Para nosotros, las dos figuras del año 2020 son dos profetas: Casaldáliga y Francisco El año que perdimos a Casaldáliga, el penúltimo profeta, y ganamos al Papa de la esperanza

Casaldáliga
Casaldáliga

Este año 2020 el Papa del pueblo volvió a demostrar que su carisma está por encima de cualquier contingencia

Dos profetas: Casaldáliga y Francisco. Uno que se fue, pero sigue vivo en sus causas, que son las causas de los pobres. Y otro que continúa protegiendo a los descartados y señalando con el dedo al neoliberalismo y al “capitalismo que mata”

la pandemia volvió a demostrar que el Papa es incombustible y, una vez más, se volvió a reinventar, haciéndose más presente que nunca a través de los medios de comunicación

¿Y en la Iglesia española? Entre la ilusión despertada por la nueva dupla dirigente (Omella-Osoro) y la decepción parcial del Nuncio Auza

Fin de año. Hora de echar la vista atrás y hacer balance. Cada cual desde su perspectiva, destaca hitos, momentos y personajes. Para nosotros, las dos figuras del año 2020 son dos profetas. Uno, Pedro Casaldáliga, el poeta-pastor del Araguaia, el penúltimo profeta de los pobres, de los indios, de los oprimidos, de todos los parias de la tierra. El otro, el Papa Francisco, que, como Moisés en el Mar Rojo, se puso en pié en medio de la tormenta global de la Covid. Para gritar al mundo que, si surcamos la tempestad con los remos de la misericordia y la fraternidad, volverá a salir el sol. Adiós al profeta de la Justicia y honor al Papa de la Esperanza.

Tuve la inmensa suerte de conocer y querer a ambos. Primero, en la distancia, con el cariño que envuelve el corazón del que admira a los eclesiásticos-servidores, a los que predican y dan trigo, a los que nunca pierden los Cristos y se entregan a fondo perdido. Y, después, en la cercanía. A Don Pedro lo visité en el verano de 2018, en su casita de Sao Felix, y compartí con él silla en el patio y mesa y mantel en la cocina durante una semana.

Un tiempo de gracia, para empaparme de su presencia y recorrer sus santos lugares. Desde el río Araguaia, hasta la gran isla de los indios Xavantes, pasando por el pequeño museo que contiene sus fotos y sus poemas y escritos, su catedral-parroquia de barrio, con el gran mural de Maximino Cerezo, o su pequeña y linda capillita, donde pude asistir a una de sus últimas concelebraciones de la eucaristía.

Con Casaldáliga

Así comenzaba mi crónica del día de su muerte, recordando mi estancia junto a él:

Cuando cogí su mano fría y larga de dedos delgados y huesudos de pianista entre las mías, sentí un estremecimiento por dentro. Pensé que estaba acariciando la mano de un obispo-profeta, defensor de las causas más nobles de los oprimidos, símbolo de la lucha por la justicia en todo el mundo y abanderado de la teo-praxis de la liberación. Sentado al otro lado de Don Pedro Casaldáliga, el Padre Ángel, siempre rápido, puso palabras al embrujo del momento: “Estamos tocando carne de santo”.

Hace dos años, acompañado por el fundador de Mensajeros de la Paz, tuve la suerte no sólo de estrechar la mano de Casaldáliga, sino también de comer a su lado y compartir su rutina diaria durante una semana, en su casita de ladrillo y uralita, cuidado con primor por sus tres hermanos agustinos.

Le recuerdo en su silla baja, siempre ladeado hacia la derecha, con sus manos temblorosas y sus ojos siempre envolventes, y su paño amarillo, para secarse la saliva que, a veces, se le escapaba por la comisura de los labios, mientras intentaba balbucear unas palabras, que sólo entendíamos con la 'traducción' de Saraiva o de Valenzuela, dos de sus compañeros agustinos que lo acompañan desde hace años.

