El paso en falso de Argüello lanza a la Iglesia otra vez al barro político

"Si la Iglesia española quería salir del estercolero de la politización y ganar espacio como voz moral y sanadora, este no era el camino"

Sánchez y Argüello
Sánchez y Argüello

Luis Argüello ha conseguido lo que parecía imposible: devolver a la Iglesia española al barro de la trinchera partidista justo cuando más necesitaba altura, serenidad y distancia evangélica. No es casualidad ni accidente aislado. Es el resultado de un liderazgo sin cintura, de un carácter que confunde claridad con trazo espantoso, y de una autopercepción inflada: muchos obispos le consideran “más inteligente que la media episcopal” y él parece habérselo creído. El problema es que, cuando uno se cree el más listo de la sala, deja de escuchar, deja de medir, y termina metiendo a toda la institución en una trifulca que otros provocan, pero que la Iglesia paga.

Argüello nunca ha sido un líder de maneras finas. Buen predicador, hábil con los conceptos, pero sin instinto de estadista eclesial, ha optado una vez más por bajar a la Iglesia a la arena política en el peor momento imaginable: con un Gobierno herido, quizás de muerte, que solo necesitaba una chispa para victimizarse y rearmarse frente a un enemigo perfecto, la Iglesia de siempre, la que se decanta por una parte política.

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Argüello

Y ahí ha aparecido él, ofreciendo al PSOE una oportunidad de oro —una “bandeja de plata”— para cambiar el marco del debate: de sus problemas internos y su desgaste social a la vieja confrontación con la jerarquía católica. El manual básico de la política dice: nunca des munición gratis a quien esté contra las cuerdas. El manual evangélico añade: mucho menos si el precio es arrastrar a la Iglesia al ring.

Lo paradójico es que del propio currículum biográfico de Argüello se desprende que sabe bien lo que significa la complejidad política. De joven, cuentan, estuvo muy cerca del Partido Comunista, cuando no militaba directamente en él. Conoce las claves, las palabras, las batallas.

Por eso desconcierta más aún su torpeza actual: no es ingenio, es una opción. Esa “salida de pata de banco” lo delata: sus reflejos conservadores le pueden. Y, como dice el Evangelio, “de la abundancia del corazón habla la boca”. Su corazón, hoy, suena más a trinchera cultural que a hospital de campaña, más a indignación ideológica que a discernimiento pastoral.

La prueba del despropósito está en que hasta uno de los obispos más prudentes y menos dados al ruido, el arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, se ha visto obligado a salir a desautorizarlo públicamente. Planellas —cada vez más percibido como una de las voces proféticas del episcopado español y lanzado a suceder a Omella en Barcelona— ha tenido que recordar, con elegancia pero con claridad, que no todos comparten la estrategia del presidente de la CEE.

Argüello

Cuando un arzobispo conocido por su mesura siente que tiene que marcar distancias, es que el incendio ya huele demasiado fuerte. Y eso deja a Argüello en evidencia: no como líder que suma y cohesiona, sino como dirigente que divide por arriba y enreda por abajo.

El daño no es solo interno. Al Gobierno le ha venido la bronca como caída del cielo: permite rescatar el viejo relato de “la derecha eclesiástica” para tapar sus crisis internas, rearmar bases, activar recursos emocionales y presentar cualquier crítica desde la Iglesia como reacción de privilegios heridos de los sectores más ultras.

Argüello ha hecho justo lo que cualquier analista mínimamente perspicaz desaconsejaría: mover ficha tarde, mal y a destiempo, logrando que el foco se desvíe del Evangelio —los pobres, los abusados, los descartados— para colocarlo donde más cómodos están los estrategas de partido: en la guerra cultural.

Un buen líder sabe leer los tiempos, medir el impacto de cada palabra y, sobre todo, distinguir cuándo una intervención construye y cuándo solo sirve para alimentar el ruido. Un buen líder eclesial sabe que la Iglesia no puede ser usada —ni dejarse usar— como coartada ni como sparring de nadie.

Argüello, en esta ocasión, ha demostrado lo contrario: falta de cálculo, el exceso de impulso y una preocupante incapacidad para comprender que, en el contexto actual, cada declaración suya no es solo “opinión personal”, sino dinamita en manos de quienes llevan años deseando dinamitar la credibilidad de la Iglesia.

Argüello y Bolaños

Traducción: si la Iglesia española quería salir del estercolero de la politización y ganar espacio como voz moral y sanadora, este no era el camino. Y si el presidente de la CEE no es capaz de verlo, quizás haya llegado el momento de preguntarse si el problema no es solo lo que dice, sino el tipo de liderazgo que ejerce. El capelo se aleja inexorablemente del arzobispo de Valladolid.

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