Confianza en el Señor en las pruebas y crisis

Espiritualidad

Confianza en el Señor en las pruebas y crisis

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Confío en Ti

Cada vez me convenzo más: el secreto de la paz y de la felicidad de este mundo está en olvidarse uno de sí mismo y de sus propios problemas; vivir de cara a Dios y con ganas de ayudar a otros. Confiar del todo en el Señor. En El vivimos, nos movemos y existimos. El ahonda y ensancha en nosotros la capacidad de amarle. Cuanto más nos olvidamos de nosotros mismos, más se nos entrega el Señor.

Con los años te vas dando cuenta: el cuerpo deja sentir su peso, y el alma parece que a veces se rinde de cansancio y desgana. No nos vamos a desalentar por ello. Vamos a acudir a Cristo. El dijo aquellas palabras: "Venid a mí todos los que os encontráis cansados, que yo os aliviaré".

Si te sientes débil, puedes confiar con más derecho, porque necesitas mucho más de la ayuda del Señor. Esto me parece evidente. Tú también lo verás así.

Aunque personalmente yo no lo sienta, me admiran (¡y ojalá que Dios nos conceda algún día esta gracia!) las ideas de Sor Isabel de la Trinidad, enferma. Decía a su madre: "Nunca fue tan grande mi dicha como cuando el Señor me asoció a los dolores de su Hijo."

"Comprendo lo mucho que Dios nos ama cuando nos visita con sus pruebas. No temas, madre, que yo sea una víctima destinada al sufrimiento; no te pongas triste. Yo soy muy feliz." Todo esto no se puede decir sino desde una gran altura de santidad.

Yo recuerdo, y tú también, de los estudios de ascética y mística: cuando Dios quiere elevar a una persona por los caminos de la santidad, lo somete antes a muy duras pruebas. El mismo Jesús lo dijo: "Cuando un sarmiento, unido a mí, que soy la vid, produce fruto, mi Padre lo poda y limpia." Ya has pasado en varias ocasiones esas pruebas y yo también. Ahora hace falta dejarse conducir por El hacia una mayor santidad. Pero nos queda no desear volver por los caminos anteriores, en los que, de una manera u otra, consciente o inconscientemente, sólo buscábamos la propia satisfacción. Al menos así me sucedía a mí. Vamos a renunciar a nuestra propia satisfacción. Vamos a reconocer la soberanía de Dios en todo. Vamos a dejarnos llevar.

No me resisto a copiar, del libro de RECUERDOS de Sor Isabel de la Trinidad, estas frases suyas sobre la muerte. A mí me admiran. Aunque no sienta esos deseos, me lleno de emoción y me alienta el ver personas tan generosas a la hora del sufrimiento.

"Si Nuestro Señor me diere a escoger entre morir en un éxtasis o en el abandono del Calvario, yo preferiría esto último; no porque lo merezca, sino por glorificarle y asemejarme más a El.""Paréceme - dijo otro día - que mi cuerpo está como suspendido y mi alma como zambullida en las tinieblas. Pero es obra del amor. Estoy segura de ello. Por eso mi alma rebosa de alegría." "Si hubiese muerto en el estado de espíritu de otro tiempo, me hubiera resultado demasiado grato. Mas ahora me veo en pura fe, y esto me agrada más." "De este modo imito mejor a mi divino esposo, y ando más en la verdad."

El mejor comentario a estas ideas es hacer un rato de oración y pedirle al Señor que nos aumente la generosidad.

Es un gran estímulo constatar personas con tal fe y amor. ¡De qué manera asumen las almas de Dios todas las pruebas, incluso la suprema de la muerte! Está pasando la vida. Ya ha transcurrido más de la mitad de la mía. Llegará sin mucho tardar este día de mi final. Puede ser hoy mismo o mañana. De seguro, antes de cuarenta años. Me seguirán las buenas obras. Por eso voy a estar ojo atento a ver a quién puedo ayudar. Voy a discurrir lo bueno a realizar.

Todo esto pienso con mucha frecuencia. Tú también ¿verdad? Mi problema vivir, y no como de prestado. Pero el meditar en este asunto me ayuda. ¿De qué me voy a quejar de picotazos de mosquitos yo? ¿Por la misericordia de Dios puedo todavía merecer, arrepentirme, ayudar a otros? ¿De qué voy a estar impasible ante un mundo necesitado de fe? Vivo con una inquietud continua, pero a la vez con gran paz. Bendito sea el Señor, creador nuestro, aunque a veces la vida parezca tan dura.

Mientras esto te escribo me viene a la memoria una frase de San Agustín leída hace tiempo. Era así más o menos: "Si me preguntas cuál es el camino del cielo, te diré que es la humildad. Si segunda, tercera o mil veces me preguntas responderé lo mismo: la humildad".

Pues vamos a seguir este camino. No es difícil, si pensamos: "Aquí estamos de prestado". Hoy nos está tocando vivir una prueba colectiva, la muerte súbita. ¡Cuántos van cayendo con el terrorismo! ¡Cuántos con los accidentes! ¡Cuántos antiguos compañeros, amigos y conocidos han pasado ya de este mundo! De verdad, me impresiona. A ti también, por eso te expongo este sentimiento mío. He conocido bastantes personas sanas hoy, y mañana en la tumba. Ellos ya han pasado. Esto deja en mi alma una impresión dolorosa y cada vez más, en mi afecto me desprendo de las cosas del mundo. Lo malo que a veces todo se me olvida. Y he de recordarlo con frecuencia. Pero la realidad es ésa: no merece la pena entusiasmarse con cosas caducas.

Vamos a decidirnos a servir a Dios con más fervor. Vamos a acudir a Jesucristo en la Eucaristía y a exponerle todas nuestras preocupaciones, nuestros deseos. Vamos a pedirle con fervor por tantas personas que viven aquí como si eterna fuera esta morada. Vamos a exponer a las personas con quienes nos relacionamos estos sentimientos nuestros. Tal vez les sirva para su bien. No lo dudo; les ayudará, si primero se lo pedimos al Señor.

José María Lorenzo Amelibia  

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