Blázquez rompe el silencio y aventa la esperanza
Ha tenido que salir, desde Valladolid, el vicepresiente a poner las cosas en su sitio. Y a dejar claro, con unas pocas palabras y la oferta de un gesto, que la Iglesia española no sólo está al pié del cañón como la que más socorre a los pobres, no sólo presume de Cáritas, sino que, además, tampoco tiene empacho en arrimar el hombro para sostener a un país que se tambalea. Con el IBI, con las tasas de basura y con lo que haga falta. Que para algo quiere ser luz y sal. Y hacer gala de la ejemplaridad que los políticos predican para los demás, pero no viven.
Hace tiempo que algunos creyentes venáimos pidiendo este tipo de palabras y este tipo de gestos. Por coherencia y por el bien de la propia institución. Sin por eso querer marcar la agenda a nadie, que es la lectura que algunos hacen de nuestros comentarios. Avisando, simplemente, desde esta atalaya privilegiada de RD (rompeolas de las diversas sensibilidades eclesiales), de lo que consideramos la mejor manera de ser y hacer Iglesia en el momento actual.
Gracias, monseñor Blázquez, el obispo tímido y sensato, el líder en la sombra (nunca le gustó el relumbrón) de la corriente moderada mayoritaria (queremos creer) del episcopado. Un obispo nada progresista, pero sencillo, dialogante y que no ha renunciado al "espíritu del Vaticano II". Con todas las cautelas necesarias, pero sin nostalgias involutivas. Un obispo que, tras su largo recorrido (tanto en Bilbao como en la presidencia de la CEE) no tiene nada que desmostrar. Ni que perder. Sólo mucho que ganar para la Iglesia.
¡Qué buen líder sería con un poco más de arrojo, de mordiente, de audacia! Un paso más, Don Ricardo, porque, como bien sabemos todos, la Iglesia española necesita, hoy más que nunca, tener voz y presencia social. Y dar esperanza a nuestra gente. Y necesita también, hacia adentro, poder respirar, reír y llorar y discrepar y dialogar sin que nadie te tache de hereje y quiera retirarte el carnet de católico y arrojarte a las "tinieblas exteriores".
Gracias, Don Ricardo, por abrir una ventana a la esperanza.
José Manuel Vidal