Enfermedad espiritual, la tibieza

Enfermos y debilidad

Enfermedad espiritual, la tibieza

tibio

 Me gusta el recuerdo eucarístico de mis años lejanos. Me gusta rememorar las funciones con Jesús expuesto en la custodia en los meses de junio, llenos de calor y juventud. En aquellos templos labró el Señor mi corazón en fervores de presencia real, en compromisos de un amor para siempre. Pero con frecuencia uno se olvida de lo bueno que es el Señor. Poco a poco se disipa, gusta de mundanidades, se empobrece en el espíritu, entra en una terrible enfermedad del alma: la tibieza. Ninguno va al médico a decirle: “Señor doctor, he entrado en la tibieza, deme una medicina eficaz”. Pero lo malo es que tampoco va al sacerdote, e incluso huye de la confesión. Así nos va.

Llevo muchos años escribiendo sobre la debilidad, pero no son muchos los artículos que he dedicado a la debilidad más angustiosa, la del alma. En ella se cae de una manera lenta, pero inexorable: dejar la vida de piedad, omitir los ratos de oración, dedicarnos a la mundanidad, admitir toda clase de placeres. Y hemos de salir cuanto antes de esta cuesta abajo que termina en un despeñadero. ¿Cómo? Volver sal fervor. Reflexionar.

 ¡Oh, si comprendieran todas las personas la realidad de un Dios hecho alimento y compañía! Habría colas delante de las iglesias para permanecer junto a El unos minutos. Y si las encontraban cerradas, permanecerían firmes hasta que el sacerdote se dignara abrir las puertas para dar oportunidad a la audiencia Eucarística. El Siervo de Dios, Don Manuel González, obispo de Málaga y Palencia, solía decir cuando pasaba junto a un templo cerrado: “El cura de esta iglesia o está enfermo, o no es bueno.”

 Tú y yo, hermano, vamos a aprovechar todo lo posible el tiempo, y permanecer junto a Jesús en el Sagrario al menos media hora diaria. Allí nos ejercitaremos en actos de amor, en deseo de servirle, en súplica por la santidad de las personas consagradas. Cuanto más espiritual e intenso sea nuestro acto de amor, mayores nuestros frutos interiores de apostolado. Las almas enamoradas han conquistado el mundo, y lo han convertido en Reino de Dios. Y… se alejan de la terrible enfermedad de la tibieza.

 Pasan los años. Todo va cayendo. Permanece para siempre Cristo en la Eucaristía. El estará con nosotros hasta la consumación de los siglos. Si hoy se encuentra olvidado, tú y yo somos responsables. Nuestra fe abrirá las iglesias y arrastrará a las almas hacia el Sagrario. El permanecer muchos ratos junto a Jesús; el volver al sacramento de la penitencia; aumentar nuestra devoción a María, son los mejores remedios para que la enfermedad de la tibieza no haga en nosotros su presa.     

José María Lorenzo Amelibia

Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com

             Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/

Puedes solicitar mi amistad en Facebook https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3                                          Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2

Volver arriba