Cinco cuadros de la Eucaristía para contemplar

1. La Eucaristía fuente y cima de la vida cristiana: El Concilio Vaticano II nos ha dicho que el Sacrificio eucarístico es “fuente y cima de toda vida cristiana” (LG 11). Por otra parte nos afirma que “la sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da vida a los hombres por medio del Espíritu Santo” (PO 5). ¡Cómo nos describe el Evangelio de San Juan lo que es la Eucaristía para nosotros! ¡Qué maravilla comer del pan y beber del vino! Eso es tener parte en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, participar en su propia vida que es la misma de Dios. Escuchad: “El pan que yo voy a dar es mi carne para la vida del mundo. Discutían entre sí los judíos y decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado, y yo vivo por el Padre, también el que me come, vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51b-58).
2. La Eucaristía misterio de la fe: ¡Cuántas veces hemos escuchado decir al sacerdote estas palabras. “Este es el misterio de nuestra fe”! Y cuántas veces hemos dado esta respuesta: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús! Con estas palabras la Iglesia se refiere a Cristo, pero al mismo tiempo revela su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Para la Iglesia es un momento fundamental Pentecostés, pero hay un momento decisivo de la formación de la Iglesia, que es precisamente en el Cenáculo cuando se instituye la Eucaristía. El Triduo Pascual es su fundamento y éste está incluido en el don eucarístico. Pues es en este don, en el que Jesucristo entrega a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con este don nos hacemos contemporáneos de Nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad, de su obra de salvación. La Eucaristía nos muestra un amor que llega hasta el extremo y un amor desmedido, pues no conoce medida.
3. Eucaristía y solidaridad: ¡Qué fuerza tiene para todos nosotros, el ver y contemplar cómo la Eucaristía resume toda la vida histórica de Jesús, pre-asume toda la pasión y las anuda en una realidad simbólica, que es la autodefinición y autodonación de Jesús a los hombres! ¡Qué maravilla hacer esta contemplación! Dándosenos como Hijo nos da a Dios mismo, que no existe sino como Padre y por ello no existe al margen de él. Qué enorme descubrimiento es ver cómo la resurrección mostrará ante los ojos de los discípulos que la muerte de Jesús había incluido más que una traición y que había sido sobre todo una entrega suya en la libertad y en el amor por todos; que Dios no había contado como culpa aquella muerte sino que al traicionado lo devolvía como signo de perdón. Todo ello estaba implicando que él se había entregado a sí mismo por los demás, a favor de los demás, en nombre de los otros, en lugar de todos. Por ello, en la paz y el gozo que el resucitado transmite a los discípulos éstos se sienten perdonados, congregados, alentados para no avergonzarse de su traición anterior, pero justamente en el perdón recibido les asalta a los ojos su culpabilidad, que se explicita en la confesión, reconociéndose como pecadores y ofreciéndose como frágiles apóstoles y humildes mártires para el futuro.
4. Encarnación, pasión, Eucaristía: Tres expresiones de un proyecto de comunión de Dios con nuestra condición metafísica de finitud mortal y con nuestra situación de pecadores para acercarnos a su vida; de aceptación de nuestra indigencia para hacernos partícipes de su riqueza. ¡Qué realidades más hondas cuando se viven desde donde tienen que vivirse! Esto es lo sorprendente, pero es lo propio del cristianismo: Que Él, que es su Hijo, llegue a nacer de la descendencia de David según la carne; que Él, que es la imagen de Dios invisible, se haga historia visible; que Él, que existe en la semejanza de Dios, comience a existir en la forma de esclavo; que Él, que es rico con riqueza de Dios, comparta nuestra pobreza para enriquecernos con su riqueza. Todo ello, nos está diciendo que encarnación, cruz y eucaristía dicen cómo Dios es Dios con los hombres y cómo está por nosotros y no contra nosotros. Y ello establece el modo de comportamiento cristiano. ¡Qué belleza tiene para nosotros el descubrir que el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros con Cristo mediante la comunión! Ciertamente, le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros. Recibimos su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz. Recibimos su sangre, “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Esa unión adquiere todo su esplendor en estas palabras de Jesús: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57).
5. Eucaristía fuerza para evangelizar: ¡Qué gozo da el descubrir cómo la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo! La Iglesia, es cierto que al evangelizar tiene que provocar que la fe se haga vida, en la que el amor de Jesucristo se manifieste perfectamente. Así la Eucaristía es la fuente y al mismo tiempo la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia