La viña y la barca de Pedro son del Señor

"Humilde trabajador de la viña del Señor". Así se presentó Benedicto XVI al mundo el 19 de abril de 2005. Con la estola de Sumo Pontífice y las mangas negras de cura profesor. Y, en su primer discurso en la inauguración oficial de su pontificado recurrió a las imágenes de la Iglesia como barca y de la pesca en el mar de Galilea. Ayer, cerró el círculo y volvió a donde solía.

Con varas ideas clave calcadas en ambos mensajes de principio y fin de pontificado. Ayer confesaba: "Me he sentido como San Pedro con los apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea". Con "días de sol y brisa ligera" y con momentos de "aguas agitadas" y "viento contrario". Pero en tormenta o en bonanza "en aquella barca estaba el Señor". Cinco años antes, explicaba que, como Simón, echaría las redes, en medio de las tormentas del mundo, para salvar a los hombres "del mar salado de las alienaciones".

Y junto a la Iglesia como barca de Pedro, la Iglesia como cuerpo místico. Imagen subrayada también en ambos momentos cruciales de su vida. "Un Papa no está sólo en la guía de la barca de Pedro", decía ayer. "No estoy solo. No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo", decía en su entronización. Porque la Iglesia es el "cuerpo de Cristo, que nos une a todos".

Un cuerpo "vivo, una comunión de hermanos y hermanas", añadía ayer. "La Iglesia está viva", proclamaba en el inicio de su pontificado. Y, si está tan viva, a pesar de las tormentas, es porque el que la dirige es el propio Cristo.

Desde esta teología de que el "dueño de la viña" es Dios y el patrón de la barca, también, Benedicto XVI pasa el testigo, con serenidad y confianza. Deja de ser timonel para pasar a ser un simple grumete en el corazón de la oración.

Porque sabe que nadie es indispensable en la Iglesia. Porque es "Dios es el que guía a su Iglesia y la levanta siempre y también y sobre todo en los momentos difíciles". Se retira al monte a rezar, el Papa. Como Moisés. Renuncia al máximo poder, como testimonio vital de que el poder no es ni puede ser el distintivo de los hombres de Iglesia. En la viña del Señor, sólo hay un amo. Y todos los demás son obreros o, a lo sumo, capataces. Y en el barco de Pedro, sólo hay un capitán. Los demás, son todos hermanos marineros, dedicados a servir a la tripulación.
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