Con Casaldáliga, en su capilla

Hablaba poco y miraba mucho, asentía a lo que decíamos, siempre a las órdenes del Parkinson, "mi superior general, porque siempre hago lo que él me ordena", como confesaba siempre con una mezcla de realismo y resignación. En nuestra estancia con el obispo de los indígenas, hubo varios momentos de esos que se te quedan clavados en la memoria para siempre.

Porque Casaldaliga es un obispo querido del pueblo, al estilo de Helder Camara, Leónidas Proaño, Enrique Angelelli o Samuel Ruiz. El pueblo lo hizo suyo, porque se encarno en él, lucho por él y defendió siempre sus causas. Aún a riesgo de su propia vida. Allí mismo, en su catedral, me contaba Saraiva que una vez se salvó por los pelos, porque le confundieron con el también misionero Joao Bosco, tiroteado sin piedad por los militares de la dictadura.

Sepultura de Casaldáliga

Después, estuvo muchas veces en riesgo, pero siempre protegido por el escudo del pueblo. Porque la gente sabe quién es de los suyos de verdad y no sólo en la teoría de las bellas palabras. Y, quizás, por eso, Casaldáliga no fue un obispo al uso. Ni siquiera en el momento de su consagración episcopal, en la que los símbolos del poder se transformaron en iconos del servicio. Su báculo, un remo de los pescadores del Araguaia; su mitra, un sombrero de paja de ala ancha sertanejo y su anillo, uno de tucum, el anillo de palmera que llevan los más humildes.

Casaldáliga y el Padre Ángel

Su opción radical por los empobrecidos y por el evangelio sine glosa le llevó a ser perseguido dentro y fuera de la Iglesia. Fuera, le defendía el pueblo, pero dentro, apenas tenía defensores ante las acometidas de Juan Pablo II y de su entonces prefecto de Doctrina de la Fe, cardenal Ratzinger. El Papa y su número dos le acusaban nada menos que de no residir en su diócesis. Cuando sólo salió de ella en contadas ocasiones, para defender la revolución sandinista o la revolución cubana. Y ése fue el gran 'pecado' del que lo acusaban sin decirlo: intentar casar la hoz y el martillo con la cruz o intentar buscar el comunismo cristiano de los primeros cristianos.

Santo de a pié, místico con los pies descalzos en la tierra roja, toda la gente que vi acercarse a él durante la semana que estuve a su lado lo hacía con tanta unción y reverencia como si fuese un santo vivo. El santo del pueblo. Y quizás lo mejor sea que la Iglesia oficial, el alto clero, no le rinda pleitesía ni lo canonice. Porque, como Romero, el altar ya lo tiene en el corazón del pueblo: el santo de una Iglesia de sombrero de paja y sandalias. Y, como Don Pedro decía al despedirse: “Un abrazo en la Paz subversiva del Evangelio”.

Casaldáliga, en el cielo

El Papa que devolvió la ilusión a los pobres y a la Iglesia

Al Papa Francisco también tuve la suerte de saludarlo en cuatro ocasiones. Recuerdo especialmente dos de ellas. Una, con el Padre Ángel, fundador y presidente de Mensajeros de la Paz, al que Bergoglio ya conocía desde sus tiempos de arzobispo de Buenos Aires. Tras platicar de los viejos tiempos porteños, recuerdo que el Papa le dijo: “Seguí, Ángel. Ellos sí que son la carne de Cristo”. Cuando llegó mi turno, le entregué dos informes sobre abusos del clero de los muchos que nos llegan y le pedí una directriz para Religion Digital. Y Francisco me dijo: “Utilizad vuestra web para hablar de una Iglesia que quiere ser madre”.

La segunda vez, que mejor recuerdo, pasé a saludarle inmediatamente después de mi amigo, el gran teólogo español José María Castillo, al que el Papa le dijo: “Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente”. Cuando llegó mi turno, le regalé turrón y me volvió a aconsejar: “Seguid apostando por la renovación de una Iglesia en salida”.

Pro Francisco

Fieles a los consejos papales, en RD venimos apostando por la “primavera de Francisco” sin pausa y sin desmayo. Y respetando sus ritmos, sabiendo por su propia boca que “el tiempo es superior al espacio”, es decir que cualquier Papa puede ocupar el espacio sagrado, pero que, para que los cambios se perpetúen, tienen que basarse en procesos, necesariamente mucho más lentos y sosegados.

