Juan Pedro del Moral, In memoriam

El viernes santo, 7 de abril de 2012, entregó su alma al creador, el Ing. Juan Pedro del Moral, rodeado del cuidado de los suyos y del amor de su esposa Sileny e hijos, quienes le brindaron todo su cariño en las vicisitudes de su deteriorada salud. Portugueseño casado con merideña, deja en herencia la estela de bien que prodigó en su vida pública como político, gerente público y en la empresa privada.

En la preparación de la primera visita del Papa Juan Pablo II a Venezuela (1984-1985) se desempeñaba como Ministro de Transporte y Comunicaciones. Junto con el Senador Alejandro Izaguirre y el General Simón Tagliaferro, fueron los hombres claves del gobierno para el éxito de aquella aventura apostólica. Desde su Despacho arreglamos muchas cosas con rapidez y competencia, en la exigente logística de un evento de esa naturaleza. Tomaba su teléfono interministerial y le decía al funcionario de turno, “te pongo a Mons. Porras para que lo atiendas y le des respuesta inmediata a su solicitud”. Y así fue. En ningún momento quiso aparecer ni solicitar para sí ningún privilegio. Su condición de creyente y ejecutivo lo llevaba a encontrar soluciones rápidas a los problemas.

Desde entonces trabamos una amistad que se acrecentó en el tiempo. Resalto de su personalidad la disposición gerencial para solucionar lo grande y lo pequeño en un ministerio tan complejo y abierto a tentaciones para medrar a favor propio o de los suyos, dado el volumen de dinero que manejaba. Su honestidad y la exigencia de cumplir estaban por delante de cualquier otra circunstancia.

Se preocupó por la vialidad merideña. Quiso impulsar la Mérida-Panamericana que estuvo paralizada por varios años. Los correctivos de varias variantes de la Trasandina se debieron a su interés, y se hizo con un costo ínfimo, favoreciendo a pequeños y eficientes empresarios de la zona. Los correctivos de las curvas de San Román en el Páramo y entre Estanques y San Felipe, fueron obra suya. En la empresa privada promovió el deporte con Guantes Tamanaco, y en el pueblo de Santo Domingo, entre Barinas y Apartaderos, construyó una hermosa posada que le servía de descanso y contemplación.

Su alegría y vivaz espíritu sobresalía por encima de cualquier diferencia. Qué bueno haber conocido a hombres públicos, con conciencia política y espíritu de servicio, más allá de las naturales diferencias de los humanos. Sea su vida, en el momento de su desaparición física, faro luminoso, digno de imitar. Paz a sus restos y mi oración por su eterno descanso con el agradecimiento por los muchos frutos de su vida personal y pública. Descanse en paz.

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
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