El Dolor afianza la vida interior

Enfermos y debilidad

El Dolor afianza la vida interior

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Arriba los corazones 

“Mi ser ha sufrido una transformación tan misteriosa como profunda. Mi felicidad es duradera, pues es divina”. Así habla un alma de Dios que supo asimilar el dolor como venido de la Providencia para santificarnos y conseguir un mundo mejor. Estas dos ideas es preciso meditarlas. Guardarlas escritas en un papel para un rato de reflexión antes de entregarnos a la oración. Y en otra ocasión afirmaba: “Para morir a mí misma he necesitado mucha agonía de la voluntad”. Todo esto se puede decir desde la propia experiencia de enfermo. Ojalá lo asimilara yo; lo he de considerar despacio. También te lo ofrezco; puede hacerte bien.

            ¿Quién decía estas cosas tan admirables? Una mujer de la que venimos hablando en distintas ocasiones: una enferma muy singular: Marta Robín, la francesa postrada para siempre en la cama: inmóvil, ciega y sin poder comer ni dormir, pero que logró sobrevivir durante más de 50 años con la Sagrada Hostia como único alimento.

            Jesús se hacía muy tierno para aquella alma sangrante, tornando sobre Él todo lo penoso de la prueba. Así lo sentía Marta. Y le ofrecía a Marta el mérito de seguirle sin resistencia. “La enfermedad nos priva de nuestros medios de actuar, pero crea otros poco comprendidos, muy poco estudiados”. Hemos de animarnos

            Marta aparecía, ante tantos cientos y millares de visitas, diferente a cuanto podían imaginar. Era ella más evidente que la propia presencia, a pesar de apenas poder vislumbrar su figura en la penumbra. Parecía hundida en la misma divinidad.

 Y no vivía ajena a las cosas del mundo. Cuando los sucesos del 1968, en Francia, decía: “¡Si supieras cómo he rezado, cómo he suplicado para que no se vierta ni una sola gota de sangre… ¡Para que no intervenga el ejército! Cuando el General ha buscado el apoyo militar, yo tenía miedo de que viniera y cercara París. Entonces supliqué y supliqué, me ofrecí a Dios; yo no sé otra cosa que ofrecerme y sufrir. Tengo la convicción de que cuando Francia llegue al límite, entonces se producirá una intervención de Dios.”.

 En aquella época existía en el ambiente el temor de que la bomba atómica iba a estar al alcance de casi todas las naciones. El fantasma de la guerra nuclear dominaba todo. Marta decía: “¡La bomba atómica! Cuando se piensa que todas las naciones pequeñas pueden fabricarlas… y que bastan dos locos para trastornar todo… intento cargar sobre mí el pecado del mundo. Es horrible pensar lo que los hombres han hecho de su libertad. ¡Qué descontento estará Dios! ¿Cuánto tiempo durará esto?”

 No olvidemos nunca la marcha de nuestros semejantes; no podemos dejar de vivir en el mundo por el hecho de estar enfermos. Cada vez más unidos a Dios, entregar nuestras obras para la salvación del mundo.

José María Lorenzo Amelibia

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