Fidelidad y debilidad

Enfermos y Debilidad

José María Lorenzo Amelibia  

   Fidelidad y debilidad

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Fidelidad en la debilidad

Un gran amigo mío, fallecido hace ya varios años, me acogió a regañadientes, cuando hube de dejar la clerecía por razones de salud mental, y durante mucho tiempo, me increpaba siempre con esta poco agradable frase: “Eres bueno, pero has sido infiel”. Yo le decía: “No, infiel no; débil, sí”. Pero no se convencía. A pesar de todo, nunca abandoné mi amistad hacia él. Otros compañeros míos, dispensados también del compromiso celibatario, se quejaban de haber oído en sus mismas narices insultos tales como traidores, desertores e incluso judas, por haberse secularizado.

No voy a meterme ahora en valorar moralmente estas “lindeces” que con frecuencia se han cometido contra nosotros. Ni siquiera deseo acusar a nadie. Que cada uno considere su actitud ante Dios y su conciencia. Prefiero en estos momentos analizar con el diccionario en la mano las palabras vejatorias y cerciorarme de la inexactitud con que fueron aplicadas, y con mansedumbre aconsejar a interlocutores y amigos que procuren no enseñarse con el débil.

Dice así el Diccionario de la Real Academia Española: Fidelidad: “Lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona”. Traición: “Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener”. Desertar: “Dicho de un soldado: Desamparar, abandonar sus banderas. Abandonar las obligaciones o los ideales”. Judas: “Hombre alevoso, traidor”. Ninguno de estos apelativos coincide con la decisión y actitud que han tenido los religiosos y sacerdotes, que con la dispensa debida han dejado la clerecía, a no ser que hayan dedicado su vida posterior a difamar la religión misma que han practicado, o hayan apostatado formalmente de ella.

            En cambio, mirando el mismo diccionario, leemos: Debilidad: “Falta de vigor o fuerza física.  Carencia de energía o vigor en las cualidades o resoluciones del ánimo”. Esto sí coincide con la decisión y actitud de cuantos salieron del clero por su dificultad grande para continuar con la elegancia y ánimo que exige el estamento clerical. Un sacerdote muy discreto, muy cordial, con mucho espíritu cristiano me decía: “¡Con cuánto amor y cariño el Señor tiene que mirar a los sacerdotes y religiosos que se han visto precisados a dejar una decisión que en tiempos pasados habían abrazado con amor!”. Este sacerdote sí tenía entrañas de misericordia y bondad, como el mismo Jesús que nos quiere.

        Mi desahogo del alma lo expongo aquí no “porque sí”, ni siquiera como desagravio a tantas personas tratadas con rigidez y descortesía por compañeros, superiores o convecinos, sino para que todos aprendamos a acoger al débil, al caído, al pobre, al enfermo, al marginado y desamparado. Para que todos tengamos un corazón tierno como Jesús con los débiles.

José María Lorenzo Amelibia

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