Mujeres pobres del pueblo crucificado Elba y Celina las dos mujeres mártires de la UCA

Elba y Celina las dos mujeres mártires de la UCA
Elba y Celina las dos mujeres mártires de la UCA

Con los jesuitas murieron asesinadas dos mujeres: Julia Elba Ramos, 42 años, cocinera de una comunidad de jóvenes jesuitas, pobre, alegre e intuitiva, y trabajadora toda su vida. Y su hija Celina, 16 años, activa, estudiante y catequista; con su novio habían pensado comprometerse en diciembre de 1989. Se quedaron a dormir en la residencia de los jesuitas, pues allí se sentían más seguras. Pero la orden fue “no dejar testigos”. En las fotos se nota el intento de Julia Elba de defender a su hija con su propio cuerpo.

Elba era muy humana porque sentía el dolor de los demás. Yo viví un tiempo en la casa de ella. Era una persona bien amistosa, sabía llevarse con los demás. Ella tenía 33 años y yo 19. Ella y yo teníamos muchas cosas en común; comenzamos a trabajar desde muy chiquitas. Ella había trabajado desde los 10 años en los cafetales. Era una mujer muy fuerte. Siempre me enseñó a que no me dejara, que no me acobardara ante los problemas. Fue una mujer sufrida pero fuerte. Me enseñó a ser una mujer de valía, que no dependiera de los otros si no de mí misma.

Como Elba y Celina hay millones de mujeres en nuestro mundo. Son inmensas mayorías que perpetúan una historia de siglos: en la América conquistada y depredada por los españoles en el siglo XVI; en el África esclavizada ya en el siglo XVI y expoliada sistemáticamente por los europeos en el siglo XIX; en el planeta que más sufre hoy la globalización opresora bajo la égida de Estados Unidos. Mueren la muerte rápida de la violencia y de la represión, y sobre todo la muerte lenta de la pobreza y de la opresión.

La muerte de las mayorías asesinadas, de las que formaban parte Elba y Celina, expresa la inocencia histórica, pues nada han hecho para merecer la muerte, y la indefensión, pues ni posibilidad física han tenido de evitarla. Esas mayorías son las que más cargan con un pecado que las ha ido aniquilando, poco a poco, en vida y definidamente en muerte. Son las que mejor expresan el ingente sufrimiento del mundo. Sin pretenderlo y sin saberlo, “completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo”.

El 16 de noviembre de 1989, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, la UCA, de la ciudad de San Salvador en El Salvador, fueron asesinados seis sacerdotes jesuitas y dos de sus colaboradoras. El asesinato fue ejecutado por un pelotón del batallón Atlacatl de las Fuerzas Armadas bajo las órdenes del coronel René Emilio Ponce. Aquel acto criminal se produjo durante la presidencia del derechista Alfredo Cristiani. Los criminales intentaron falsear la realidad creando una escena del crimen para vincular como sus autores a la guerrilla salvadoreña.

Las víctimas fueron los jesuitas Ignacio Ellacuría, rector de la universidad UCA. Ignacio Martín-Baró, vicerrector académico. Segundo Montes, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA. Juan Ramón Moreno, director de la Biblioteca de teología. Amando López, profesor de filosofía. Joaquín López y López, uno de los fundadores de la Universidad.

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Con los jesuitas murieron asesinadas dos mujeres: Julia Elba Ramos, 42 años, cocinera de una comunidad de jóvenes jesuitas, pobre, alegre e intuitiva, y trabajadora toda su vida. Y su hija Celina, 16 años, activa, estudiante y catequista; con su novio habían pensado comprometerse en diciembre de 1989. Se quedaron a dormir en la residencia de los jesuitas, pues allí se sentían más seguras. Pero la orden fue “no dejar testigos”. En las fotos se nota el intento de Julia Elba de defender a su hija con su propio cuerpo.

Elba Ramos había nacido en el cantón Las Flores el 5 de marzo de 1947. Su madre, era de Usulután y se dedicaba a trabajar en las plantaciones de de fruta.

A finales de la década de 1960, Elba conoció a su esposo Obdulio, que era caporal de la hacienda El Paraíso, en Santa Tecla, y ella trabajaba como doméstica en la ciudad de San Salvador. Durante la cosecha de café, Elba pedía permiso en la casa donde trabajaba para ir a cortar café en El Paraíso. Cuando decidieron vivir juntos, Elba dejó de trabajar fuera de su hogar.

