"La centralidad de los pobres en el misterio de la encarnación de Jesús" El Dios de los pobres ha nacido ya

El Dios de los pobres ha nacido ya
El Dios de los pobres ha nacido ya

"El nacimiento de Jesús es un don universal, un regalo de ese Dios trino para toda la humanidad"

"La mujer que tenía en su vientre la máxima grandeza, además de anunciar, denuncia el desequilibrio existente en su tiempo, que pervive hasta hoy, y advierte que este será derribado en favor de los oprimidos"

"En este tiempo recordamos que Dios se hace parte de la historia para la salvación de todos, se hace don universal, se hace un bien común (Rom 10,8−13)"

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). Así inicia el prólogo de san Juan; es una frase corta que afirma la existencia de la Palabra desde siempre, la eternidad de Dios y la unidad de la misma, la Palabra, con Dios [Padre]. Palabra [Hijo] y Padre, uno mismo, en la unidad del Espíritu Santo. 

En esta Navidad he querido reflexionar y recordar que el nacimiento de Jesús es un don universal, un regalo de ese Dios trino para toda la humanidad. De hecho, el primer movimiento que hace ese Jesús encarnado es —como bien diría el papa Francisco— ponerse “en salida”, salir junto con María, quien, impulsada por el Espíritu Santo visita a su prima Isabel (Lc 1,39−45) para ponerse a su servicio. Después de asumir el sí dado al Señor, la primera actuación de la madre del Salvador del mundo es seguir su ejemplo y abajarse ante los pequeños.

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Navidad
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El seguimiento de Jesús está directamente enmarcado en el encuentro con los pequeños, especialmente con los pobres. Bien lo dice Gregorio Nacianceno en su Discurso XIV, cuando pide que, “visitemos a Cristo, cuidemos de Cristo, alimentemos a Cristo, vistamos a Cristo, acojamos a Cristo, honremos a Cristo [...] por medio de los pobres y de los que hoy están tendidos por tierra”. Seguir a Jesús es servir a los pobres. 

Volviendo al ejemplo de seguimiento desde la figura de María, justo después del pasaje de la visitación, se presenta el llamado cántico de María (Lc 1,46−56). En un tono profético, se alaba a Dios anunciando el advenimiento del reinado de la justicia, del reinado de la misericordia, del reinado del Amor. Es un anuncio en favor de los más pequeños. Empero, la mujer que tenía en su vientre la máxima grandeza, además de anunciar, denuncia el desequilibrio existente en su tiempo, que pervive hasta hoy, y advierte que este será derribado en favor de los oprimidos

Hasta aquí es apenas evidente que, el mensaje de Navidad que se quiere presentar a quien lea o escuche este mensaje, no es otro que la centralidad de los pobres en el misterio de la encarnación de Jesús. Dios quiso hacerse parte de la historia optando por nacer de una mujer humilde (Lc 1,26−37). A diferencia de todos nosotros, Él podía escoger hasta su propia mamá y así lo hizo; de hecho, no solo la escogió, sino que la preparó. La diferencia con nosotros es abismal; de tener la posibilidad de escoger dónde nacer —obviamente sin haber conocido nuestros padres— seguramente hubiésemos preferido la facilidad de ser criados en lo que popularmente denominamos cuna de oro y no en un pesebre. Sin embargo, Él, que sí pudo, escogió el pesebre, escogió ser uno de los pequeños (Mt 25,31−46.). 

Juan Crisóstomo en su Homilía XI dice también con claridad que, “la propiedad no es más que un nombre, en realidad somos todos dueños de bienes ajenos”. Los 20.000 pesos que están en nuestro bolsillo sin destinación urgente no son nuestros, son un bien de quien lo necesita. Ya lo dice Tomás de Aquino al referirse a aquellos que cometen hurto en estado de necesidad: “Las cosas que son de derecho humano no pueden derogar el derecho natural o el derecho divino. Ahora bien: según el orden natural instituido por la divina providencia, las cosas inferiores están ordenadas a la satisfacción de las necesidades de los hombres” (II−II, q66, a7.) 

Si Dios Padre hizo todas las cosas, los bienes, para todos (Gn 1,27−31) cuanto más universal es el bien, mayor es la salvación. En este tiempo recordamos que Dios se hace parte de la historia para la salvación de todos, se hace don universal, se hace un bien común (Rom 10,8−13). Solo asumiendo los bienes desde la administración pensada en todos podemos compartir en verdadera comunión el bien de la salvación. Solo cuando repartimos el pan podremos hacer parte de la construcción del reino de Dios, presente entre nosotros desde la encarnación. La Navidad cobra sentido cuando recordamos la centralidad de la caridad universal, del Amor que se hace eficaz en medio de la entrega a los pequeños. 

¡Feliz Navidad!, que el Dios de los pobres nos acompañe. 

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