra del Resucitado según Lucas, autor probable de Hechos (1,8).

En todo su libro, el protagonista principal es el Espíritu. El cierre del evangelio de Lucas con la ascensión del Jesús exaltado es el inicio del libro de Hechos. Se trata de una continuidad intencionada: una biografía romana (biós-vita) de Jesús que da pie a una historia (story como narración) sobre el naciente cristianismo. Se trata de “la primera historia del cristianismo”, no porque sea una reconstrucción historiográfica al estilo moderno, sino porque interpreta los hechos que dieron origen a las iglesias en el Mediterráneo testimoniando que la diversidad de las mismas no fueron un problema, sino, más bien, el sello auténtico del movimiento de Jesús. “Ecumenicidad” (acerca del “mundo conocido”) está en estrecha relación con “Catolicidad” (“ir a la universalidad”) porque la verdadera acción ecuménica es profundamente católica y viceversa. El auténtico ecumenismo, en los orígenes del cristianismo, no significa que todos/as/es pensemos igual, sino que caminemos juntos en la diversidad que nos es propia.

Hablando del camino, el Ángel del Señor (expresión veterotestamentaria muy propia) le habla al oído a Felipe: “¡Muévete! Ve al sur, por el camino que lleva de Jerusalén a Gaza”. Desde el inicio del texto de Lucas vemos que el autor del tercer evangelio entiende el cristianismo en dinamicidad, jamás estático: citando al profeta Isaías, el precursor está llamado a preparar “el camino del Señor” (3,4). El motivo del camino estará presente en toda su obra. También lo está en nuestro relato porque es “en movimiento” dónde se encuentra con el eunuco y dónde el Espíritu le ordena que “camine al lado” (kolláomai, i. e., “ponerse junto a”). Otra sorpresa: el eunuco etíope va leyendo al profeta Isaías, es decir, este hombre o es un judío converso (a medias), o un pagano convertido (prosélito), o un pagano simpatizante (“temeroso de Dios”). En cualquiera de los tres casos es un marginado: ha llegado a Jerusalén a “adorar” a Dios (proskynéo) pero, en su condición física como “castrado”, no ha podido pasar del atrio de los gentiles.

La palabra ’eunoûchos, en la versión de la Septuaginta tan empleada por Lucas, puede ser un título político o un hombre castrado. El texto griego aclara todo cuando dice ’eunoûchosdynástēs, “eunuco ministro”, es decir, es ambas cosas. Es un castrado, alguien con una condición sexual diversa, ridiculizado con frecuencia: “no es ni hombre ni mujer, sino no sé qué compuesto, una mezcla espantosa, un monstruo ajeno a la naturaleza humana” [1]. Muchos de estos epítetos los hemos escuchado sobre nosotros/as/es. También las consecuencias de esta antropología binarista, cerrada sobre sí, miope, por tanto: la Ley, dice Flavio Josefo “[…] rechaza de antemano fuera de la santa congregación a todos los que no son dignos de ella, empezando por esos individuos de sexo dudoso” [2]. Son “árboles secos” (Is 56,3) porque en su cuerpo llevan su propio estigma. No obstante, parece que los autores de la época (y muchos religiosos de la nuestra) cercenan la Biblia y hacen una lectura selectiva y antojadiza de ella pues no se fijan en la esperanza que el mismo profeta anuncia para incluir plenamente en el Pueblo Santo a extranjeros y eunucos:

Que no diga el extranjero que se ha unido al Señor: ‘El Señor me excluirá de su Pueblo’; y que tampoco diga el eunuco: ‘Yo no soy más que un árbol seco’. Porque así habla el Señor: A los eunucos que observen mis sábados, que elijan lo que a mí me agrada y se mantengan firmes en mi alianza, yo les daré en mi Casa y dentro de mis muros un monumento y un nombre más valioso que los hijos y las hijas: les daré un nombre perpetuo, que no se borrará (Is 56,3-5).

Dicho de otro modo, en aquél que los intérpretes de la ley excluyen y condenan, es donde Dios ha colocado su mirada. El texto de Isaías cobra vida en nuestro personaje porque, como eunuco y extranjero, cumple la visión profética de lo que Dios quiere para todas las personas: inclusión-integración, plenitud de vida, vínculo y amor. La vida del eunuco es una paradoja porque como eunuco-dignatario contrasta la debilidad y el poder [3]. Y esa paradoja es la que encontramos en el cristianismo de los orígenes porque se trata de optar por lo mínimo, por los márgenes, ya que el “culto oficial” ubicado en el “centro” es insuficiente [4]. Dios está más allá de nuestras prefiguraciones.

