La salvación Conversé con el párroco de San Pedro

Enfermos y Debilidad

La salvación

Conversé con el párroco de San Pedro, Victorio Biurrun 

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A Victorio Biurrun lo conocí en el Seminario. Hacía mucho tiempo que no lo veía y aquella mañana de verano fue la última vez que lo hice. Estaba en la sacristía de la iglesia de San Pedro de Estella de donde era párroco. Charlamos a gusto un rato, y llegó nuestra conversación a un tema candente en aquellos días: los muchos que morían sin recibir ningún sacramento; el dolor que esto supone a un pastor de almas; la misericordia de Dios; el temor a perder la fe; la indiferencia que corroe a muchas personas. Y de ahí descendimos la realidad, la maravillosa realidad de que esta vida, la del mundo, no es la definitiva.

Victorio era un sacerdote de mucha fe y de gran bondad, de mucho corazón. Conversamos con gozo de nuestra esperanza cristiana. Para el alma que piensa mucho en Dios y sus cosas, la muerte es dulce. Sabe que le envolverá la luz, le abrasará la llama del amor eterno. Salta el corazón de gozo si piensa en la entrada de la vida eterna: para siempre con Dios.

 Coincidíamos Biurrun y yo en la dureza de la vida para el no creyente, lo problemático de su salvación. Y a la vez en la alegría de la fe. Cuanto más crece el amor de Dios, más aumenta el deseo de la unión con Él, y la muerte se espera con gozo, porque es la puerta de entrada a la unión definitiva. Dios en su bondad me enseña por la fe que la muerte no nos aniquila ni nos deja en el vacío de la nada. Es propio de los paganos pensar que después de esta vida, nada. La muerte nos visita para transformarnos e iluminarnos y vestirnos de la gloria de la inmortalidad. Seremos elevados mucho más alto y a mayor claridad de lo que podemos ahora imaginar. ¡Todo me lo va a llenar Dios, mi padre! Él va a ser el centro de mi alma.

 Da alegría tropezar con personas de fe y conversar con ellas de estos temas de trascendencia. Una vez en la eternidad, Dios está aquí para siempre con nosotros. Y donde está Dios, a la fuerza tiene que estar la total felicidad. Nada envidiaremos. Aquí en el mundo permanecemos muchos años creyendo y esperando. ¡Qué felicidad cuando llega la hora! Una vez en posesión plena de Dios, nadie nos lo puede arrebata

José María Lorenzo Amelibia

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