Francisco tendrá que buscar la total igualdad de la mujer en la Iglesia, a todos lo niveles y en todos los estamentos El Papa 'enjaulado' por la pandemia tendrá más tiempo para centrarse en las reformas internas que urgen en la Iglesia

El Papa 'enjaulado' y con los pobres
El Papa 'enjaulado' y con los pobres

“Francisco dio al anquilosado corazón de la Iglesia un chute de esperanza”

"El Papa y el 'santo pueblo de Dios' que reman en la misma dirección, en una nueva y única oportunidad histórica, que hay que aprovechar"

"El cuerpo eclesial está listo para un acelerón en dos ámbitos especialmente: organizarse de otra forma y volver a conectar con los signos de los tiempos"

"Poner en marcha el proceso de revisión de todo el andamiaje de la moral sexual, que no cumple ya ni los católicos más convencidos, en una auténtica apostasía moral silenciosa"

La Iglesia católica, esta Iglesia tal y como la conocemos y la vivimos, hace aguas por todos los poros de su enorme cuerpo avejentado. Esta Iglesia tal y como la conocemos se cae por su propio peso. Está moribunda, aunque la herencia acumulada de siglos todavía la hace parecer pintona. Pero la verdad es que pierde gente a raudales, se puebla solo de cabezas plateadas y sus cuadros dirigentes clericales no tienen relevo. Una organización con este diagnóstico está condenada a la desaparición. Y el Papa Francisco lo sabe.

Y también sabe que la Iglesia es algo más que una multinacional y que su 'dueño y señor' es el Espíritu Santo. Por eso puso la barca eclesial en sus manos, pero sin echarse a dormir. A Dios rogando... Francisco quiere y está decidido a reformar la Iglesia, para adecuarla a los signos de los tiempos y para que pueda seguir dando sentido a la vida de la gente con el Evangelio del Nazareno, que optó preferencialmente por los pobres.

Llegó hace siete años como un huracán renovador y purificador, que volvió a desentumecer los músculos atrofiados de la vieja institución y le dio a su anquilosado corazón un chute de esperanza. Con su sonrisa, lo cambió todo. Normalizó el papado, lo humanizó y comenzó a dirigir el timón de la Iglesia hacia lo esencial: la misericordia.

Y, acostumbrado a predicar con el ejemplo, no sólo cambió los ejes teóricos, sino que llevó a su propias vida la conversión pastoral que pide a todos. Dejó el palacio apostólico por una residencia de curas, asumió la austeridad, arrampló con las ínfulas imperiales y se refugió en la sencillez de sus viejos zapatones o de su cartera que lleva él mismo, a pesar de que sus edecanes se pegan por cogérsela.

Francisco y los pobres

Y de pronto, la vieja Iglesia fue la única institución global que, tras la crisis (aquella primera crisis, que ya nos parece tan lejana), consiguió refundarse. El entonces presidente francés, Sarkozy, avanzó aquello de que había que refundar el capitalismo. Pero ni el capitalismo ni el sistema financiero ni la ONU ni ninguna otra institución global fue capaz de regenerarse como lo hizo la Iglesia, con la elección de un Papa “venido del fin del mundo”.

Un Papa que, desde su salida a la logia vaticana para saludar a los allí presentes por vez primera, se metió a la gente en el bolsillo y, en poco tiempo, se convirtió en el gran líder mundial, en la autoridad moral del mundo, en el icono blanco de la esperanza hacia el que se ha vuelto la gente. Toda la gente del mundo. Los ricos y poderosos (algunos, para hacerle la contra) y, sobre todo, los pobres y los humildes, que encontraron en Bergoglio al Papa de los descamisados.

Sentó a dialogar a los líderes mundiales enfrentados, firmó paces, selló alianzas en busca de las tres T (tierra, techo y trabajo), puso en solfa al sistema capitalista “que mata”, clamó por la dignidad de los emigrantes y refugiados. E intentó cambiar el mundo. Revolucionario hacia afuera.

Iglesia soñada

¿Y hacia adentro? La reforma de la institución fue una de las encomiendas del precónclave. Los cardenales saben que refundar la Iglesia exige reformarla a fondo, cortándole las alas del poder a la poderosísima Curia romana y convirtiendo a las curias diocesanas en 'hospitales de campaña' y en Iglesias samaritanas.

