El nuevo obispo de Zamora fundó la misión diocesana murciana en Bolivia Fernando Valera, misionero de ida y vuelta

Fernando Valera
Fernando Valera

Especialista en el filósofo Emmanuel Lévinas y en teología espiritual

En 1991, se va a El Alto (Bolivia) y, con otro sacerdote, abren una misión atendida por la diócesis de Murcia

Como sacerdote, ha corrido mucho y por muchos sitios. Quizás porque fue, durante un tiempo, el típico cura tapagujeros, a los que los obispos utilizan para apagar los fuegos clericales

Siempre cauto, nunca dejó de formar parte del establishment clerical, donde supo moverse con facilidad, hasta llegar a ser un cura respetado y con prestigio

Siempre contó con el favor de los diversos obispos que por Murcia pasaron en las últimas décadas y, además, con buenos amigos fuera de la diócesis. Tanto en los ámbitos eclesiásticos como civiles, empezando por círculos cercanos a la Casa Real y el presidente de la UCAM

¿Hay banquillo sacerdotal, para poder desechar las ternas del anterior Nuncio, Renzo Fratini, y adecuarlas al papado de Francisco y a la nueva jerarquía que necesita una Iglesia en salida y samaritana? Fernando Valera Sánchez (Bullas, Murcia, 1960), obispo electo de Zamora, demuestra que sí: que el Nuncio Auza tiene mimbres sacerdotales suficientes para confeccionar el nuevo cesto episcopal español.

Hijo de José y de Catalina, creció en Bullas junto a sus dos hermanos, en el seno de una familia humilde. Fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de esta localidad en la solemnidad de san José de ese mismo año. En 1977, ingresó en el Seminario San Fulgencio de la Diócesis de Cartagena, entonces en Granada, y realizó los estudios eclesiásticos en la Facultad de Teología de Granada, regentada por los jesuitas. Y de hecho, el 'marchamo' jesuita le acompañará siempre en su vida intelectual. El 3 de abril de 1983 fue ordenado diácono en la ciudad de Murcia y recibió el Orden Sacerdotal el 18 de septiembre de 1983 en su localidad natal.

En 1987 obtuvo la licenciatura en Filosofía por la Universidad de Murcia, cursando además el programa de doctorado Razón, discurso e historia en la Filosofía Contemporánea. Consiguió en 1995 la licenciatura en Teología Espiritual por la Universidad Pontificia de Comillas y en 2001 el doctorado en Teología por la misma universidad.

Ha publicado varias obras, como 'En medio del mundo. Espiritualidad secular del presbítero diocesano' y 'El Espíritu Santo y la vida del presbítero', amén de otras muchas colaboraciones en congresos y diversos artículos de revistas especializadas.

Lorca Planes y Valera

Como sacerdote, ha corrido mucho y por muchos sitios. Quizás porque fue, durante un tiempo, el típico cura tapagujeros, a los que los obispos utilizan para apagar los fuegos clericales. La única parroquia estable en la que estuvo fue la de Molina de Segura, donde hizo un trabajo de pastoral juvenil muy interesante. De allí pasó a la parroquia de Mazarrón, pero, ya entonces, el 'veneno' de misiones le bullía por dentro y, por fin, en 1991, se va a El Alto (Bolivia) y, con otro sacerdote, abren una misión atendida por la diócesis de Murcia.

A la misión boliviana se dedicó en cuerpo y alma y, de hecho, la misión fue todo un éxito. Pero su sueño misionero se vio pronto truncado, por culpa de una 'poliglobulia', un exceso de glóbulos rojos, que comúnmente se llama 'sangre espesa'.

Y tuvo que regresar a Murcia con su sueño misionero roto, porque su corazón no aguantó el mal de altura, pero con su celo apostólico intacto. Misionero de ida y vuelta, el obispo le encargó la parroquia de Aljezares, de la que tuvo salir por el acoso al que le sometía una mujer, que decía estar enamorado de él. Y el caso fue 'carne' de crónica de los periódicos de la época.

