El Papa "acosado", Martini y la reforma de la Curia

Dos columnas de la Iglesia moderna. Ratzinger, el Papa, y Martini el cardenal, al que en Italia llaman "rosso" (color de la púrpura y de la bebida con la que comparte el nombre), aunque valía para llegar a ser "bianco" (con el blanco de la sotana papal). Dos viejos amigos, con profundas diferencias en cuanto a la governanza y a la forma de ser y de estar de la Iglesia en el mundo moderno. Dos grandes intelectuales, que, en los momentos duros de la institución, aparcan las diferencias y cierran filas. Y Pablo-Martini visitó a Pedro-Ratzinger en Milán. Simplemente, para apoyarlo y ayudarle a llevar la cruz de los que, en la Curia, están sometiendo a la Iglesia a la vergüenza del mundo.

Los dos están ya ancianos y enfermos. Más tocado Martini, que se desplaza en silla de ruedas, apenas oye y le cuesta mucho hablar. Víctima de un parkinson, contra el que viene luchando desde hace años. El encuentro, en el antiguo palacio milanés de Martini, duró poco. Apenas 7 minutos. Sin foto, sin periodistas. Un encuentro en la intimidad entre las dos alas de la Iglesia, que se unen, cuando algunos, en la casa del Papa, parecen dispuestos a hacer zozobrar la barca de Pedro. Para gobernarla a su antojo.

Dos hombres de Dios, líderes natos de las dos sensibilidades eclesiales, que nunca buscaron ni lucharon por el poder. Y que, si asumieron sus responsabilidades, fue siempre en clave de servicio.

Siete minutos para mirarse a los ojos y, quizas, compartir el dolor. Siete minutos en los que los ojos de ambos se humedecieron y sus corazones latieron al unísono. Porque es más, mucho más lo que les une que lo que les separa. Unidos siempre, por encima de las diferencias. El viejo Martini, casi mudo, quiso tener un gesto público de cardenal jesuita siempre fiel y obediente al Papa. Y el Papa Ratzinger se lo agradeció en el alma.

Ejemplo y testimonio elocuente de dos "grandes" para el común de los mortales. Y, sobre todo, para los "cuervos" de la Curia.

Quizás Martini animase al Papa Ratzinger a que saque de los cajones de la mesa de su despacho el proyecto de reforma de la Curia romana, preparado, hace ya unos años, por el difunto cardenal Francesco Pompedda. Una reforma para adecuar la Curia al mundo de hoy, restarle poder y hacerla más evangélica.

¡Ánimo, Santidad! Sería uno de los máximos favores que podría hacer a la Iglesia. A la de hoy y a la de mañana. El antitestimonio de una Curia mundana, nído de viboras y cuervos, echa por tierra cualquier otro mensaje que de su Casa salga. ¡Limpie su Casa, Santidad, y reforme la Curia, que Dios le ayudará! Y la oración ferviente de todos los católicos, hartos de sentirse avergonzados por unos cuantos curiales carreristas.

José Manuel Vidal
Volver arriba