En mis Bodas de plata sacerdotales

Espiritualidad. Una breve homilía muy emotiva

Bodas de plata sacerdotales

(Vitoria, 20 de Julio de 1983 – Homilía de Josemari)

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Ermita de San Martín de Vitoria donde celebré mis bodas de plata 

Hoy, hace veinticinco años, en Estella, en la Parroquia de San Juan Bautista, fui consagrado sacerdote del Señor.

    Recuerdo aquel día con la misma nitidez de estos momentos. Cuando recibí la imposición de las manos era consciente de que aquel sacramento imprimía en mi alma una señal indeleble: el carácter sacerdotal, de tal manera de que pasara lo que pasara, seguiría siendo sacerdote durante toda mi vida.

   Por eso, en el recordatorio de mi ordenación estampé esta frase: “Desde hoy soy sacerdote para toda la eternidad”.

Raudos han transcurridos estos cinco lustros, pero, ¡cuánta agua ha corrido por el río! ¿Quién me iba a decir entonces que durante doce largos años no iba a poder, por motivos de conciencia, acercarme al altar de Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud? ¿Y quién me iba a decir por motivos, también de conciencia,  que volvería a celebrar la Eucaristía en el día preciso en el que se cumple el 25 Aniversario de la Consagración Sacerdotal?

    Puedo exclamar con honda emoción: “Cantaré para siempre las misericordias del Señor”.

    Creo que en este cuarto siglo ningún día he dejado de pensar que soy sacerdote. En numerosas ocasiones (y me refiero también a estos años de túnel de mi sacerdocio) he rememorado los momentos más felices de mi vida: los de mi entrega a Dios y los de la entrega de Dios a mí. Los he recordado con tal intensidad, con tal viveza de espíritu, que incluso en los días más grises y en las más duras pruebas ha dado este pensamiento gozo a mi espíritu y me ha ayudado a permanecer firme en la fe con gran consuelo.

Y ES QUE ME SIENTO VERDADERAMENTE SACERDOTE, TOTALMENTE SACERDOTE, en cualquier circunstancia de mi vida: lo mismo cuando explico mis lecciones de Religión que de Matemáticas; lo mismo al acercarme a la Eucaristía, casi diariamente como un fiel más, que en estos momentos  de gracia de Dios; lo mismo cuando me encuentro en el hogar junto a mi esposa e hija, que en la soledad de mi habitación o en la penumbra del templo practicando la oración.

José María Lorenzo Amelibia  

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