Conversación, silencio y oración

Un verano más, quiero entrar en diálogo con todos vosotros e invitaros a abrir el corazón, a que aprovechéis este tiempo para que, en familia, con amigos y con quienes os encontréis en el camino, cuando lo veáis oportuno, entréis en conversación, viváis el silencio que siempre enriquece y habléis con Dios o, mejor, dejéis que Dios os hable. Os aseguro que este tiempo de distensión es una muestra más de que la gracia y la paz de Jesucristo están siempre en vuestra vida: acompaña vuestra existencia y os quiere hacer imagen viva de su amor para todos los que comparten el día a día con vosotros.

Para que podáis entrar en conversación con otros y con Dios, os propongo tres aspectos que son constitutivos de la vida humana, pues pertenecen a nuestra existencia:

1. Entremos en conversación sobre temas que son de fundamento. Te propongo estos tres, para este momento: a) sobre el vacío espiritual, b) sobre la familia, y c) sobre la enseñanza de la religión.

a) Entra en la reflexión sobre el vacío espiritual que puede engendrar una cultura cuando en ella se da amnesia cultural, agnosticismo intelectual, anemia ética o asfixia religiosa. ¿Cómo ha de recorrer la Iglesia el camino por el que va con sus contemporáneos en esta situación? ¿Qué servicio debe hacer? ¿Qué humanismo verdadero debe prestar? Hay que proponer directamente a Jesucristo, y vivir la fe sin reducciones de ningún tipo. Es la gran respuesta. La única que existe para el drama del vacío espiritual del ser humano, que es vacío de sentido de la vida. Los cristianos hoy tenemos que tener coraje y valentía para ser discípulos misioneros que proponen y nunca imponen, y que lo hacen con su testimonio de vida. Existen dos tentaciones graves: disolvernos en medio del mundo siendo una cosa más de las múltiples que existen y olvidando que somos «sal de la tierra y luz del mundo», o también haciendo murallas para vivir nosotros, sin meternos de lleno en el mundo que es la misión que nos ha dado el Señor: «Id al mundo entero y anunciad el Evangelio». Es verdad que somos discípulos de Cristo, pero lo somos si entramos en la misión, si somos discípulos misioneros. Las murallas se hacen siempre desde la ideologización de la fe, anclándonos en algo que no es Jesucristo. ¿Cómo hacer hoy el camino? Tenemos que anunciar a Jesucristo sin más, como la novedad más grande. Hay que ser testigos del Señor, hombres y mujeres de experiencia de encuentro con Él. Esta es la gran noticia que se tiene que conocer. Y hemos de hacerlo con, en y desde la Iglesia que fundó el Señor.

b) Entra en la reflexión sobre el matrimonio y la familia cristiana, esa comunidad de amor que tiene la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Observa y valora bien sus cuatro cometidos fundamentales: la formación de una comunidad de personas, el servicio a la vida, la participación en el desarrollo de la sociedad, y también en la vida y misión de la Iglesia. Es muy importante que, en este momento histórico, eduquemos la conciencia moral que es precisamente la que hace a todo ser humano capaz de juzgar y discernir los modos más adecuados para realizarse según su verdad original, y que por tanto se convierte en una exigencia prioritaria e irrenunciable. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, lo ha llamado a la existencia por amor, y lo llama al mismo tiempo al amor. La institución matrimonial no es una injerencia indebida de la autoridad o de la sociedad, sino exigencia interior del pacto de amor que encontramos en el proyecto original de Dios acerca del matrimonio y de la familia y que está inscrito en todas las culturas. Sepamos en este momento histórico fundamentar el matrimonio entre un hombre y una mujer, y ser fieles a los significados unitivo y procreativo de la sexualidad humana, desde la realidad antropológica de la diferencia sexual y de la vocación al amor que nace de ella, abierta a la fecundidad. Esto no está exento de la comprensión a toda situación humana.

