O Dios o el dinero

Hoy quiero comenzar la reflexión sobre las lecturas que la Iglesia nos propone este domingo a partir de una realidad humana. La observación de la nuestra condición humana nos muestra que hay tres deseos que seducen el corazón humano como objetivos que merece la pena alcanzar: el deseo de riqueza, el deseo de poder y el deseo de placer. Muchas personas creen que satisfacer esos deseos, alcanzar la riqueza, el poder y el placer son objetivos suficientes para dedicar a ellos la vida.

En el Nuevo Testamento encontramos enseñanzas que nos instruyen que esos deseos son señuelos falsos, que son metas que no vale la pena alcanzar, que son objetivos que no dan sentido ni consistencia a la vida humana aunque parezca lo contrario. Repetidas veces habló Jesús contra la riqueza e instruyó a sus discípulos a ser pobres. También dijo algunas cosas acerca de la búsqueda del poder, y enseñó que quien busca estar por encima de los demás debe aprender a servir a los demás en vez de dominarlos y subyugarlos. Las enseñanzas en torno al placer como meta falsa en la vida son propias y frecuentes en san Pablo.

El pasaje del evangelio de hoy es una clara enseñanza acerca de la inconsistencia y falsedad de las riquezas. Es un pasaje que consta de dos partes. La primera es una parábola acerca de un administrador astuto y tramposo. Su patrón descubrió su gestión deshonesta y lo despidió. Pero en el tiempo que le quedaba hasta rendir cuentas, hizo toda-vía otras trampas para beneficiar a los deudores de su patrón y de este modo ganarse el favor de estas personas. Pensó que cuando quedara sin trabajo estos clientes de su patrón lo favorecerían y lo ayudarían a salir adelante.

La parábola concluye con el reconocimiento de parte del patrón que su empleado había sido astuto para ganarse amigos aunque fuera con negocios turbios. Jesús comenta: Los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz. Pareciera que con esta parábola Jesús quisiera manifestar su deseo de que quienes buscan el reino de Dios pusieran los medios adecuados para lograr ese fin con la misma habilidad con la que los delincuentes se ingenian para alcanzar los suyos. Es una parábola un tanto escabrosa, que se vale de un ejemplo malo para proponer una acción buena, pero ahí está.

La segunda parte del evangelio contiene una serie de sentencias de Jesús acerca del dinero y sus peligros, pero también acerca de la posibilidad de que el dinero sirva también para lograr buenos fines. Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo. Jesús no explica por qué el dinero está lleno de injusticias; es algo que le parece obvio. Tampoco deja claro si todo dinero está siempre lleno de injusticias; la enseñanza de la Iglesia reconoce que puede haber dinero y riqueza honesta y bien habida y administrada. Pero es cierto que mucha riqueza antigua y moderna es resultado de robos, fraudes, engaños y negocios turbios. En el pasaje bíblico que hemos escuchado como primera lectura, el profeta Amós dice cómo se lograban algunas riquezas en su tiempo: Disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo.

Lo que sorprende es que Jesús dice que algo bueno se puede hacer todavía con ese dinero sucio. Gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo. No parece que Jesús esté diciendo que se puede blanquear moralmente un dinero mal habido empleando parte de él en alguna obra buena. Estas palabras de Jesús no se pueden emplear para justificar la práctica de algunos narcos que emplean parte de su dinero en financiar alguna obra de servicio social y con eso creen haber “lavado” moralmente el resto de sus ganancias. Eso es demasiado deshonesto y descarado. Es posible que Jesús se refiera a otra situación más radical. Quizá Jesús se refiere a la persona que ha hecho su riqueza en el crimen, en la corrupción, en el negocio chueco, y decide abandonar su vida criminal. Esa persona se somete a la justicia, acepta las penas que le corresponden, y como signo de su conversión, entrega toda su riqueza mal habida para utilidad pública. De ese modo el dinero mal habido e injusto sirve para hacer algo bueno, como expresión de una conversión personal.