Valera provechó la situación para pedirle al obispo que le mandase estudiar a Roma y ampliar estudios. Porque, a pesar de ser un pastor entregado, nunca había dejado de lado su faceta de filósofo e intelectual. En este campo, centró sus estudios en la filosofía de Emmanuel Lévinas. En Roma, en cambio, dio un giro a sus estudios, para centrarlos en la espiritualidad sacerdotal, de la mano de los franciscanos, en el Antonianum.

Valera
Valera

Cuando está convencido de una cosa, la persigue hasta el final y persevera en su idea, poniendo todos los medios para conseguir sus fines. Siempre cauto, nunca dejó de formar parte del establishment clerical, donde supo moverse con facilidad, hasta llegar a ser un cura respetado y con prestigio. Tanto en Roma como en España, donde siempre supo granjearse la amistad del alto clero. Amistades en todo el arco eclesiástico: desde los jesuitas a los cardenales que mandaban en la España de los 90. Quizás por eso, era uno de los asiduos de las famosas ternas episcopales desde hace años.

A la vuelta de Roma, estuvo poco tiempo en la parroquia de Puente Tocino, para recalar en la de Javalí Nuevo, donde tuvo la mala suerte de que se le cayese la iglesia y, por lo tanto, tuvo que dedicarse a reconstruirla. Y, según sus feligreses, no sólo reconstruyó el templo físico, sino también el espiritual, con un gran trabajo pastoral en el pueblo.

Su buen hacer pastoral le lleva a convertirse en vicario episcopal de la zona suburbana I, donde durante años puso en marcha diversas iniciativas para tratar de coordinar al clero, algo nada fácil, porque los curas están acostumbrados a ir por libre. Sus cualidades personales y su especialidad en espiritualidad sacerdotal le conducen al cargo (siempre delicado y de máxima responsabilidad en una diócesis) de director espiritual del seminario. Y de los dos seminarios: del Mayor y del Menor. Es decir, una veces el 'filtro' y otras, 'paño de lágrimas' de los futuros curas.

Valera
Valera

Con ese bagaje a sus espaldas, le cae la mitra, sin que la haya buscado, al menos abiertamente. Eso sí, siempre contó con el favor de los diversos obispos que por Murcia pasaron en las últimas décadas y, además, con buenos amigos fuera de la diócesis. Tanto en los ámbitos eclesiásticos como civiles, empezando por círculos cercanos a la Casa Real. Y, por supuesto, es amigo de José Luis Mendoza, el presidente de la UCAM, donde le publicaron su tesis doctoral.

Están de enhorabuena en Zamora, una diócesis pequeña pero histórica, que recibe a un pastor atento, sencillo, preparado intelectualmente, con experiencia de gobierno y, sobre todo, con experiencia pastoral contrastada, tanto en parroquias como en el seminario. Y a éste último tendrá que dedicar sus afanes. Zamora cuenta en estos momentos tan sólo con tres seminaristas, que están estudiando en Salamanca. Cifra escasísima, que ni siquiera garantiza el relevo generacional del clero.

En Zamora hay actualmente 83 curas en activo, de los cuales solo 34 tienen menos de sesenta años. Y la edad media de los sacerdotes que están en activo en la provincia de Zamora es de setenta años. Y eso que la diócesis cuenta con 303 parroquias, muy dispersas y con escasa población. Más de dos terceras partes tienen menos de quinientos habitantes. Muchos rediles con pocas ovejas y escasísimos pastores.

¿Será capaz el nuevo pastor de poner coto a esta dinámica, que conduce a la desaparición casi total de los sacerdotes en poco años? Ganas no le faltan. Y sintonía con los vientos que soplan de Roma, tampoco. "Me pondré a caminar con vosotros en un estilo sinodal y a servir siempre con alegría. Las Bienaventuranzas son nuestro camino, pues en ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas (GE 63)". ¡Que Dios le bendiga, monseñor!

Valera

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