"En los pobres, Cristo nos sale al encuentro" "Para mí lo bueno es estar junto a los pobres y ser para ellos sacramento de la cercanía de Dios"

Para mí lo bueno eres tú
Para mí lo bueno eres tú

"Cuando vuelva el Señor y se ponga a ajustar cuentas con nosotros, "nos examinará en el amor", o lo que es lo mismo, examinará nuestra comunión con Cristo Jesús"

"Y si me preguntas de qué comunión se trata, he de recordar las que a mí se me reclaman como necesarias antes de que llegue a la comunión con el cuerpo eucarístico del Señor"

"Esa última, la eucarística, no es posible sin la comunión con el cuerpo eclesial de Cristo Jesús: comunión en la fe, en la esperanza, en el amor, que hace de todos nosotros un solo cuerpo, un solo espíritu"

"Y si no queremos que la comunión eucarística sea para nosotros motivo de juicio y de condena, habrá de ir acompañada necesariamente de nuestra comunión con los pobres en los que Cristo Jesús nos sale al encuentro"

El salmista lo dijo así: “Para mí, lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio”.

Esas palabras suyas tienen para nosotros un significado nuevo: Él dice: “junto a Dios”, y nosotros entendemos “con Cristo Jesús”. Él ve en el Señor “su refugio”, y nosotros nos vemos acogidos por Cristo Jesús, refugiados en Cristo Jesús, unidos a Cristo Jesús.

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El evangelista lo dijo así: “Permaneced en mí, y yo en vosotros; el que permanece en mí da fruto abundante”.

Habrás observado –lo digo a la comunidad eclesial-, que la liturgia de este domingo está toda ella centrada en tu relación con Cristo Jesús.

Tú eres “la mujer hacendosa” que “trabaja con la destreza de sus manos”, “trae ganancias y no pérdidas”, “abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre”.

Él, “el hombre que teme al Señor”, es Cristo Jesús. 

Por el amor, ese hombre permanece en ti y tú en él. Por el amor, los dos sois una sola carne, los dos sois uno solo. En Cristo Jesús, en comunión con él, darás fruto abundante.

Cuando vuelva el Señor y se ponga a ajustar cuentas con nosotros, “nos examinará en el amor”, o lo que es lo mismo, examinará nuestra comunión con Cristo Jesús.

Y si me preguntas de qué comunión se trata, he de recordar las que a mí se me reclaman como necesarias antes de que llegue a la comunión con el cuerpo eucarístico del Señor.

Esa última, la eucarística, no es posible sin la comunión con el cuerpo eclesial de Cristo Jesús: comunión en la fe, en la esperanza, en el amor, que hace de todos nosotros un solo cuerpo, un solo espíritu.

Y si no queremos que la comunión eucarística sea para nosotros motivo de juicio y de condena, habrá de ir acompañada necesariamente de nuestra comunión con los pobres en los que Cristo Jesús nos sale al encuentro.

Dichosos nosotros, si aquel día el Señor nos revelará la verdad de nuestra comunión con él, la verdad de su comunión con nosotros, y nos dirá: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer…”. Venid y heredad el reino, porque fuisteis evangelio para los pobres. Venid para ser siempre uno conmigo.

Entonces habrás sido, Iglesia esposa de Cristo, “la mujer hacendosa”, la que “adquiere lana y lino, y los trabaja con la destreza de sus manos”, la que “abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre”.

Vuelve a hacer tuyas las palabras del salmista: “Para mí, lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio”. Para mí lo bueno es estar en la comunidad de fe y celebrar con ella la eucaristía. Para mí lo bueno es estar junto a los pobres y ser para ellos sacramento de la cercanía de Dios a sus vidas. Para mí lo bueno es estar en comunión con Cristo Jesús, y en él estar junto a Dios, en él hacer de Dios mi refugio. 

Para mí lo bueno eres tú, Cristo Jesús, en quien pido permanecer para que permanezca siempre lo bueno. 

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