Pero en el pasaje de hoy, Jesús también declara la total incompatibilidad entre Dios y el dinero. No pueden ustedes servir a Dios y al dinero. “Servir al dinero” por supuesto es distinto de “usar el dinero”. Nadie en este mundo, ni el mismo Jesús, estuvo exento de utilizar el dinero. En el grupo de los Doce había un tesorero, Judas, que según el testimonio de los evangelios, tenía a cargo la bolsa donde se guardaban las ofrendas que le daban a Jesús. El dinero colectado servía a Jesús y a los Doce para comprar lo que necesitaban. El dinero está al servicio de la persona. Esto es utilizar el dinero. Servir al dinero es otra cosa. Jesús censura la actitud del que convierte al dinero en su dios. Jesús censura al que hace del dinero y de las riquezas la razón de ser de su vida, el propósito de su existencia, pone en el dinero toda su confianza y cree que la vida vale por lo que se tiene. Quien actúa así no puede poner también su confianza en Dios, pues su fe y su seguridad están puestas en otra realidad, que tarde o temprano se mostrará inconsistente, aunque muchas veces parezca omnipotente.

Jesús veía que el dinero es una gran seducción que lleva a pensar que teniéndolo la persona alcanzó la meta y el fin de su vida. El dinero es tan útil, resuelve tantos problemas, abre tantos caminos, que se puede llegar a pensar que es todopoderoso y que tenerlo es lo mejor que puede pasar en la vida. Jesús advierte que no, que hay una realidad fundamental y que es la única por la que vale la pena vivir, que es Dios. Dios es el único que puede darnos la consistencia que anhelamos, el sentido que buscamos, la plenitud a la que aspiramos. Pero el dinero y la riqueza siguen siendo necesarios. Ganarlos con honestidad y transparencia, mantenerlos en la esfera de lo útil, utilizarlos para el bien del prójimo y de la sociedad, emplearlo con sobriedad y moderación es el gran reto que enfrenta quien tiene medios y riqueza.

La enseñanza de la segunda lectura la podemos entender también como una enseñanza acerca del poder. Jesús instruyó a sus apóstoles acerca de la búsqueda del poder. Dijo que el que quería ser el primero, el que quería estar sobre los demás, debía aprender a servir a los demás. El poder deshumaniza cuando se emplea para oprimir a los demás, para buscar beneficios propios a costa de los demás. En el mundo muchos aspiran alcanzar el poder, buscan el poder, y cuando lo tienen lo utilizan para reafirmarse a sí mismos aplastando y destruyendo a los que no se le someten. Pero el poder, que es una realidad humana y social, utilizado para servir a los demás, humaniza. Uno de los ámbitos del ejercicio del poder es el ámbito político. En ese ámbito, la misión de la autoridad es el ejercicio del poder al servicio de los demás y del bien de todos.

La autoridad es necesaria para la organización política de la sociedad. La autoridad ejerce el poder, pero debe ser siempre al servicio de la comunidad, del bien común. Hoy hemos leído también unas palabras sobre la autoridad política. No son de Jesús sino de san Pablo. Pide que se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido. La autoridad está investida de poder, pero para utilizarlo al servicio del bien común. Es la misión y la tarea de la autoridad. Jesús pide que los cristianos oren por las autoridades responsables de gobernar la sociedad. Para que su gestión sea promotora de paz, de seguridad, de bien común.

San Pablo refrenda esta exhortación a la oración por las autoridades en la voluntad salvífica de Dios. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro salvador, pues él quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad. Poder llevar ya aquí en este mundo una vida tranquila y en paz gracias a la buena gestión de las autoridades es ya una experiencia de la salvación de Dios. La autoridad cuando actúa a favor del bien común permite a los miembros de la sociedad una mejor condición de vida y eso es grato a Dios que quiere la salvación de todos. Gran misión y tarea de los actores políticos de la sociedad, quienes lamentablemente muchas veces están lejos de cumplir la misión que el mismo Dios espera de ellos.

Estas enseñanzas sobre las riquezas y la autoridad nos muestran cómo la fe y la enseñanza de Jesús transforman y orientan también en las realidades temporales y de este mundo, para humanizarlas y ponerlas al servicio de la salvación.

 Mario Alberto Molina, O.A.R.

Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
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