Para obispos y todos los demás. CAPÍTULO XXXVIII LA ILUSIÓN DE LAS ÓRDENES

 La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

CAPÍTULO XXXVIII LA ILUSIÓN DE LAS ÓRDENES

Y

PEQUEÑAS MINUCIAS

COMO UN METEORO pasó y desapareció Jesús Piqueras. Hombre ya maduro había sido jesuita en la India. Meloso, inteligente, sencillo, digno, catalán. Algún drama tenía en su vida. Se hizo muy amigo de casi todos los del curso y le apreciábamos por su delicadeza, inteligencia y servicio. Abandonó la carrera aquel mismo año. ¿Por qué saldría un hombre tan completo y de tan buenas cualidades? Más tarde se sospechó que tendría tendencia homosexual. Nada supimos de él; a nadie escribió; su comportamiento fue digno y ferviente. El caso Piqueras permanece en el misterio.

ordenes

Preparando las órdenes

Llegó un visitador apostólico. Años antes había acudido otro. Misterios que no se aclararon. Llamó a mi amigo Paco Macaya, pero como a todos obligó bajo pena de excomunión a guardar secreto, nadie habló ni pío de cuanto se coció en aquellos santos aquelarres. Con mi actual mentalidad me pareció bochornoso, absurdo e inquisitorial este sistema. ¿Habría en nuestro seminario casos de inversión sexual?

Don Juan Segura, el profesor de mis tristes recuerdos, marchó de este mundo: Dios le tenga en su gloria. Los libros de su biblioteca yacían amontonados para que los disfrutara el seminarista que quisiera. Libros que con sudor económico se adquieren, con trabajo se asimilan, terminan abandonados; para quien los coja, o para venderlos a precio de papel.

Aquel curso pude visitar a mi familia en Estella, porque fuimos de excursión. Mi hermano pequeño no había visto al detalle Pamplona. Por eso decidimos juntarnos el día de salida; pasamos una jornada felices. Durante la época estival serían frecuentes nuestras excursiones por los pueblos cercanos a Estella.

Entré en la mayoría de edad al cumplir veintiún años. En esas fechas llegaron a mi pueblo, hechos sacerdotes, mis compañeros Orradre y Pérez. Con espíritu de fe recibo la primera absolución del segundo. Voy palpando cada vez más cercana la realidad de ser ministro de Dios.

Todas las mañanas caminaba en bicicleta hasta el pueblo de Larrión. Los tres hermanos seminaristas, Balenzagui, habían sido suspendidos, y el padre me sugirió que yo fuera a darles clase a domicilio. Me agradó la idea. Al deporte del ciclismo unía la natación de mediodía, y me propinaban ochocientas pesetas al mes. Debía de explicarles latín, de primero, Retórica y Cosmología. Los tres aprobaron en septiembre. Pude con el sudor de mi frente adquirir una máquina de afeitar eléctrica. Durante doce años la he usado.

Cayó como jarro de agua fría el seminario de verano. Desgraciada iniciativa de nuestros superiores. ¿Consecuencia del Visitador Apostólico? ¿Se propondrían disminuir las tentaciones del amor femenino, y tenernos con los ojos más cerrados? ¿Era excesivo estar tres meses en un ambiente normal para los que íbamos a permanecer en él durante el resto de la vida? Comentarios hubo de que nos mantendrían cerrados el mes de agosto entero. Afortunadamente se redujo a la mitad. Nos consolaba un poco el poder disfrutar en las piscinas del Oberena. El resto de la mañana transcurría participando en un cursillo misional en el que Don Angel Sagarmínaga y Perico San Martín nos informaban, deleitándonos con su palabra. Sabían los conferenciantes estar a la altura de las circunstancias.

Los compañeros de Comillas eran ejemplo de todos a causa de su vida fervorosa. El Padre Nieto les encendía en amor a Dios y a la Eucaristía. No olvido a Javier Garde, quien, después de comulgar traslucía una alegre seriedad; si uno podía verse tentado en la fe, el rostro de aquel muchacho le habría hecho reflexionar. Recuerdo que hablaba de la Virgen y decía que el mundo era como el mar; María la barquilla en que navegábamos seguros.

Con Emilio marché en bicicleta a Laguardia. Ha sido la excursión más larga realizada con este medio de locomoción. Mi abuela nos recibió feliz. Creo que fue la última vez que la vi. Poco podía ya. Sus días estaban contados.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.


José María Lorenzo Amelibia


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