¿Aburren las homilías?
Crítica Constructiva
| José María Lorenzo Amelibia
¿Aburren las homilías?
(Apapea)
Se ha hecho una encuesta en un lugar, no importa ahora dónde, acerca de la predicación. Un 90% de los oyentes apenas se enteraban de qué se predicaba. Esto es muy serio. Muchos sacerdotes se lamentan de que su palabra no cala, la gente sigue igual, con sus problemas y preocupaciones materialistas.
Predicar no es decir una lección, no es pronunciar unas ideas sin sentido. Tampoco es leer bien unas cuartillas - hoy tan en boga - ni recitar un sermón, aunque sea de San Juan Crisóstomo. El fin de la predicación es convencer el entendimiento y mover la voluntad para obrar según los principios cristianos. No es mera exposición de la verdad como en una ciencia cualquiera; tampoco hacer literatura. Sin embargo, se sirve de estos medios para convencer y mover.
El hombre es todo imaginación; hay que hablarle con imágenes. Excitar los afectos y resoluciones; imágenes, casos concretos y actuales. Para mover, ante todo que nos atiendan. Y para ello tener en cuenta sus intereses, gustos, carácter, inclinaciones, edad. Hechos de vida actuales que cautiven. El ejemplo arrastra. El hombre escucha con docilidad y se deja mover de quien le habla guiado por el interés y afecto hacia él. No basta al sacerdote conocer una verdad. Ni siquiera la técnica de la homilía actual. Piensan algunos que, elaborando un tipo de homilía químicamente puro, como el que ahora se estila, está todo solucionado. Incluso creen que los sermones y pláticas de antes ya no dicen nada. En el estilo de antes había cosas buenas y muy malas. En el plan de ahora sucede lo mismo. Es preciso conocer el difícil arte de llevar la palabra de Dios a la mente y al corazón de los oyentes.
En teoría la improvisación es el ideal de la elocuencia. En teoría, claro, porque en la práctica suele ser un foco de vulgaridades. Pero cuando se advierte un rollo aprendido, un sermón estudiado, pierde mucho. ¡Qué difícil es predicar bien de memoria! Cuando digo improvisación no me refiero a la falta de preparación que nos haría caer en lo chabacano. Es necesario prepararse, pero no hasta el extremo de escribir el sermón entero y aprenderlo de memoria. Leer, vivir, observar, hacer un esquema. Y sobre todo elaborarlo al calor del sagrario y desde nuestra experiencia de fe. Si una idea no nos conmueve a nosotros, difícilmente conmoveremos a los demás cuando se la ofrecemos. Lo importante es ir con nuestro esquema a los pies del Señor "para que ponga en nuestros labios su palabra y conceda anunciar con audacia el misterio del Evangelio.
Es verdad que esto lo damos por supuesto. Pero a la hora de la verdad en la predicación normal se le da poca importancia. Hemos de tener en cuenta que para muchos el único alimento de la palabra que reciben es los diez minutos de homilía semanal. Que tengamos en consideración estas pocas verdades de puño.
José María Lorenzo Amelibia
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