Un obrero, militante comunista y católico Sebastián Acevedo Becerra

Sebastián Acevedo Becerra
Sebastián Acevedo Becerra

“No puedo comprender por qué mantienen escondidos a mis hijos. Temo que los maten. Si no me los entregan me crucificaré… Me quemaré vivo”. Pero a Sebastián Acevedo nadie le creyó ni lo ayudó.

Tras la detención de sus hijos por parte de la policía secreta de la dictadura de  Pinochet, se inmoló en la ciudad de Concepción frente a la Catedral

Con un 95 % del cuerpo quemado, fue llevado de urgencia al Hospital Regional y horas después falleció. Dos sacerdotes presentes en esos momentos comentaron: “Era como ver morir a Cristo… Sí, y un viernes a las tres de la tarde”

SEBASTIAN ACEVEDO

Sebastián Acevedo Becerra fue un obrero, militante comunista y católico que, luego de la detención de sus hijos por parte de la policía secreta de la dictadura de  Pinochet, se inmoló en la ciudad de Concepción frente a la Catedral. Sebastián Acevedo había nacido en la ciudad de Coronel, en el sur de Chile en 1931 y murió en Concepción el  11 de noviembre de 1983.

El 9 de noviembre de 1983 sus hijos Galo y María Candelariafueron detenidos por civiles armados que no se identificaron. Los hermanos fueron llevados a un recinto militar ubicado frente al balneario de Playa Blanca, a tres kilómetros de Coronel y allí fueron vejados y torturados durante días.

Sebastián estaba angustiado. Pedía que la Central Nacional de Inteligencia de la dictadura le devolviera a sus dos hijos, detenidos ilegalmente. Fue al Arzobispado de Concepción, recorrió comisarías y salas de prensa, conversó con autoridades civiles y militares. Decía que: “No puedo comprender por qué mantienen escondidos a mis hijos. Temo que los maten. Si no me los entregan me crucificaré… Me quemaré vivo”.Pero a Sebastián Acevedo nadie le creyó ni lo ayudó.

El 11 de noviembre de 1983 se instaló afuera de la Catedral, se roció con bencina y se prendió. Según relatan los testigos: “un carabinero intentó acercarse a él y entonces don Sebastián cumplió su palabra y accionó el encendedor. Completamente en llamas, bajó las escaleras de la Catedral y cruzó hacia la Plaza de Armas. Unos taxistas corrieron a ayudarlo con los extintores de sus autos y un joven le tiró su chaqueta. Había personas que lloraban, mientras otras estaban paralizadas. Alguien pidió una ambulancia pero ésta nunca llegó. Cuando los taxistas lograron apagar las llamas, su cuerpo estaba negro. Nunca dejó de gritar por sus hijos y decía: Quiero que la CNI devuelva a mis hijos… Señor, perdónalos a ellos y también perdóname por este sacrificio”.

Con un 95 % del cuerpo quemado, fue llevado de urgencia al Hospital Regional y horas después falleció. Dos sacerdotes presentes en esos momentos comentaron: “Era como ver morir a Cristo… Sí, y un viernes a las tres de la tarde”.

Hoy sus hijos recuerdan a Sebastián Acevedo con orgullo, convencidos de que el sacrificio de su padre les salvó la vida.

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