FE, GRAN VIRTUD

Espiritualidad

FE, GRAN VIRTUD

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La fe ¡qué gran virtud! A veces parece un sol refulgente. Otras, se eclipsa y parece que nada vemos. Pero... en unas ocasiones y en otras creemos, confiamos, procuramos acomodar nuestra vida a los postulados de esta virtud. Y siempre ¡qué paz de espíritu da a nuestras almas! Estoy seguro que tú has experimentado muchas veces estas vivencias.

Cuando aparecen las tinieblas, más nos tenemos que aferrar a nuestra fe. Si lo viéramos todo claro, ya no habría fe. Ahí está precisamente el mérito. Ese es el obsequio de nuestra inteligencia que ofrecemos a la Grandeza de Dios.

También te vendrán como en otras ocasiones tentaciones contra la fe. Tendrás ganas de huir, de dejarlo todo. Pero entonces recordarás aquello del Evangelio: "Señor, ¿a quién iremos? Tu solo tienes palabras de vida eterna". Cuando nos envuelven las tinieblas, Jesús nos compensa con creces incluso en esta vida. Hay momentos en la oración oscura que nada sentimos, nada gozamos, pero la paz nos acompaña durante todo el día y, junto a ella, una alegría inexplicable.

Y sacar fuerzas del "amor que Dios nos ha mostrado" en otras ocasiones. Vivir en todo lo momento la intimidad con Dios; obedecer con sencillez sus mandatos.

Lo estás observando continuamente. Siempre el caballo de batalla es la fe. Para mí la virtud cristiana más importante, porque el amor, sin fe, poco o nada puede avanzar. ¿Por qué amo a Dios con tanta flojedad y tibieza? Si tuviera una fe más profunda, subiría más y más mi amor a Dios. Escalaría las montañas. Yo le digo muchas veces en mi oración al Señor: "Yo creo, pero aumenta mi fe". Antes el símbolo de los apóstoles lo recitaba medio distraído. Ahora para mí es una oración hermosa. Lo rezo con gran amor y admiración.

¿Por qué no viviré de una vez solo para Dios y para cumplir a tope su voluntad? Todo esto te lo digo a ti, porque sé que lo comprendes, porque sé también que trabajas y vives en esta tensión espiritual, como yo, más que yo. Sí, yo creo, pero cuántos grados en el creer. Mi fe está muy lejos de aquélla que tenía Santa Micaela, la enamorada de la Eucaristía, muy lejos del santo de nuestros días, el Padre Nieto. Aumenta, Señor, nuestra fe. Que no tengamos tanto miedo a las consecuencias de sus exigencias.

José María Lorenzo Amelibia  

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