"Un corazón de pobre, fraterno y solidario" Esteban Gumucio Vives, un santo del pueblo

Esteban Gumucio Vives
Esteban Gumucio Vives

Fueron años de crisis económica, social y política en los que las víctimas eran sobre todo los trabajadores que quedaban sin empleo, las recias mujeres que mantenían en pie los hogares a punta de sacrificio, los jóvenes sin horizontes, los detenidos, los torturados, los asesinados… y las comunidades cristianas solidarias y los sindicatos y los partidos clandestinos… y la fe para caminar de día y, sobre todo, de noche…

Esa fue una escuela de vida para Esteban donde practicó el acompañamiento espiritual en medio de la precariedad material.

”Me gustaría que el servicio a los pobres y nuestra pobreza por Jesús nunca nos dejara satisfechos, como aquellos que obtienen buenas notas en la escuela. La pobreza no es para record sino para centrarnos en nosotros mismos. Que siempre nos duelan los pobres y que nos dejemos enseñar por ellos”.

Se suele escuchar con frecuencia que la Iglesia necesita, sobre todo, testigos. Personas capaces de dar un testimonio coherente entre lo que dicen creer y lo que hacen realmente porque los discursos doctrinales y las estructuras institucionales no transmiten evangelio. No basta con que existan comunidades y seguidores de Jesús que sean admirables y, por lo tanto, inalcanzables. Es necesario que podamos encontrarnos y relacionarnos con personas que nos interrogan, nos seducen, nos vinculan y nos comprometen desde los espacios cotidianos y con nuestras propias debilidades y fortalezas. Personas de carne y hueso que transparentan los caminos del Reino de Dios. Esteban Gumucio Vives fue una de esas personas.

Esteban nació en Santiago de Chile, en el año 1914 y a los 18 años ingresó en la Congregación de los Sagrados Corazones. Ya como cura fue destinado en 1964 a los sectores pobres y obreros del sur de la ciudad. Junto a otros compañeros levantó la parroquia San Pedro y San Pablo.

Fueron años de crisis económica, social y política en los que las víctimas eran sobre todo los trabajadores que quedaban sin empleo, las recias mujeres que mantenían en pie los hogares a punta de sacrificio, los jóvenes sin horizontes, los detenidos, los torturados, los asesinados… y las comunidades cristianas solidarias y los sindicatos y los partidos clandestinos… y la fe para caminar de día y, sobre todo, de noche… Esa fue una escuela de vida para Esteban donde practicó el acompañamiento espiritual en medio de la precariedad material.

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También se hizo presente en la zona austral de Chile, en la localidad de La Unión, entre los años 1985 y 1990. Tiempo para entrar en la cultura campesina y en la vivencia de una fe concreta y sencilla rociada de las interminables lluvias del sur y esculpida por manos trabajadoras al calor del fogón y del mate.

Junto a esas experiencias Esteban Gumucio se convirtió en un cura compañero, un poco médico y mucho de poeta, atento a los sonidos del alma que sufre y canta, que ora y trabaja.

Por eso, para saber bien de él, lo mejor es poder leer y orar con sus cantos: al amor y centro de su existencia, al pueblo sufriente y a la madre que camina con sus hijos:

SIGO A UN HOMBRE LLAMADO JESÚS

“Mirando el pesebre me gustaría poder gritar/: "Miren, nosotros los cristianos seguimos a un hombre que no tiene cuna de reyes, sino brazos de un carpintero"/. Sigo a un hombre que no es de mi raza/ ni es de mi siglo siquiera. Sigo a un tal Jesús de Nazaret que no ha escrito libros ni ha mandado ejércitos/. Todo lo que Él ha dicho es mi palabra y mi alimento/. Todo lo que Él ha hecho es lo que más quiero/. Sigo a un hombre que me cogió por el centro de la vida/ por mi profunda interior raíz, por lo mejor de mí mismo/. Sigo a un hombre que me quiere libre/ sin cadenas. A Él le reconozco por el calor de la verdad/ por su pecho herido/ entregado, abierto, que me hace vivir hermano de todos/. Sigo a un hombre por este pequeño sendero estrecho y frágil/. Sus huellas son tan únicas que caben los pasos de los grandes santos y los pies de un niño/. Si ustedes han escuchado su voz o su murmullo/ su canto, su dura y suave verdad/... Si ustedes han divisado su gesto o han percibido su estilo de hacer grandes cosas al tamaño de los pequeños.../ Si ustedes han pedido perdón y han recibido a torrentes la paz de un abrazo invisible.../ Si ustedes han sentido un cierto perfume sobrio de esperanza/ y han gustado un pan con sabor a trabajo y a cansancio de pobres.../ Si ustedes lo han divisado en la larga fila de los que lloran.../ Si lo han encontrado entre los perseguidos/ los postergados, los desaparecidos, los exiliados, los marginados.../ Si ustedes han tocado unas manos heridas/, traspasadas de clavos, pero llenas del la fuerza del Espíritu.../ Déjenme que les diga: ese es Jesús”.