Porque este año 2020 el Papa del pueblo volvió a demostrar que su carisma está por encima de cualquier contingencia. Muchos pensaron que, sin el contacto físico con la gente y sin poder viajar, Francisco se agostaría como una flor de primavera, perdería fuelle y hasta podría pensar en una eventual renuncia, como pronosticaban algunos.

Pero la pandemia volvió a demostrar que el Papa es incombustible y, una vez más, se volvió a reinventar, haciéndose más presente que nunca a través de los medios de comunicación (las cámaras le quieren y la gente le escucha con agrado, porque se le entiende todo y tiene ángel para transmitir) y con grandes gestos, algunos de los cuales pasarán a la historia. Como la oración de aquel viernes santo, 27 de marzo, en una plaza de San Pedro vacía y negra, azotada por la tormenta. Y él, sólo en medio de la inmensa plaza, vestido de blanco, cargando con toda la angustia del mundo, de rodillas, llorando por dentro y por fuera ante el Cristo de la Peste, recordándonos aquello de Bertolt Brecht: “O todos o ninguno o todo o nada”.

Viernes Santo de 2020
Viernes Santo de 2020

Confinado, pero más presente que nunca en el corazón de la gente, especialmente de los pobres, para los que pide tierra, techo, trabajo y, sobre todo, dignidad. Una dignidad que, en estos momentos, pasa por “las vacunas para todos”, y no sólo para los ciudadanos de los países más ricos.

El Papa y la barca
El Papa y la barca

Dos profetas: Casaldáliga y Francisco. Uno que se fue, pero sigue vivo en sus causas, que son las causas de los pobres. Y otro que continúa protegiendo a los descartados y señalando con el dedo al neoliberalismo y al “capitalismo que mata” y riega las cunetas del mundo con la vida de los empobrecidos. Y el pueblo respira, aliviado, mientras siga teniendo profetas.

El Papa y el Cristo de la Peste

¿Y en la Iglesia española? Este año también se redobló la esperanza y la ilusión. Primero por la elección del cardenal Omella, arzobispo de Barcelona, a principios de marzo, a la presidencia de la Conferencia episcopal, acompañado en la vicepresidencia por el cardenal Osoro, arzobispo de Madrid. Dos hombres de Francisco al frente del episcopado español, que ponía fin así a la era oscurantista y autorreferencial del cardenal Rouco Varela.

Y el segundo motivo de ilusión fue la elección del nuevo Nuncio del Papa en España, el filipino de ascendencia china, Bernardito Auza, que llegó a la sede de la legación madrileña en el mes de diciembre del 2019, pero comenzó su singladura diplomática en el 2020. Y con excelentes principios, lo que nos hizo albergar la esperanza de que, en poco tiempo, iba a cambiar el mapa episcopal español y ponerlo a la hora del pontificado de Francisco.

Auza, Omella, Osoro y Cañizares

Pero pasa el tiempo y el globo del nuevo Nuncio parece desinflarse. Algunos de sus pocos nombramientos siguen perteneciendo a las ternas de la vieja guardia, se eterniza en aceptar las renuncias (el caso del arzobispo de Sevilla, monseñor Asenjo, pidiendo por piedad el relevo, por encontrarse casi ciego, clama al cielo) y se está dejando susurrar por el cardenal Rouco y los suyos, interesados en que el pontificado de Francisco sea una tormenta pasajera y su primavera se agoste antes de cuajar.

Con todo, monseñor Auza todavía está a tiempo de renovar la esperanza de la Iglesia española. Tiene finura diplomática contrastada, le sobran habilidad, temple y experiencia. A poco que conozca mejor nuestra idiosincrasia eclesial y los excelentes mimbres sacerdotales con los que todavía cuenta el país, seguro que podrá ir montando un buen cesto episcopal. ¡Falta hace!

Omellay el Nuncio Auza
Omellay el Nuncio Auza

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