El resto de Israel

En todos los tiempos, se encuentran creyentes que pueden ser considerados “el resto de Israel”: a veces serán hasta perseguidos e incomprendidos por quienes se sienten amparados por “las seguridades externas” de lo religioso y del culto. En la época de Jesús, Él mismo va a destacarlo. Incluso Él afirmó que había llegado para ir al encuentro de los pecadores, donde encontraría una respuesta más clara y decidida a su Evangelio. Se va a enfrentar a los fariseos, quienes se sentían seguros por su “apego” a la Ley. Junto con otros judíos, van a promover la muerte del Señor, pensando que así se acabaría su influencia. Sin embargo, Jesús sigue adelante, pues para Él lo importante era cumplir la voluntad de su Padre.
El Maestro nos va a enseñar quién y cómo se puede ser fiel, por tanto participar en el “nuevo resto de Israel”: lo hará con parábolas, como la del hijo pródigo y el buen samaritano; en reconocimientos como lo hizo con el publicano que bajó justificado del templo al contario del fariseo orgulloso y soberbio; en la aceptación de quienes parecían tener más fe que los del mismo pueblo de Israel; con el pecador arrepentido… Y, a la vez, dio las claves para poder pertenecer a dicho “resto”, que podía ser considerado como su “rebañito”, junto con sus discípulos: la clave la encontramos en la propuesta de las bienaventuranzas. Ciertamente que hay un elemento que todos quieren compartir: la felicidad. Pero luego hay unas condiciones que sólo van a ser aceptadas por los de mente y corazón abiertos: las bienaventuranzas. Ante el mundo, es incomprensible como quien es limpio de corazón, constructor de la paz, pobre de espíritu, misericordiosos y mansos, podrán ver a Dios y participar de la plenitud de su Reino. Adelantándose a algunas de las consecuencias de quienes quieren mantenerse firmes en la fe, va a señalar una insólita bienaventuranza: “Felices ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de gozo, porque su premio será grande en los cielos”.
San Pablo, al escribirles a los Corintios, señala cuál será la causa para que el mundo no acepte a quienes optan por seguir a Cristo y pertenecer al grupo de sus discípulos. Para seguir a Jesús hay que tener conciencia de la pequeñez y humildad de cada uno y dejarse llevar por la auténtica sabiduría, la cual viene del mismo Dios: “En efecto, por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención”.
En cambio, quienes se consideran los sabios y entendidos del mundo, si no se hacen sencillos y se dejan guiar por la Palabra no podrán ni entender ni participar plenamente de la gracia de Dios. El mundo va a juzgar cruelmente a quienes optan por Jesús; lo va a hacer con sus criterios y los va a considerar ignorantes, débiles, insignificantes… Y se olvida que es allí donde el señor puso su morada. Como nos lo enseña la Virgen María, el Señor va a realizar sus grandes maravillas desde la pequeñez de sus seguidores.
El mundo ofrece criterios desconcertantes: piensa que la sabiduría de sus poderosos, la fortaleza de los prepotentes, y el poderío de quienes se consideran grandes son los que van a servir para orientar a la humanidad. Y es todo lo contrario. El Señor –y la Iglesia con Él- nunca va a descartar la ciencia auténtica, la sabiduría enriquecida por la revelación… Quien se valga de ella para ser servidor de Jesús y de los demás hermanos podrá producir muchos frutos. Pero correrá el mismo riesgo de quienes son pequeños y actúan en el nombre de Dios: serán incomprendidos, serán perseguidos y menospreciados, porque sencillamente están dispuestos a vivir la propuesta de la auténtica felicidad de las bienaventuranzas.
Por eso, no es extraño en el mundo y la sociedad de hoy que se persiga o se desprecie y ofenda a quienes quieren ser fieles al Evangelio. Hay ejemplos claros de ello. Los que buscan proponer los criterios del Evangelio a través de la Doctrina Social de la Iglesia son considerados subversivos y terroristas; o quienes se colocan al lado de la vida y no propugnan el aborto son considerados enemigos de la modernidad; quienes se oponen a la ideología de género y sus nefastas consecuencias son ofendidos y se les considera como enemigos de una nueva formulación de los derechos humanos… Entre esos que son incomprendidos nos encontramos incluso a Francisco: no falta quien lo llame populista, tercemundista, comunista… sencillamente porque se ha puesto al lado de quienes debe estar; de todos los seres humanos y, en particular de los más pobres y excluidos. No falta gente dentro de la sociedad y de la misma Iglesia que a través de las redes sociales lo insulta.
La enseñanza de la Palabra de Dios es muy clara para quienes de verdad quieren optar por Jesús: “En efecto, por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención. Por lo tanto, como dice la Escritura: El que se gloría, que se gloríe en el Señor”. Aquí está el grupo de los seguidores de Jesús, “el nuevo resto de Israel” cuya tarea primordial seguirá siendo anunciar el Evangelio de la salvación.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.