"Donde hay un cristiano, hay una humanidad nueva" Bautizados y ungidos para amar

"Hoy, al comenzar tu celebración eucarística, cantarás Aleluya por la admirable belleza de la obra de Dios en ti, Iglesia santa, creación nueva y admirable del poder de su gracia"
"Necesitamos discernir, a la luz de la fe, la verdad de nuestra condición, a qué mundo pertenecemos, qué somos"
"Buscamos con toda el alma pertenecer a otro mundo, a la humanidad nueva que tiene por cabeza y hombre primero a Cristo Jesús"
"Buscamos con toda el alma pertenecer a otro mundo, a la humanidad nueva que tiene por cabeza y hombre primero a Cristo Jesús"
En este día último del Tiempo Pascual la Iglesia celebra el misterio de Pentecostés: Cristo glorificado envía su Espíritu a la Iglesia.
Hoy, al comenzar tu celebración eucarística, cantarás Aleluya por la admirable belleza de la obra de Dios en ti, Iglesia santa, creación nueva y admirable del poder de su gracia. Hoy cantarás tu Aleluya asombrada de lo que contemplas: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado y habita en nosotros”.
No me han hecho cristiano unos vestidos, no lo soy por los ritos que practico, no me identifica como cristiano el código moral que regula mi conducta, no me acreditan como de Cristo las verdades que sobre él puedo aceptar y profesar. Todo eso puede quedar reducido a engañosa apariencia de vida cristiana. Donde hay un cristiano, hay una humanidad nueva. “¡Circuncisión o no circuncisión, qué más da! Lo que importa es una humanidad nueva”, humanidad habitada por el Espíritu Santo y animada por el amor de Dios.

Necesitamos discernir, a la luz de la fe, la verdad de nuestra condición, a qué mundo pertenecemos, qué somos.
Conocemos de cerca nuestra vieja condición, fácilmente identificable por sus estructuras de pecado y sus divisiones: “judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres”… progresistas y conservadores, adoradores de novedades y adoradores de tradiciones, blancos y negros, ricos y pobres, nuestros y extraños…
Conocemos esa vieja condición y la reconocemos como nuestra, pues de muchas maneras le pertenecemos: nacimos en ella, y, por nacimiento, hemos heredado el mal que la aflige. Pero buscamos con toda el alma pertenecer a otro mundo, a la humanidad nueva que tiene por cabeza y hombre primero a Cristo Jesús, al pueblo de los que han sido “bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo” en Cristo Jesús.
Bautizados en un mismo Espíritu, ungidos por un mismo Espíritu, para ser de Cristo, para ser Iglesia, para formar un solo cuerpo, para ser cuerpo de Cristo.
Bautizados en un mismo Espíritu, ungidos por un mismo Espíritu, y enviados por el mismo que nos bautiza: “Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.
Conocemos de cerca la vieja condición humana, pero somos humanidad nueva, bautizada en el amor que es Dios, ungida por el amor que es Dios.
No dejes de cantar tu Aleluya, Iglesia amada de Dios, pues de Cristo recibes el Espíritu que te habita, que te unge, que te envía a los pobres para que seas la buena noticia que ellos esperan y hables a todos de las maravillas que Dios ha realizado contigo.
No dejes de cantar tu Aleluya, Iglesia cuerpo de Cristo, pues has sido bautizada y ungida para amar.
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