"No ofendamos al Señor acudiendo a la eucaristía dominical como quien acude a cumplir con lo establecido" Mensajeros de la paz

"Quien por la fe haya visto a Jesús, aquel a quien la fe le haya permitido reconocer en Jesús el sacramento de la salvación que Dios ofrece al mundo, ése habrá colmado de gracia y de ternura la propia vida, a ése ya nada le quedará que apetecer, ése habrá sido alcanzado por la plenitud"
El profeta dijo así: “Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”.
Y para que entendiésemos que la paz de la que se habla tiene alma de abundancia, añadió: haré derivar hacia ella “como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones”.
Pero aún había de decir mucho más, porque la paz tiene siempre alma de ternura: “llevarán en brazos a sus criaturas, y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño, a quien su madre consuela, así os consolaré yo”.
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Ahora, los que han sido agraciados con la paz, piden al salmista palabras y música para agradecer, para bendecir, para contar lo que el Señor ha hecho con ellos: “Aclamad al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre… Venid a ver las obras de Dios… venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo”…
Ellos aclaman, tocan, cantan, escuchan, narran las obras de Dios, bendicen a Dios por sus obras… ¡y no han conocido a Jesús!
Jesús es el nombre que damos a la paz que nos viene de Dios.
Jesús es el nombre de la misericordia de Dios sobre nuestra vida.
Jesús es el nombre de la ternura con que Dios nos ha amado: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él, tenga vida eterna”.
Jesús es el nombre de la abundancia de bienes con que Dios nos ha enriquecido.

Quien por la fe haya visto a Jesús, aquel a quien la fe le haya permitido reconocer en Jesús el sacramento de la salvación que Dios ofrece al mundo, ése habrá colmado de gracia y de ternura la propia vida, a ése ya nada le quedará que apetecer, ése habrá sido alcanzado por la plenitud, y podrá decir él también, con el justo Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto al que es la salvación”.
Aquellos discípulos miedosos y escondidos en los días de la muerte de Jesús, se encontraron con la paz cuando lo vieron resucitado: era él quien estaba con ellos, era la paz quien se les presentaba: “Paz a vosotros”…
No ofendamos al Señor acudiendo a la eucaristía dominical como quien acude a cumplir con lo establecido
No ofendamos al Señor acudiendo a la eucaristía dominical como quien acude a cumplir con lo establecido, como quien se substrae a un castigo, como quien busca un favor interesado.
En nuestra humilde eucaristía, es el Señor el que se presenta en medio de nosotros, es el Señor quien nos visita con la paz: “Paz a vosotros”…
En nuestra humilde eucaristía, es el Padre del cielo el que todo nos lo ofrece dándonos a su Unigénito, es el Padre del cielo el que nos ofrece el sacramento de su amor sin medida…

En nuestra humilde eucaristía, es el Espíritu de Dios el que nos abre los ojos para que creamos la palabra de Dios, para que creyendo veamos las obras de Dios, para que viendo agradezcamos, bendigamos, amemos al que es para nosotros el bien, el todo bien, el sumo bien… al que es para nosotros nuestra paz…
En nuestra humilde eucaristía, los discípulos de Jesús recibimos la paz que hemos de ofrecer a todos los que encontremos: “Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa»; y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz”; “si allí hay gente de paz”, descansará sobre ellos la abundancia que viene de Dios, la ternura con que Dios ama, la plenitud que jamás hubieran podido soñar.
Feliz encuentro con la paz.
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