Conversación con un amigo de la infancia, desengaños y...

 Enfermos y Debilidad

Conversación con un amigo de la infancia, desengaños y...

desengaños

 Después de muchos años me encontré con un amigo de la infancia; hablamos mucho, y nuestra conversación llegó también al tema religioso. Los dos habíamos acudido a la misma catequesis. Yo le conté mis avatares, que él en parte conocía. Y él me narró sus desengaños y extravíos en materia religiosa. Estaba ya de vuelta de todo y me comunicaba: “Pero yo he sido pecador; he quebrantado todos los mandamientos; me he mostrado indiferente al amor de Dios, me traía sin cuidado. Ahora sí tengo atisbos de fe, de aquella que me infundió mi madre y nuestra catequista”. Yo le respondí sin vacilar: “Mira la Biblia, los Salmos, los Profetas. Ahora me viene a la memoria una frase del salterio que me gusta mucho: “Dios es misericordioso sobre toda misericordia”. La suelo repetir para mí; hazla tuya: verás, te hará mella en el alma. Lo malo, lo terrible es no creer en Dios. Y después de esto pensar y afirmar que no nos puede o nos quiere perdonar”. Creo que mi consideración pudo llegar al alma de mi amigo.

 Aunque sean muchos los pecados, jamás dudar del perdón de Dios. Me viene a la memoria un responsorio que cantábamos en latín antes de la Misa del funeral, antes de la reforma litúrgica: “No entres, Señor, en juicio con este vuestro siervo. Ante los pecados que he cometido me estremezco, y me lleno e vergüenza… Señor, no me juzgues según mis obras, pues nada he hecho que sea digno en tu presencia; por tanto, suplico a tu inmensa grandeza, que Tú mismo borres mis pecados. Cuando vengas a mí, ten misericordia de mí”. ¡Qué bueno repetir esta oración; fomentamos con ella la compunción de corazón tan necesaria para nuestra vida interior!

 Nos quejamos de nuestra debilidad moral, de que no somos santos. Pero “hay más alegría en el Cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia” – nos dice Jesús. La mejor purificación del alma se obtiene con la aceptación de la muerte cuando Dios lo desee y como Él quiera. Este ofrecimiento conlleva un gran mérito. Mi consejo mejor para mí y para todos: vivir siempre en contrición perfecta; fomentar para ello los actos de amor a Dios, y corroborarlo con el interés por querer y ayudar a nuestros semejantes. La persona arrepentida no ha de temer la muerte. Confiar en Jesús. Sufrió pasión muy dolorosa para salvarnos. Resucitó y aseguró así nuestra salvación.

José María Lorenzo Amelibia

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