Y Francisco se puso a 'reparar' la Iglesia de nuevo. Igual que, hiciera Juan XXIII en el otoño de 1962, cometiendo la locura de poner en marcha la primera sesión del Concilio Vaticano II. El Papa Bueno puso las bases del aggiornamento eclesial, que continuó Pablo VI de 1963 a 1965. Entonces, como ahora con el Papa Francisco, la revolución en la Iglesia viene, a la vez, de arriba y de abajo. En un movimiento bipolar imparable: el timonel ha puesto proa a la primavera y los marineros reman entusiasmados por el olor de lo nuevo y la frescura del viento de los signos de los tiempos en la cara.

Cúpula y bases, de nuevo unidas. El Papa y el 'santo pueblo de Dios' que reman en la misma dirección, en una nueva y única oportunidad histórica, que hay que aprovechar, porque esta conjunción de sinergias no es algo habitual.

Iglesia soñada

La nieve de la cima tiene que bajar al valle y derretirse. Como buen jesuita, siempre atento al discernimiento, Francisco apuesta por un proceso lento, equilibrado y sosegado. Para que no tenga marcha atrás. Para que no vuelva a florecer la involución. Convencido como está de que “el tiempo es superior al espacio”. Es decir, que ocupar espacios a través del poder es relativamente fácil y rápido para un Papa, que sigue siendo el monarca absoluto de la Iglesia. Pero igual que se ocupan se desocupan. Para que los procesos cuajen y se tornen irreversibles es necesario apostar por el tiempo, por los procesos, que siempre son más lentos y exasperan a los más ansiosos.

El tiempo lento de maduración de los procesos implica, asimismo, momentos de aceleración, de golpes, de sacudidas. Y el Papa 'enjaulado' por la pandemia (como él mismo ha reconocido), sin posibilidad de viajar y de mezclarse con la gente, tocarla, acariciarla, abrazarla, consolarla y animarla, puede aprovechar la ocasión para meter la directa en las reformas ad intra.

Tras siete años de preparación, el cuerpo eclesial está listo para un acelerón en dos ámbitos especialmente: organizarse de otra forma y volver a conectar con los signos de los tiempos. Las reformas organizativas parece que se vienen con los cambios en la Curia romana, que, después, deberán copiar las curias nacionales y diocesanas de todo el mundo. En este ámbito y, como signo de esta nueva primavera organizativa, nos gustaría ver cardenales y nuncios laicos. O la abolición de las mitras, como Pablo VI abolió la tiara o la silla gestatoria, que usó por última vez Juan Pablo I.

Iglesia soñada

En cuanto a los nuevos signos de los tiempos, Francisco puede acelerar durante este tiempo de enjaulamiento en cuatro campos fundamentales. El primero: desclericalizar realmente la Iglesia, dotándola de nuevos ministerios laicales, para cortar la hierba bajo los pies a los funcionarios de lo sagrado. El segundo, poner en marcha el proceso de revisión de todo el andamiaje de la moral sexual, que no cumple ya ni los católicos más convencidos, en una auténtica apostasía moral silenciosa.

El tercero, convertir las parroquias en comunidad de comunidades, encarnadas en barrios y pueblos, sin anclajes territoriales y con agarraderas en grupos de hermanos, unidos por afinidades. Y el cuarto (quizás el más urgente): la total igualdad de la mujer en la Iglesia. A todos lo niveles, en todos los estamentos. Y, lógicamente, también en el altar y en el colegio cardenalicio y en la posibilidad de que una de ellas pueda ser Papisa. Sin esta dignificación de la mujer en la Iglesia, no habrá presente ni futuro para ella, porque seguirá huérfana de credibilidad social. Y sin credibilidad, no hay confianza. Y el contrato social del santo pueblo de Dios con su Iglesia se basa en la confianza, en la fraternidad, en la misericordia y en el amor. Pero, amor con obras.

Francisco tendrá que seguir quizás un año o, en el mejor de los casos, varios meses (hasta que se encuentre y se aplique una vacuna que funcione contra la pandemia) 'enjaulado': un 'kairos' para acelerar sus reformas, sabedor de que, en alas del Espíritu, nadie puede parar la primavera.

Papa Francisco

Volver arriba