c) Incluye una reflexión sobre la enseñanza de la religión, tan sometida a debate por si debe estar o no presente en la formación de los niños y jóvenes en la escuela. Te hago esta pregunta: ¿qué pueden comprender tus hijos sin la religión?, ¿sería completa e integral su experiencia humana? Rescato esta reflexión atribuida al socialista Jean Jaurès (1858-1914), quien, de acuerdo con algunas fuentes, recibió un día una carta de su hijo que le pedía un certificado para ser eximido de la clase de Religión. La respuesta fue contundente: «Amado hijo: me pides que te exima de cursar Religión para parecer digno hijo de un hombre sin convicciones religiosas. Este certificado, amado hijo, no te lo envío ni te lo enviaré nunca. No es que desee que seas clerical, a pesar de que no hay peligro alguno. Cuando tengas edad suficiente para juzgar serás completamente libre, pero tengo un decidido interés en que tu instrucción y educación sean completas y no lo serían sin estudio de la religión… ¿Cómo lo sería sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas, sobre las que todo el mundo discute? ¿Querrías tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir ni una palabra sobre este asunto, sin exponerte a decir un disparate?... Y ¿qué comprenderás de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización?... Tengo que confesarlo, la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana… Esta carta te sorprenderá. Pero, es necesario, hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a sus hijos. Ningún compromiso me podría excusar si permitiese que tu instrucción fuera incompleta y tu educación insuficiente». ¿Qué te parece? ¿Qué dices a tus hijos? ¿Por qué? ¿Puedes eximirte de esta responsabilidad y de dar respuesta?

2. Experimenta el valor y la grandeza del silencio. Haz silencio en tu vida y en tu corazón. Busca espacios y lugares donde puedas escuchar esas grandes preguntas que en lo más hondo de tu vida siente todo ser humano. Ante la belleza del paisaje que admiras, sentado en tu casa o en cualquier lugar sin ruidos que a ti te ayude a hacer silencio, hazte estas o parecidas preguntas: ¿qué hago con mi vida?, ¿hacia dónde camino?, ¿soy feliz?, ¿tiene dirección mi vida y qué busco para ponerla? A estas preguntas solamente se puede responder haciendo silencio en lo más profundo de nuestra existencia.

Te aseguro que el silencio cuesta, entre otras cosas porque da miedo hacerlo. En el silencio siempre se escuchan preguntas, y las que surgen son las más importantes, las que atañen a la vida de verdad. El silencio no engendra esclavos. La esclavitud viene en el ruido, allí donde ya me dan las respuestas construidas. A menudo entrar en el silencio produce vértigo, pero cuando lo pruebas es tan oxigenante para la vida humana que lo buscas. No estamos acostumbrados a entrar en el lugar donde la comunión con la existencia verdadera se hace posible, donde surgen las grandes preguntas y se dan las grandes respuestas, o se buscan fuera de nosotros, ya que en nosotros no existe respuesta.

En el silencio de la Virgen María se produjo el acontecimiento que cambió el sentido de la vida humana y de la historia. En aquel «hágase en mí según tu Palabra», cambió todo. Y se hizo en el silencio, porque es en el silencio donde se escucha a Dios. Cuando el ser humano no tenía respuestas para nada importante, este ser humano excepcional, que es la Santísima Virgen María, diciendo ese «sí», introdujo en este mundo la respuesta para todas las grandes y pequeñas preguntas del ser humano.

3. Entra en la oración, es decir, en el diálogo con Dios. El ser humano no puede vivir plenamente la vida si no entra en la órbita y en el horizonte que le hace ser y vivir según lo que es, hijo de Dios y por ello hermano de los hombres. Y entrar en este diálogo con Dios es algo muy sencillo. Lo hemos aprendido a hacer en la oración del padrenuestro que salió de labios de Jesús y que Él quiso entregar a los discípulos, cuando le preguntaban por qué Él vivía así. La primera necesidad del ser humano es saber que no está solo y que además es querido tal y como es. Decir «Padre nuestro» es entrar en una forma de asumir la vida que le da densidad y fundamento. Es vivir en la experiencia de que Dios me quiere y me ama. Pero ello me está exigiendo salir de mí mismo. Como ves la oración es algo muy sencillo. Tan sencillo como dejarse mirar y dejarse querer. Si nunca entraste en diálogo con Dios, prueba por una vez en tu vida esto y de esta manera: déjate mirar y déjate querer. Sabes que Jesús se acerca a tu vida y te dice: «¿Qué quieres que haga por ti?».

Con gran afecto, os bendice,

+Carlos, Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid
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