El 'adiós' del secretario general del episcopado

Está feliz y se le nota. El todavía secretario general del episcopado, José María Gil Tamayo, deja una pesada carga y asume otra, la de obispo electo de Ávila, que puede depararle más miel que hiel. Atrás deja su paso de más de quince años por la 'Casa de la Iglesia', sede de la Conferencia episcopal, donde entró como director del secretariado de Medios y fue escalando posiciones hasta llegar a la cúspide: la secretaría general y la portavocía de la institución que representa ante la sociedad a la Iglesia española.

Antes de poner rumbo a la ciudad de la Santa, Gil Tamayo quiso despedirse del colectivo de periodistas que cubrimos habitualmente la información religiosa. El colectivo de sus penas y alegrías. El instrumento necesario para comunicar la agenda de la jerarquía española a la sociedad y, al mismo tiempo, el sistema de control del poder eclesiástico. Porque, para los medios, la Iglesia, como institución humano-divina, es un poder, al que hay que controlar, como se controla al ejecutivo, al legislativo o al bancario. Y de hecho, los obispos le temen más a los medios que al infierno.

La verdad es que en esta constante relación de amor-odio con una de nuestras principales fuentes de información, José María Gil, supo ganarse la confianza de muchos de nosotros. Y a la cita acudimos una treintena de profesionales. Y eso que el briefing con el secretario general coincidía con la clausura de la Asamblea de la Confer.

Han sido para él, cinco años de brega constante con la prensa. Lo acogimos como una primavera esperada tras el duro invierno de su predecesor, monseñor Martínez Camino, que jugaba a poner banderillas a los profesionales, cuando no a reírse abiertamente de ellos, mientras presumía de su capacidad para soltar titulares a manta. Se gustaba, pero disgustaba y cada vez que salía en los medios, bJaba el pan de la credibilidad de la Iglesia.

José María venía del cónclave que eligió a Bergoglio, donde, de la mano del gran Federico Lombardi,se consagró como una 'estrella' de la comunicación vaticana y, como consecuencia de ellos, a su vuelta recogió la cosecha: Los obispos españoles le eligieron su secretario general y su portavoz.

En una institución tan jerarquizada como la Iglesia, el hecho de que Gil Tamayo fuese sólo sacerdote jugó en su contra y le dejó con un menor margen de maniobra, que solventó como pudo. A pesar de todo, consiguió rejuvenecer los cuadros de 'Añastro' y mejorar la gestión de la 'Casa de la Iglesia'. Hacia afuera, como él mismo reconoció en su despedida, optó por “un perfil bajo”, porque cree que “la sobreexposición mediática no es buena para una institución como la Iglesia”.

Cercano y afable en las distancias cortas, se prodigó poco en los medios (a RD no le concedió una sola entrevista en sus cinco años como secretario general) y, además, obligó a todos los directores de secretariados de la Casa de la Iglesia a pedir permiso para poder hablar con los medios.

En las ruedas de prensa, trataba de capear el temporal como mejor podía y sabía. Siempre preocupado por el equilibrio y la equidistancia, solía mantener una tesis y casi la contraria en cada una de sus respuestas, con lo que los profesionales, a veces, no sabíamos a qué atenernos a la hora de titular o informar.

Y, fiel a esa dinámica, se despidió con una entrevista a la agencia Efe, en la que, por un lado, reconoce el “silencio cómplice” de la Iglesia española ante los abusos del clero y, por el otro, intenta matar al mensajero y acusa a los medios de cebarse sólo con la Iglesia y a la sociedad civil de poner en marcha una “inquisición laica” contra la institución eclesiástica.

Se va, pues, en un momento muy delicado, en que los casos de pederastia del clero pueden explotar a lo grande y la presión de los medios se tornará creciente. Gil Tamayo ha cumplido su misión y ha recibido un premio extraordinario por ello: el obispado de Ávila. Y se va, dando las gracias a los medios y pidiendo disculpas por sus errores. Con naturalidad y sencillez.

Se va a un diócesis mediana, coqueta, con Universidad y buenos cristianos castellanos viejos, entre los que cuenta al teólogo Olegario González o al mismo cardenal Blázquez. Tomará posesión el 15 de diciembre. Apuró los plazos por una causa de fuerza mayor: su hermano, también sacerdote, sufre una grave enfermedad y, como es lógico, quiere acompañarlo en el acto, en el que también estará presente su madre, de 89 años y con total lucidez. Y el todo Extremadura, con su presidente, Fernández Vara, a la cabeza. Un presidente socialista, que no esconde ni se avergüenza de ser católico, en una época de catolicismo vergonzante para parte importante de nuestras élites.

Compró sus arreos episcopales en una tienda romana que estaba de rebajas. Eso sí, lucirá un anillo regalo de su madre, un báculo que le regaló monseñor Montero, el arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, que fue el que lo mandó estudiar periodismo, se lo trajo a Madrid y lo promocionó y ayudó durante muchos años.

El pectoral que lucirá es el del Papa Francisco, de níquel, con la imagen del buen pastor. Según contó Gil Tamayo, la idea originaria del ya famoso pectoral, que identifica a los obispos francisquitas, se le ocurrió a su amigo, el actual obispo de Cúcuta (Colombia), monseñor Ochoa Cadavid, cuando era secretario de monseñor Cipriano Calderón. En alguna ocasión el entonces diplomático colombiano coincidió con el cardenal Bergoglio en Roma y le regaló uno de sus pectorales con la imagen del buen pastor. El cardenal de Buenos Aires lo adoptó y ya nunca lo dejó.
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