"A propósito de las intervenciones del cardenal Luis José en el caos político" Mediación sin dominio: el episcopado colombiano frente a la crisis democrática

Reunión en la arquidiócesis de Bogotá, Colombia
Reunión en la arquidiócesis de Bogotá, Colombia

"En una Colombia donde las palabras se agotan entre escándalos, hashtags y polarizaciones, el hecho de que representantes de las tres ramas del poder público hayan aceptado sentarse en la misma mesa, sin obligatoriedad legal, responde a un acto infrecuente: el gesto de convocar no desde el poder, sino desde la autoridad moral"

"En medio de tensiones crecientes que han degradado el lenguaje público la intervención de la Iglesia no fue partidista ni clerical, sino un gesto profundamente ético: propiciar un espacio de escucha en lugar del enfrentamiento"

"Este pequeño texto se propone reflexionar sobre el sentido y la legitimidad de esa intervención episcopal desde una mirada teológica, filosófica y cultural"

En una Colombia donde las palabras se agotan entre escándalos, hashtags y polarizaciones, el hecho de que representantes de las tres ramas del poder público —Ejecutivo, Legislativo y Judicial— hayan aceptado sentarse en la misma mesa, sin obligatoriedad legal, responde a un acto infrecuente: el gesto de convocar no desde el poder, sino desde la autoridad moral. Un gesto que no emana de la jerarquía institucional, sino de una legitimidad simbólica forjada en la historia y la conciencia social. Esa convocatoria no fue hecha por una figura del gobierno ni por una entidad estatal, sino por la Conferencia Episcopal Colombiana, bajo el liderazgo del Cardenal Luis José Rueda —quien, al parecer, gracias a Dios, no olvida su oficio de pastor—.

En medio de tensiones crecientes que han degradado el lenguaje público —al punto de que recientemente se perpetró un atentado contra un candidato presidencial—, la intervención de la Iglesia no fue partidista ni clerical, sino un gesto profundamente ético: propiciar un espacio de escucha en lugar del enfrentamiento.

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Este pequeño texto se propone reflexionar sobre el sentido y la legitimidad de esa intervención episcopal desde una mirada teológica, filosófica y cultural. Se defiende que, en ciertos momentos históricos marcados por la fragmentación y el riesgo de ruptura del pacto democrático, la Iglesia puede ejercer un papel simbólico y espiritual de mediación, sin contradecir el principio de laicidad ni invadir competencias estatales. A partir de una fundamentación patrística, una lectura filosófica contemporánea del espacio público y la evocación de un mito latinoamericano —la Madre del Agua— se argumenta que la intervención del episcopado fue coherente con una tradición que sabe poner palabra donde se impone el silencio o el grito.

Cardenal José Luis Rueda
Cardenal José Luis Rueda

Libertad religiosa y espacio público: entre la laicidad y la palabra profética

El concepto de libertad religiosa ha recorrido un largo camino. De ser entendida como privilegio exclusivo de ciertas confesiones, pasó en la modernidad a formularse como un derecho universal a profesar o no una religión. En el ámbito católico, esta transformación fue reconocida formalmente en el Concilio Vaticano II con la declaración Dignitatis Humanae (1965), que afirma que “la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa”, entendida como inmunidad de coacción en materia religiosa por parte de cualquier poder humano (DH, 2). Este principio implica no solo proteger la conciencia de los creyentes, sino también garantizar que ninguna religión imponga su visión a la totalidad de la ciudadanía.

Como advierte Taylor (2011), en una sociedad secular, las voces religiosas no deben ser silenciadas, sino evaluadas según su contenido ético, no su procedencia institucional. Una laicidad democrática no implica la exclusión sistemática de las voces religiosas del ámbito público, sino su presencia en pie de igualdad con otros discursos. La Iglesia no es el Estado, ni debe aspirar a sustituirlo, pero tampoco es únicamente una instancia privada. Su palabra puede tener valor ético y simbólico, sobre todo cuando se ejerce desde una posición de servicio y no de dominio.

"Lo que ha ocurrido en Colombia con la convocatoria episcopal no debe leerse como una intromisión confesional en la política"

En ese sentido, lo que ha ocurrido en Colombia con la convocatoria episcopal no debe leerse como una intromisión confesional en la política, sino como un gesto de acompañamientoespiritualymoral a la institucionalidad democrática. Frente al deterioro del lenguaje político, la Iglesia ha ofrecido un espacio de desescalada, no para imponer doctrina, sino para recordar lo humano en el fondo de lo político: el diálogo, la dignidad, el reconocimiento mutuo. La libertad religiosa, en esta clave, no solo protege a los creyentes, sino que permite que las religiones contribuyan —cuando lo hacen con humildad— a cuidar el espacio compartido.

La tradición patrística: una voz antigua para los tiempos modernos

La historia de la Iglesia muestra momentos de tensión —y a veces colisión— con el poder político. Sin embargo, también ofrece ejemplos de una mediación ética que, lejos de usurpar funciones estatales, las dignifica. En ese contexto, la tradición patrística ofrece claves importantes.

Ya en el siglo IV Ambrosio de Milán, en su célebre confrontación con el emperador Teodosio tras la masacre de Tesalónica, no habló como rebelde, sino como pastor. En su Carta 51, le dice al emperador: “No es propio de un emperador entrar en el templo con soberbia, sino con humildad, como lo hizo David, el rey que lloró sus pecados.” Ambrosio no aspiraba a gobernar, sino a recordar al gobernante que no está por encima de la ley moral y que la justicia no puede sacrificar la dignidad humana. Esa es una palabra eclesial que no busca poder, sino conversión: una palabra que incomoda, pero no reemplaza. Este tipo de intervención no erosiona la laicidad, sino que la honra al recordar el fundamento moral del poder.

