Los papas de la ciudad francesa fueron mecenas de la pintura, la arquitectura, la música y las letras Aviñón: ¿Cuna del renacimiento?

Aviñón: ¿Cuna del renacimiento?
Aviñón: ¿Cuna del renacimiento?

Miles de turistas visitan cada año el Palacio de los papas en la ciudad francesa que se convirtió por un tiempo en el centro de la cristiandad después de que Clemente V, en 1309, se marchara de Roma debido a la inestabilidad y la crisis política

El palacio de Aviñón, tras el regreso de los pontífices a la ciudad eterna, entró en decadencia. Su deterioro se hizo aún más palpable tras la Revolución de 1789, cuando sufrió el saqueo de las fuerzas anticlericales

Foc Nou- Tras arduos meses de reclusión por la pandemia, el verano de 2022 significó la vuelta a la normalidad. Un nuevo viaje a Francia, por fin. Era el momento de cumplir con un viejo sueño: visitar Aviñón, la antigua capital de los Papas. El tren, por desgracia, sufrió un tremendo retraso y llegamos a la ciudad a las doce de la noche. El hotel, por suerte, estaba en una zona céntrica. Tras cruzar la plaza del Horloge, la antigua residencia de los pontífices, el mayor palacio gótico de Europa, se hallaba muy, muy próxima. El único problema era el horario: a las ocho y media, aún faltaba un rato para la apertura. Suerte que un buen croissant, en un café frente la imponente fachada, contribuyó a aligerar la espera.  

Unos 700.000 visitantes visitan cada año esta mole majestuosa, igual en tamaño a cuatro catedrales. ¿Quién no se quiere sentir como si viajara al pasado? El turista se adentra así en lo que fue el corazón de la cristiandad después de que Clemente V, en 1309, decidiera abandonar Roma, harto de la inestabilidad de una ciudad que se había vuelto insegura por las continuas luchas políticas. Fueron dos de sus sucesores, Benedicto XII y Clemente VI, los principales constructores de la actual maravilla arquitectónica donde encontramos, entre otras dependencias, la sala de conclaves. Lo que no debemos esperar es una decoración suntuosa, como si estuviéramos en Versalles. Veamos enseguida motivo. 

Palacio de los papas de Aviñón

El palacio de Aviñón,tras el regreso de los papas a la ciudad eterna, entró en decadencia. Su deterioro se hizo aún más palpable tras la Revolución de 1789, cuando sufrió el saqueo de las fuerzas anticlericales. La ciudad había pasado de ser un dominio pontificio a formar parte de Francia. El deprecio hacia el patrimonio histórico, por desgracia, no quedó a aquí. Bajo Napoleón, el mismo escenario que había asistido al esplendor prerrenacentista se había convertido en una instalación militar. Los barracones y la prisión poco tenían que ver con los lienzos de los artistas de los siglos XIV y XV. La gran pintura de la época se puede contemplar muy cerca de donde estamos ahora, en el Museo del Petit Palais, con toda una sala dedicada a Botticcelli y un simpático lienzo en el que contemplamos a la Virgen María con un gran bastón. Está salvando del demonio a un pobre niño, todo porque su madre tuvo la mala ocurrencia de mandar al pequeño al diablo, seguramente después que la sacara de quicio con sus travesuras. En el cuadro la mujer también aparece, arrepentida de su imprudente acción.    

Los papas de Aviñón fueron mecenas de la pintura, de la arquitectura, de la música, de la literatura… El poeta Petrarca buscó para Clemente VI manuscritos inéditos de la Antigüedad, sobre todo de Cicerón, con vistas a crear una Biblioteca que debía ser la mejor de Europa. Se dio entonces un acusado contraste entre el esplendor de la cultura y los días aciagos por los que atravesaba un mundo sacudido por la peste negra. El Renacimiento, de esta forma, daba sus primeros balbuceos. 

Tumba de Clemente VI en la abadía de San Roberto de la Chaise-Dieu de Aviñón

Edificios religiosos al sur del país galo

Cuando salimos del palacio, nada mejor, para reponer fuerzas, que La Mirande, un restaurante de la Guía Michelín con unos preciosos jardines desde donde se contemplan los viejos muros medievales que acabamos de abandonar. Si después seguimos camino por el sur del país galo, nada mejor que dejarnos caer por Toulouse. Allí nos espera el convento de los jacobinos, una espléndida muestra del gótico meridional que perteneció, en la Edad Media, la orden de los dominicos. Allí podremos presentar nuestros respetos al filósofo más grande de la Edad Media, Tomás de Aquino, cuyos restos reposan debajo de un altar, en un relicario. Como la residencia papal de Aviñón, también este convento se dedicó a un uso castrense en la era napoleónica. Las heridas del tiempo son palpables en la actualidad, aunque, por suerte, la paz del hermosísimo claustro nos distrae de cualquier pensamiento bélico.   

Altar bajo el cual reposan los restos de Santo Tomás de Aquino

Si vamos algo más allá del convento, hallaremos, junto al río Garona, la Basílica de Nuestra Señora de la Dorada, donde es posible admirar una Virgen Negra. A los edificios religiosos se puede acudir por muchas razones. Por fe, claro, pero también por una inquietud histórica, artística o incluso sociológica. ¿Qué es lo que hace de Lourdes un fenómeno social, un mosaico con gentes de todas las razas y todos los idiomas? Su Santuario es un enorme complejo donde se encuentran tres impresionantes basílicas, incluida una, la de Pío X, construida bajo tierra con descomunales dimensiones, con un techo que parece desafiar a la gravedad. Por la noche, la procesión de las antorchas resulta particularmente impresionante por su formidable estética. 

Aviñón, Toulouse, Lourdes… El arte es largo y las vacaciones cortas. Para otra ocasión queda la ruta de los monasterios, desde el que sirvió para ambientar El nombre de la Rosa hasta el de Yuste, bajo la sombra de Carlos V, sin olvidar las maravillas del gótico catalán. No sabemos realmente quién o qué es Dios, pero uno quiere pensar que se encuentra, por encima de todo, en la belleza.  


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