"Siempre combativo y luchador, nunca tuvo pelos en la lengua" Adiós al último obispo-obrero de la Iglesia española

Antonio Algora
Antonio Algora

"Don Antonio, como le llamaban todos y como sólo se llama a los obispos respetados y queridos, nunca cambió de sitio"

"Tanto es así que, durante años, tuvo que plantarse y hacer frente a los mandamases de Añastro, encabezados por el cardenal Rouco Varela, que querían acabar a toda costa con los movimientos especializados (HOAC, JOC, JEC y Junior), para diluirlos en el marco de la Acción Católica"

"Era franco, directo y de fuertes convicciones. Por eso, era difícil de encasillar y, cuando se terciaba, repartía a diestra y siniestra"

Fue un obispo-pastor sin complejos, un enamorado de la pastoral obrera y una persona con un corazón inmenso. Así o con parecidos términos describen al recién fallecido, monseñor Antonio Algora, sus numerosos amigos. Y quizás siempre se mantuvo fiel a sus tres amores, porque nunca perdió su conciencia de clase.

Don Antonio, como le llamaban todos y como sólo se llama a los obispos respetados y queridos, nunca cambió de sitio. Había mamado desde pequeño el buen olor de las clase obrera, como se llamaba entonces, a los trabajadores. Y con ellos compartió gran parte de su vida desde una de las plataformas católicas de defensa de los trabajadores: Las Hermandades del Trabajo. Una especie de movimiento católico, fundado por Abundio García Román, al que precisamente Algora sucedió en 1978, como consiliario del centro de Madrid.

Sin pretenderlo, Algora pasó de consiliario de Hermandades a vicario de la VIII de Madrid y, de ahí, a obispo de Teruel-Albarracín, en 1985. Y allí estuvo casi 20 años en el Teruel que tampoco existía a nivel eclesiástico. Eran los tiempos de la involución de Juan Pablo II y, en la Iglesia española, pintaban los bastos de Suquía-Rouco-Tagliaferri, que no miraban con simpatía alguna a los movimientos especializados de Acción Católica, con los que él confraternizaba.

Pero eso no le apartaba de su camino, incluso en medio de las chanzas de algunos de sus compañeros obispos. Siempre que, en la Conferencia episcopal surgía algún tema relacionado con el mundo obrero, sus colegas decían: “Eso, para Algora”. Y allí, estaba, sereno e imperturbable, el bueno de Don Antonio, aún sabiendo que su devoción por los empobrecidos era una especie de 'florero' en la conciencia eclesiástica de aquella época.

Tanto es así que, durante años, tuvo que plantarse y hacer frente a los mandamases de Añastro, encabezados por el cardenal Rouco Varela, que querían acabar a toda costa con los movimientos especializados (HOAC, JOC, JEC y Junior), para diluirlos en el marco de la Acción Católica. Querían resucitar la otrora 'mano larga' del episcopado en la sociedad civil. Consiguieron disolver el Junior, pero, con la ayuda de sus aguerridos militantes, Algora y especialmente la HOAC consiguieron parar el golpe e impedir esa fusión.

Al final, lograron que la conferencia episcopal aceptase que los movimientos especializados se integrasen en la Acción Católica, pero sin perder su propia identidad. Una tesis, en la que Algora estuvo acompañado, entre otros, por Elías Yanes, José Sánchez o Juan José Omella.

En 2003, Algora, que había ganado sus galones de obispo serio y comprometido, es trasladado a la diócesis de Ciudad Real. Tampoco es una gran diócesis, pero sale del Aragón olvidado para recalar en La Mancha oculta. Pero allí, al menos sucedía a monseñor Torija, compañero de fatiga en la lucha por una Iglesia del Vaticano II, sin poder y comprometida con los pobres. Y allí estuvo hasta su jubilación, en 2016.

Algora

Ya jubilado se vino a Madrid, para estar cerca de sus 'Hermandades del Trabajo', en cuyo relanzamiento y renovación se implicó a fondo. Y parece que lo consiguió, porque la asociación católica vuelve por sus fueros. Y Don Antonio, se enorgullecía de ello: “Todos sabéis que mi vida de sacerdote y de obispo ha estado ligada a la Pastoral Obrera y del Trabajo”.

Y unos años antes, en 2013, vio su recorrido vital reconocido con la llegada al solio pontificio del Papa Francisco, el de los pobres, el de las tres T (tierra,techo y trabajo). De hecho, solía decir a sus amigos más cercanos, a los que sabía que no se iban a escandalizar, a los que aguantaron a su lado los años de hierro: “Nunca hubiera pensado que pudiésemos tener un Papa así”.

Siempre combativo y luchador, nunca tuvo pelos en la lengua. E igual aseguraba que “el trabajo humano debe ser ante todo principio de vida y no puede ser considerado sin más como un mero factor económico en los procesos productivo y de consumo”, como arremetía contra las series de la tele, a las que acusaba de manipulación. “Lo cierto es que no hay derecho a la manipulación que se está haciendo de los niños y niñas de nuestra sociedad con series y fotonovelas realizadas con los mejores niveles de calidad cinematográfica y que, por lo que sé, enganchan a padres e hijos educándolos en los peores sentimientos: en el rencor, en la venganza, o en la temprana aventura amorosa…”

Era franco, directo y de fuertes convicciones. Por eso, era difícil de encasillar y, cuando se terciaba, repartía a diestra y siniestra. Por ejemplo, cuando comparó a Zapatero con Calígula por impulsar el matrimonio gay. “Si Zapatero vuelve a ser el Calígula de la época del siglo II, allá él. Sin duda alguna, la gente tendrá que aprender quién era Calígula y las costumbres que impuso en Roma, así de sencillo”, decía.

Aunque, a renglón seguido, añadía que “la Iglesia ha tenido siempre homosexuales como fieles devotos y, desde luego, los seguimos queriendo y siguen estando entre nosotros”. Por si alguien le interpretaba mal.

Se va el último obispo-obrero: un gran pastor, un excelente cristiano y, sobre todo, una buena persona. Aunque su lucha por los desfavorecidos, su tesón, su personalidad clara y transparente permanecerá por mucho tiempo en la memoria de la Iglesia española. ¡Hasta mañana en el altar, Don Antonio!

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