Todo el mundo lo sabe: el hacer pasillos por la corte, por los ministerios, por Añastro, incluso por las embajadas, es un medio para conseguir subir al carro del poder. Es una manera de promocionarse en lo político y en lo religioso. Está demostrado.

En mis tiempos de clérigo conocí a algunos compañeros algo mayores que yo, pero de muy buena edad, a quienes se les veía las ganas de promocionarse. Acudían cada dos por tres a nunciatura. Todos llegaron a obispos. Supieron hacer pasillos. La verdad es que, una vez en el cargo, supieron llevarlo con gallardía, sencillez y humanidad. Fueron unos prelados muy asequibles, llenos de cariño y comprensión para sus curas. Pero su táctica “de pasillos” resultó imprescindible para su elevación al carro del poder.

Desconozco el mundo de los políticos que, por supuesto, es más de lo mismo. Leía hace ya tiempo en un periódico que la reina vio a una persona, muy conocida de ella, por estos andurriales de la de la diplomacia y política y le dijo con cariño y confianza: “¡Don XX, ¿¡haciendo pasillos!?” Creo que también le fue bien a tal señor.

Me parece casi normal entre la clase política tal proceder; es una manera de darse a conocer en la Corte, sobre todo quienes deambulan por provincias. No lo veo de la misma manera en el ambiente religioso - católico. Siento vergüenza ajena, cuando los veo “arrastrarse” para después “subir” a las alturas. ¡Y pensar que muchos cargos, de vicario general o párroco insigne para arriba, se siguen consiguiendo por el amiguismo, el arribismo, el intrusismo, el politiqueo y el pasillismo… Nosotros que debiéramos ser ejemplo y testimonio de buscar los últimos puestos, los más difíciles y onerosos, vamos a menudo ansiando los cargos de relumbrón.

Esto fue ayer y hoy. Y ojalá en un futuro se vaya reformando de tal manera la praxis nuestra Iglesia que resulte casi imposible deslizarse por los pasillos en busca dignidades. Pienso que es más beneficioso el simple escalafón que el modo de conceder hoy en nuestra querida Iglesia un puesto de autoridad. Pero de este tema, hablaremos en otra ocasión.

José María Lorenzo Amelibia
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