Gumucio

JUEVES 9, DEFENSA DE LA VIDA

“Anteayer torturaron a Ricardo para ver si era terrorista/ y Ricardo no era terrorista. Ayer torturaron al vecino de Ricardo por ser amigo de uno que podría ser terrorista/ y al vecino de Ricardo le encontraron que no era terrorista. A Ricardo y al vecino de Ricardo les ataron las manos a la espalda/ les cubrieron la vista. Desnudos, les pusieron electrodos en los genitales. Sin saber dónde, sin saber cuánto, les golpearon e insultaron/ y el vecino de Ricardo decía que no estaba solo en la mesa del tormento y que rezaba/ y Ricardo repetía que conversaba con Dios/ entre tortura y tortura/. Anteayer Dios estaba con Ricardo en la casa de tortura/ y ayer el vecino de Ricardo era Jesucristo/. Y el vecino de Ricardo decía: «El que estaba solo era el otro/ el que daba los golpes/ el que torturaba/ el que amenazaba con el revólver/ el que los acosaba a preguntas/ el que conectaba la electricidad con su tenaza de muerte»/. Y Ricardo decía que por lo menos él y su vecino podían orar y el otro, no/ que no podía orar/ que estaba solo/ terriblemente solo/. Porque Dios está en la vida/ es el Dios de la vida y no el Dios de la muerte/. La muerte me golpeaba las sienes/ la muerte me trituraba las muñecas prisioneras/ la muerte me tenía de pie/ los ojos vendados/ pero la muerte no sabía cuántas horas puede un hombre estar rezando de pie/ solo él y Dios/ entre tortura y tortura/ y no sé cómo decirlo/ pero yo sé que Dios estaba y era vida.../ y yo pienso: ¡Qué solos que están los que torturan!/ Yo le puedo contar a mi mujer lo que pasé en la prisión/ yo le puedo decir a mi hijo que lloraba por él y que tenía miedo/ le puedo decir todo mirándole a los ojos/ pero el otro, no/. El que tortura no le puede decir a su mujer/: «Hoy he torturado a un hombre/ hoy he golpeado a un hombre con las manos atadas/ hoy he desnudado a un hombre y lo he dejado herido al frío de una noche de julio»/. El que tortura está solo con la muerte en las manos/: ni siquiera puede decir a Dios su secreto/ sin dejar su oficio de muerte/ el que tortura nunca más puede mirar a los ojos a su hijo/. Ricardo, el vecino de Ricardo, yo y mi pueblo humillado no queremos morirnos/ ellos quieren la muerte/ y nosotros y Dios, la vida”.

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¿CÓMO LLAMARLA?

“Madre de los cansados/ emperatriz de los pañales/ reina de las ollas/ señora de las escobas/ hermana de todos los pobres/ puerta del pueblo/ tejedora de valentías/ amiga de desconsolados/ consejera de los que luchan/ humilde mujer animosa/ madre de brazos firmes. Virgen caminante/ compañera de ruta/ ejemplar de buscadores/ esperanza del cesante/ creyente llena de fe/ ternura de Dios en carne maternal/ educadora de Cristo/ madrina de pobres/ socia de todas las penas/ amiga de madres solteras/ cantadora de alegrías/ sabiduría de los humildes/ mamá con olor a leche/ mamá del exiliado/, mamá peregrina detrás del hijo/ corazón que todo lo guarda/ corazón que rumia al hijo en su silencio/ mamá que deja crecer/ que crece con Él, lo escucha y lo sigue/. Mujer de las duras subidas a Jerusalén/ mujer de los trajines/ mujer que no se doblega ante la fuerza/ mujer que se inclina sólo a Dios/. María, Madre de Jesús”.

El Tata Gumucio murió el 6 de mayo de 2001 a causa de un cáncer de páncreas. En sus últimos años no dejó de soñar y de acompañar. Un año antes de su pascua escribió:”Me gustaría que el servicio a los pobres y nuestra pobreza por Jesús nunca nos dejara satisfechos, como aquellos que obtienen buenas notas en la escuela. La pobreza no es para record sino para centrarnos en nosotros mismos. Que siempre nos duelan los pobres y que nos dejemos enseñar por ellos”.

Hoy las Curias de frailes, obispos y cardenales quieren “elevarlo a los altares”. Pero Esteban Gumucio, al igual que Óscar Romero, ya no necesitan eso porque hace años ya que son santos del Pueblo.

Gumucio

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