Confesión: de la inflación al alejamiento

Crítica Constructiva

Confesión: de la inflación al alejamiento

Conocí en mi juventud a personas que se confesaban todos los días. Pocas, pero las había. Lo normal era hacerlo una vez por semana. Si en alguna ocasión te retrasabas hasta un mes, el sacerdote te reñía. Pero ¿nos ocupábamos de que la confesión frecuente fuera de verdad una conversión, o se trataba de pura rutina?

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En muchas parroquias rurales se han retirado los confesonarios, en otras existen telarañas por dentro. Me decía una persona: “En este pueblo hace treinta años que nadie se confiesa. Dos veces al año el cura nos da la absolución general, y se acabó”.

Hemos pasado de un extremo al otro: de la inflación al alejamiento. Lo cierto es que el sacramento de la penitencia tiene un cometido extraordinario en nuestra vida interior; y que es buena la confesión frecuente para purificar nuestras almas, para vivir con ilusión de perfección, huir del pecado venial y sobre todo del mortal.

No sé decir cada cuánto tiempo hay que confesarse: dependerá de las circunstancias, del deseo de conversión, de las tentaciones, de la caída en pecados graves… Pero quien se aparta durante años del sacramento de la penitencia, aunque no lo necesite porque no cae en pecado mortal, corre el peligro de ir perdiendo la conciencia de pecado. Además su vida espiritual mengua; el polvo de las faltas veniales se acumula en su alma.

Por otra parte no es fácil encontrar sacerdotes dispuestos a escuchar confesiones. Colocan muchos, eso sí, en la puerta de la iglesia el horario para la administración del sacramento, pero yo, al menos, no suelo ver en las iglesias adonde acudo a ningún sacerdote sentado en el santo tribunal. Habría que llamarlo. Y a la gente le cuesta buscarlo ni siquiera en la sacristía.

Algunos obispos organizan en las capitales a un grupo de sacerdotes para que ocupen un confesonario durante doce o quince horas diarias. Pero esto ocurre en un templo de la provincia. ¿Los demás?

En épocas pasadas recientes se abusaba de las absoluciones colectivas. Ahora se han suprimido casi por completo, y… ¿qué nos queda? ¿ni una cosa ni otra?

José María Lorenzo Amelibia
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