¿Quién es el más importante? (Mc 9,30-37)



En una lectura vertical del evangelio de Marcos, podemos constatar que la narración contiene varias escenas que parecieran inconexas. Son como piezas sueltas de un rompecabezas y no comprendemos por qué el autor o sus editores pretendieron colocarlas juntas. Luego de combatir el mal (Mc 9,14-29), un espíritu que sus discípulos no pudieron expulsar por falta de oración (v. 29), la escena cambia: Jesús sale caminando con sus discípulos por los caminos de Galilea mientras les enseña. Les anuncia que su destino final está en el fracaso de la cruz, en una entrega horrible, pero que todo no acabará allí. Sus discípulos no entienden y están llenos de miedo.

Al llegar a Cafarnaún, el evangelista nos introduce en una nueva escena: ya no están en la calle, sino en la casa, en el espacio privado de la sociedad mediterránea antigua. Este es el momento de increpar: “¿De qué discutíais por el camino?”. Pareciera que los discípulos, además de no orar lo suficiente, de no entender y estar llenos de miedo, pelean entre sí. No puedo evitar pensar que muchas iglesias son un vivo reflejo de esto que Marcos nos narra: la comunicación con Dios está entrecortada, no se entienden las cosas y, en lugar de buscar ayuda, se prefiere callar y ocultar, reina el miedo y la inseguridad de preguntar qué significa eso del “compromiso” que entraña la cruz, etc. La discusión que llevaban por el camino tenía que ver con el poder: es obvio que callen, que les dé vergüenza, porque discutían quién de todos es el primero en el grupo.
Jesús se prepara para enseñar: se sienta y asume una posición pedagógica, llama a los Doce y les dice que para ser el primero, el más importante en su visión de la sociedad llamada “Reino”, debe ocuparse el último puesto, el que está al final de la mesa (del triclinium, en el mundo greco-romano donde fue escrito nuestro texto, Siria y popularizado luego en Roma, Aguirre, p. 216) para estar atento a servir a todos, tal como lo hacía un esclavo. Pero la cosa no acaba allí, Jesús es cada vez más osado e ilustra su atrevimiento contracultural con el prototipo de la desprotección, el desamparo y la pequeñez: un niño. El vocablo que Marcos usa acá es paidion, que designa al niño de pecho, al niño pequeño. Una variante del término es pais: un niño hasta antes de entrar a la edad adulta. No debemos olvidar que pais expresa también la posición más baja en la escala social y la antigua función del esclavo, propia de los niños, por eso puede significar también “siervo” o “esclavo” (Braumann, p. 163).
Ser niño/a en el mundo del Cercano Oriente Antiguo, en particular en el contexto donde se está redactando el evangelio de Marcos, implica realmente una condición precaria. Si tomamos en cuenta el alto índice de mortalidad infantil (cercano al 30%) y que aproximadamente otro 30% de la población a los dieciséis años ya había muerto (un total de 60% según los censos y documentos, Malina y Rohrbaugh, p. 367), podemos comprender que la imagen de la niñez estaba siempre amenazada, más en los contextos romanos donde el infanticido y el aborto obligado por el paterfamilias determinaba la vida de los de su casa. Es cierto que, en el judaísmo del Segundo Templo, la niñez era considerada una bendición por la descendencia, pero igualmente implicaba una condición de marginación. Por ende, Jesús escoge una de las peores imágenes, desde el punto de vista cultural de su época, para hablar de la autoridad: el poder reside en el servicio, reside en la pequeñez y en el abandono en Dios.
Precisamente aquí termina el texto: “[…] el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos” (Pagola, www.gruposdejesus.com). Hemos creado una iglesia para “mayores”, una iglesia que se disputa por el poder, por los puestos y por el reconocimiento eclesiástico. En medio de todo esto, siguen resonando las palabras de Jesús que invitan a asumir una nueva posición: la de la entrega y el servicio, la del rostro femenino de Dios que, “una vez en la casa” (v. 33), “estrecha entre sus brazos” (v. 36) a los pequeños. Nuestro reto como cristianos/as implica romper barreras culturales de poder, género y pensamiento que, en muchas iglesias hoy, siguen marginando a quienes Jesús abrazaba con ternura.

Bibliografía citada

Aguirre, R., “La segunda generación y la conservación de la memoria de Jesús: el surgimiento de los evangelios”: Aguirre, R. (ed.), Así empezó el cristianismo, Verbo Divino: Estella, 2010.

Braumann, νήπιος: Coenen, L. – Beyreuther, E. – Bietenhard, H., Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, tomo II, Sígueme: Salamanca, 2005.

Malina, B. – Rohrbaugh, R., Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I. Comentario desde las ciencias sociales, Verbo Divino: Estella, 1996.

Pagola, J. A., “¿Por qué lo olvidamos?”: https://www.gruposdejesus.com/domingo-25-tiempo-ordinario-b-marcos-930-37/ (consultado en línea el 18 de septiembre de 2018).
Volver arriba