El don del Espíritu Santo

Este domingo celebramos Pentecostés, la culminación de la Pascua, con la recepción del don del Espíritu Santo. Éste es fruto de la resurrección del Señor. Por eso, Pentecostés es la culminación y la maduración de la Pascua, realidad expresada popularmente –pero de manera muy profunda- como la Pascua granada.

El don del Espíritu Santo y la resurrección de Jesús no se pueden separar. El Espíritu Santo que nos ha sido dado es la nueva presencia de Dios entre nosotros. Es el Espíritu Santo quien hace posible nuestro encuentro con el Cristo que vive entre nosotros y en cada uno de nosotros. Es gracias al Espíritu Santo que cada día que pasa podemos amar un poco más como Jesús. Es el Espíritu Santo quien hace posible que podamos ver al Señor con los ojos de la fe. Por el Espíritu Santo podemos acoger a la persona de Cristo resucitado en la Iglesia reunida, en la Escritura proclamada como Palabra viva y eficaz, en los sacramentos, en la vida, en las personas –sobre todo en las más pobres- y en los acontecimientos de nuestra vida personal o de nuestra vida colectiva. Por el Espíritu Santo podemos pasar a la acción y dar la vida por los demás, a imitación de Cristo, abiertos a la esperanza del Reino de Dios.

Tiene, pues, una profunda coherencia que se haya situado en la fiesta de Pentecostés la Jornada sobre el Apostolado Seglar. Todos los miembros del Pueblo de Dios estamos llamados a realizar la única misión confiada a la Iglesia, que consiste en la evangelización, es decir, en dar testimonio del Misterio de amor y esperanza que se manifiesta en Jesucristo con hechos y con palabras. Todos los bautizados –obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, laicos y laicas– hemos recibido de Dios esta vocación eclesial y debemos colaborar intensamente en la misión evangelizadora.

La evangelización de nuestro país no puede realizarse hoy sin la colaboración de vosotros, los laicos. Esto exige por parte de nosotros, los pastores, una nueva mentalidad que promueva, entienda y acoja la misión de los laicos en la Iglesia, porque también estáis llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Los pastores no podemos ser nada sin vosotros. Hoy más que nunca necesitamos realizar la misión todos juntos.

Los laicos cristianos, movidos por el Espíritu Santo, somos llamados a ser testimonios de Cristo, tanto de forma individual como asociada. De esta manera participan en la misión que Jesucristo ha confiado a la Iglesia. El Espíritu Santo es quien mueve nuestros corazones y nuestras vidas en esta misión, según las diversas modalidades de asociación y las diversas formas de espiritualidad.

Esta confianza en la fuerza y la acción del Espíritu Santo es la que me hace mirar con mucha esperanza el fortalecimiento de asociaciones cristianas, de movimientos apostólicos, de itinerarios de formación cristiana, de comunidades cristianas y de nuevos movimientos y nuevas comunidades.

Hermanos, el Espíritu Santo lo quiere renovar todo, quiere entrar en nuestras vidas y transformarlas. Pero para que esto sea posible debemos invocarlo, pedir constantemente su ayuda, su inspiración, sus dones. Termino, pues, hermanos, animándoos a todos a pedir la asistencia del Espíritu Santo, a invocar su ayuda.

+ Juan José Omella Omella

Arzobispo de Barcelona
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