Estando en Las Minas nació Celina, el 27 de febrero de 1973. Era la tercera hija. La habían precedido dos varones, pero el primero nació muerto y el segundo murió poco después de haber nacido. A Celina la siguió otro varón, quien nació en Acajutla, en 1976, a donde la familia se había trasladado, a comienzos de este año, en busca de una vida mejor. Encontraron techo en el hogar de su cuñado. Obdulio consiguió trabajo en los muelles del puerto, mientras ella se dedicaba a vender fruta, en una tienda, en el barrio Los Coquitos.

La violencia contra el pueblo y los enfrentamientos armados, los obligaron a salir de Acajutla tres años después, en 1979. La actividad del puerto había disminuido de manera considerable y Obdulio se quedó sin trabajo. Alquilaron un pequeño cuarto con piso de tierra, dividido en la mitad por una cortina, en la colonia Las Delicias, en Santa Tecla.

MILITARES

En ese mismo año, Elba consiguió empleo como cocinera en el Teologado de los jesuitas, en Antiguo Cuscatlán. Cuatro años más tarde, en 1989, Obdulio consiguió un nuevo trabajo. La comunidad universitaria necesitaba un jardinero que se hiciera cargo del inmenso terreno, donde Segundo Montes planificaba sembrar una hortaliza y árboles frutales. Montes le ofreció el trabajo y una casa recién hecha, junto al portón de entrada. Obdulio aceptó y desde entonces hasta su muerte, cuidó del jardín con gran cariño sembrando unos rosales en el lugar donde fueron asesinadas su compañera y su hija junto a los seis jesuitas.

Jon Sobrino cuenta que una mujer le dijo: “Elba era muy humana porque sentía el dolor de los demás. Yo viví un tiempo en la casa de ella. Era una persona bien amistosa, sabía llevarse con los demás. Ella tenía 33 años y yo 19. Ella y yo teníamos muchas cosas en común; comenzamos a trabajar desde muy chiquitas. Ella había trabajado desde los 10 años en los cafetales. Era una mujer muy fuerte. Siempre me enseñó a que no me dejara, que no me acobardara ante los problemas. Fue una mujer sufrida pero fuerte. Me enseñó a ser una mujer de valía, que no dependiera de los otros si no de mí misma”.

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Celina Ramos nació el 27 de febrero de 1973. Estudió seis años de primaria en la Escuela Luisa de Marillac, en Santa Tecla. El tercer ciclo lo hizo en el Instituto José Damián Villacorta, también en Santa Tecla. En 1989 terminó el primer año de bachillerato comercial, en dicho instituto. Había obtenido una beca de mil colones junto con otras dos compañeras. Estaba en el equipo de baloncesto y formaba parte de la banda de guerra del Instituto, dos actividades que la atraían especialmente, porque era muy activa. Además también hacía catequesis. A los catorce años, Celina conoció a su novio, quien jugaba en el equipo de baloncesto del Instituto. Habían pensado casarse pronto, pero dependiendo de lo que dijera “la niña Elba”.

Como Elba y Celina hay millones de mujeres en nuestro mundo. Son inmensas mayorías que perpetúan una historia de siglos: en la América conquistada y depredada por los españoles en el siglo XVI; en el África esclavizada ya en el siglo XVI y expoliada sistemáticamente por los europeos en el siglo XIX; en el planeta que más sufre hoy la globalización opresora bajo la égida de Estados Unidos. Mueren la muerte rápida de la violencia y de la represión, y sobre todo la muerte lenta de la pobreza y de la opresión. Sin comparación posible sufren más que nadie las consecuencias de las injusticias y la violencia del sistema y también de nuestra propia indiferencia y complicidad.

Elba y Celina son parte del “pueblo crucificado”, un lenguaje poco usado hoy, y que parece “políticamente incorrecto”. El pueblo crucificado muere cruelmente, con gran frecuencia después de una vida de grandes sufrimientos. Muchas veces viven y mueren anónimamente y ¿quién arriesga algo importante para bajarlos de la cruz?

Los mártires que proclama la Iglesia son conocidos y venerados, pero el pueblo crucificado no. Peor aún, sin pretenderlo, aquéllos muchas veces ocultan a éstos.

La muerte de las mayorías asesinadas, de las que formaban parte Elba y Celina, expresa la inocencia histórica, pues nada han hecho para merecer la muerte, y la indefensión, pues ni posibilidad física han tenido de evitarla. Esas mayorías son las que más cargan con un pecado que las ha ido aniquilando, poco a poco, en vida y definidamente en muerte. Son las que mejor expresan el ingente sufrimiento del mundo. Sin pretenderlo y sin saberlo, “completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo”.

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