Ambrosio: obispo de Milán, defensor de la Trinidad y maestro de Agustín

De igual forma, Agustín de Hipona, en La ciudad de Dios, ofrece otra pista: si bien reconoce que la Iglesia y el Estado pertenecen a órdenes distintos, también afirma que la paz terrena es un bien que compete a ambas ciudades (libro XIX, cap. 17). Así, aunque la Iglesia no se confunda con el Estado, puede y debe preocuparse por la paz social. Esa preocupación no la convierte en legisladora ni jueza, pero sí en acompañante crítica de los procesos públicos, especialmente cuando estos se ven amenazados por la violencia o la descomposición ética.

El episcopado colombiano ha actuado, en este sentido, en continuidad con esa tradición: no reclamando privilegios, sino ofreciendo un lugar de encuentro; no dictando soluciones, sino facilitando el diálogo. Su intervención no fue jurídica ni doctrinal, sino pastoral y simbólica. Una palabra antigua que sigue teniendo valor en una democracia fragilizada.

El episcopado colombiano no ha reclamando privilegios, sino ofrecido un lugar de encuentro"

La Madre del Agua: mito, equilibrio y mediación simbólica

En muchas regiones andinas de Colombia, los campesinos hablan de la Madre del Agua como un ser protector, sabio y temido. Ella no aparece cuando se la invoca, sino cuando el equilibrio ha sido roto: cuando las fuentes se contaminan, cuando los ríos se desbordan, cuando los hombres olvidan su lugar en el orden de la naturaleza. Su castigo no es venganza, sino advertencia: una forma de decir que algo ha sido quebrado. Este mito puede leerse no como superstición, sino como una metáfora de la mediación espiritual y simbólica en momentos de crisis. Lo mítico revela aquí una gramática espiritual que antecede al contrato social. La Madre del Agua no gobierna las tierras, pero recuerda a quienes lo hacen que el agua, como la vida, tiene límites que deben respetarse. Es un símbolo de lo que Edgar Morin llamaría la “ecología de la acción”: una conciencia que recuerda los efectos colaterales de los actos humanos cuando no se piensan en su totalidad.

"El episcopado ha actuado como una “madre del agua política”: su gesto no es de imposición, sino de cuidado"

El episcopado, en esta clave, ha actuado como una “madre del agua política”: su gesto no es de imposición, sino de cuidado. El cardenal Luis José Rueda, al convocar al diálogo, no asumió el papel de árbitro ni de pastor de la nación, sino el de custodio del cauce. Permitió que el agua del discurso —desbordada por la retórica agresiva y los intereses cruzados— pudiera volver a su cauce, aunque sea por un momento.

En una cultura que ha perdido sus símbolos, recuperar esta dimensión narrativa puede ayudar a entender que la palabra religiosa no siempre busca poder, sino que puede ser palabra poética, palabra que regenera, como el agua clara que baja de las montañas.

La Madre Monte, un Mito Llanero - Protectora de la naturaleza

La espiritualidad del diálogo como acto político

En contextos polarizados, el silencio suele interpretarse como cobardía, y la palabra como agresión. La mediación eclesial que hoy vemos en Colombia rompe esa lógica: interviene no para tomar partido, sino para hacer posible que los partidos se escuchen. Se trata de una palabra en el sentido más profundo: no de una consigna, sino de un acto creador. Esta espiritualidad del diálogo no es simplemente un ideal, sino una práctica política de inspiración evangélica. Como afirma el papa Francisco en Fratelli tutti (2020), “el diálogo social auténtico supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro y de acercarse a su experiencia vital” (FT, 203). Esa es la espiritualidad del diálogo: no la de quien tiene todas las respuestas, sino la de quien sostiene la posibilidad de hablar sin destruirse.

"El gesto del cardenal Rueda no fue solo político, fue profundamente evangélico"

Por eso, lejos de desear una teocracia o una nueva cristiandad, defendemos la importancia de que las religiones, cuando actúan con humildad y sabiduría, puedan hacer un aporte real a la construcción democrática, no en términos de imposición doctrinal, sino como memoria ética, como fuente de sentido, como símbolo. El gesto del cardenal Rueda no fue solo político, fue profundamente evangélico: creyó en la posibilidad de la comunión aun entre los distintos. En tiempos donde reina la desconfianza, su figura se alza como la de un pastor que no grita, pero que llama.

Referencias

Ambrosio de Milán. (379). Carta 51 al emperador Teodosio.

Agustín de Hipona. (1998). La ciudad de Dios (G. Martínez, Trad.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. (Obra original escrita en el siglo V).

Concilio Vaticano II. (1965). Dignitatis Humanae: Sobre la libertad religiosa. Vaticano.

Francisco. (2020). Fratelli tutti: Sobre la fraternidad y la amistad social. Vaticano.

Morin, E. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.

Taylor, C. (2011). La era secular. Gedisa.

Zuluaga, M. (1993). Mitos y leyendas de Colombia. Bogotá: Panamericana.

En imágenes: así fue el encuentro entre Petro y las otras ramas del poder,  en un diálogo de paz convocado por la Iglesia católica - Infobae

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