Esa misma marginalidad es la que se encuentra explícita en el texto que va leyendo el eunuco y no comprende. La pregunta que le hace Felipe al eunuco cuando se acerca al carro es un juego de palabras. Literalmente el texto dice: “¿Acaso conoces (ginṓskō) lo que reconoces (’anagynṓskō)?”, lo que podríamos traducir: “¿Acaso entiendes lo que el texto te da a entender?” [5]. La respuesta del eunuco contiene, en sí, una petición expectante. Aunque el Espíritu guía todo, la decisión humana es fundamental porque “La fuerza de la gracia no sustituye la responsabilidad humana, pero potencia los buenos deseos del ser humano” [6]. Y el buen deseo del eunuco es notorio: “¿Cómo lo puedo entender si nadie me lo explica?”. Nuestro amigo sexualmente diverso reconoce que necesita de alguien que lo “conduzca por el camino” (‘odégō por el ‘odós que sigue), que lo lleve a comprender un relato central de los primeros cristianos/as/es: un fragmento de los “cánticos del siervo sufriente”. La primitiva comunidad siempre leyó este texto en clave cristológica, aunque el judaísmo no lo interpretara de esta forma. El siervo es (1) “llevado al matadero”, (2) “no abre la boca” ante el esquilador, (3) “se le niega la justicia”, (4) “no tiene descendencia” pues (5) “su vida es arrancada de la tierra”. Es curioso que Lucas omita fragmentos del texto hebreo de Isaías: no cita 53,7a ni 53,8d, ni el antes ni el después del texto, que hablan de un “sacrificio”. Para él, la cruz de Jesús es una donación, una entrega absoluta, no una perpetuación del dolor. Asimismo, el eunuco se puede ver reflejado en el fragmento de Isaías pues ha sido humillado toda su vida, no puede abrir su boca, se la ha privado de su descendencia, pero, así como Jesús, será exaltado y rehabilitado. Es lo que Felipe hace al explicarle la lectura: “[…] le anunció la Buena Noticia de Jesús” (literalmente “le evangelizó a Jesús”).

Yendo por el camino, escudriñando las Escrituras, encuentran agua. ¿En pleno desierto? Sí, es la providencia otra vez. La pregunta que le dirige el eunuco a Felipe acapara toda la atención y guía el diálogo: “[…] ¿qué me impide ser bautizado?”. Se trata de un adelanto del bautismo de Cornelio a manos de Pedro: “¿Acaso se le puede negar el agua del bautismo a quienes recibieron el Espíritu Santo como nosotros?” (Hch 10,47). El eunuco es el primer pagano bautizado, sin fórmulas solemnes, sin confesión de fe, a diferencia de como lo hará Pedro con Cornelio, porque el bautismo a manos de Pedro sigue siendo un parte-aguas. Aunque no sea explícita, la petición del eunuco que pone a Felipe “entre la espada y la pared” es suficiente confesión de fe. El texto dice que “ambos descendieron hasta el agua” porque no solo el eunuco ha entendido, Felipe también, “[…] es como si compartiera plenamente la experiencia del bautismo del eunuco, tras haberse dado cuenta del gran cambio que está aconteciendo. Es la primera vez que está realizando un acto mediante el cual reconoce que una persona pertenece al pueblo de Dios sin exigirle la circuncisión” [7].

La fuerza del Espíritu, el mismo que convirtió Pentecostés en “mesa común”, es la que ha hecho reconocer que ninguna condición social, étnica o de género puede segregar a las personas: “¿Quién nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús?” (Rm 8,35) cantaba Pablo. Así como los discípulos de Emaús no entendían nada acerca del destino de Jesús (cf. Lc 24,25), en el camino, “comenzando por este texto de la Escritura”, la vida estigmatizada de Jesús dio sentido a la vida del eunuco. Así como en el relato de Pentecostés, la barrera idiomática fue superada pues “[…] cada uno de nosotros los oye en su propia lengua” (Hch 2,8), así cada uno/a/e de los aquí presentes podemos tener la certeza que, con nuestras propias condiciones, ese Dios nos habla “en nuestra propia lengua”.

El Espíritu, al parecer, gusta actuar en espacios “raros”, con personas “raras”, rompiendo barreras sociales que establecen separaciones binarias. ¿Sería infidelidad al texto que nosotros/as/es hoy deconstruyamos las identidades de género, así como ellos lo hicieron con las barreras étnicas y religiosas? [8]. Es el Espíritu queer-cuir de Dios el que nos dará la fuerza para derribar dichos muros.

Referencias

[1] Luciano de Samosata, Eunuco 6 (siglo II d.C.).

[2] Flavio Josefo, Antigüedades 4,290.

[3] Cf. Daniel Marguerat, Los Hechos de los Apóstoles (1-12), Salamanca: Sígueme, 2019, p. 416.

[4] Cf. Josep Rius-Camps, De Jerusalén a Antioquía. Génesis de la Iglesia cristiana. Comentario lingüístico y exegético a Hch 1-12, Córdoba: El Almendro, 1989, p. 224.

[5] Cf. Daniel Marguerat, Los Hechos de los Apóstoles (1-12), Salamanca: Sígueme, 2019, p. 418.

[6] Francesc Ramis Darder, Hechos de los Apóstoles, Estella: Verbo Divino, 2009, p. 146.

[7] Josep Rius-Camps y Jenny Read-Heimerdinger, El mensaje de los Hechos de los Apóstoles en el Códice Beza. Una comparación con la tradición alejandrina, Tomo I: De Jerusalén a la Iglesia de Antioquía: Hechos 1-12, Estella: Verbo Divino, 2009, p. 513.

[8] Cf. Sean D. Burke, Queering the Ethiopian Eunuch. Strategies of Ambiguity in Acts, Minneapolis: Fortress Press, 2013, p. 147.

Volver arriba