Para obispos y todos los demás. LVIII SE ABRE LA PUERTA DEL MATRIMONIO

 La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

LVIII SE ABRE LA PUERTA DEL MATRIMONIO

E S T U D I A N T E D E M A G I S T E R I O

YA DESDE el seminario me ilusionaba la idea de poseer el título civil de magisterio. Concluidos los exámenes quinquenales, comencé a estudiar por libre la carrera. Marcharía a Vitoria a las pruebas. Tal vez pudiera tratarse de mi porvenir. Mucho me dolerá dejar el sacerdocio, pero sé que la vocación de célibe hasta la muerte, no podré realizar con paz. La experiencia me lo iba demostrando. Las orillas de los ríos y arroyos, la sombra de los árboles, la mesa de mi despacho junto a la estufa en las largas noches invernales, presenciaron mis horas interminables de entrega a los libros de texto.

pueblo

Así escribía en mayo del sesenta y cuatro: "Un pequeño paréntesis en mis estudios de magisterio (pronto tengo los exámenes) para escribir unas líneas. Ahora estoy en Rumos como Jesús de Nazaret: acumulando energías ocultas. Días iguales, pero horas muy calientes junto al sagrario de mi parroquia. Los pueblos van a menos. La gente se marcha. Yo los atiendo cuanto puedo. Los quiero a todos; son Cristo vivo; he de amarlos. Paso los días en paz y alegría tranquila. Las tentaciones continúan. Recuerdo lo de la Escritura: "Bienaventurado el hombre que sufre la tentación".

Del 21 al 30 de abril dirigí dos tandas seguidas de ejercicios. La primera junto al P. Martínez de Olcoz. Parece que este hombre vive lo que dice: el amor a los demás. Salgo renovado. La segunda, en Andéraz a colegialas. Me pasaría la vida así. Tengo dificultades para dedicarme a este ministerio: mi madre que se disgusta siempre que salgo. Confío que el Señor me ayude a solucionarlo: tal vez buscando un piso en Estella."

Durante tres cursos bien llenos permanecía enfrentado con los libros de texto. Ni un sólo suspenso, a pesar de presentarme como alumno libre, bastantes notables, y algún sobresaliente. Creo que es una buena cota.

Juan XXIII murió. Preciosamente en los primeros días de junio, en que realizaba mis pruebas. Todavía recuerdo los televisores de Vitoria cuajados de gente, presenciando el momento en que sus restos eran trasladados a la Basílica de San Pedro. Poco tiempo permaneció entre nosotros aquel Pastor Bueno, humanitario, que tuvo el valor excepcional de enfrentarse a una tradición secular, que no permitía en ninguna circunstancia el matrimonio a los que habían sido ordenados sacerdotes. El siguiente Pontífice, casi a la fuerza, hubo de regular jurídicamente la iniciativa del Papa Bueno.

En el contexto de la encíclica "Sacerdotalis celibatus", se vislumbra con cuánta desgana actuaba Pablo VI. No demostró demasiado elegancia espiritual al aplicar palabras como "desgraciados", "deserción", y otras a quienes dejaban el ejercicio ministerial (exigencia impuesta por él mismo) para contraer matrimonio.

Me guiaba por criterios propios. Veía ridículos muchos enfoques de moral. A pesar de todo, no me aparté ni un ápice de los principios de ética cristiana. ¿En qué cabeza cabe, por ejemplo, considerar la Misa bajo el aspecto de falta moral? Hasta once pecados mortales se podían cometer en la celebración eucarística por faltas de rito. Me lancé a escribir en revistas clericales una serie de artículos que en aquellos años se consideraban avanzados. Dos de ellos me produjeron gran satisfacción: el relacionado con la dirección espiritual del clero, el que más. En síntesis pedía que varios sacerdotes se dedicaran en cada diócesis a visitar a sus compañeros, en plan de amistad, para ayudarles a solucionar sus problemas y crisis y avanzar en el camino de la virtud. Este escrito mío se reprodujo en el aula conciliar por un obispo español; claro, no leyó mi nombre. Por desgracia no se le ha hecho caso, con excepción del Opus Dei. El otro artículo se refería a la segunda vocación dentro del sacerdocio. Lo reprodujo íntegro la revista mejicana "Criterio". Conservo muchos de mis escritos archivados. En ningún momento me he considerado relajado. Por una parte boga mi entendimiento; por otra mi acción. La obediencia siempre me ha parecido virtud necesaria. Es necesaria la renovación para no caer en la rutina caduca. Creo que en el fondo mi acción moderada y según la ley, se debe al deseo de integridad moral.

FIEL A LA AMISTAD

EN MI VIDA uno de los grandes valores es la amistad. Difícil es conseguir un amigo bueno. Más difícil todavía, conservarlo. En todo momento me he sentido abierto a este don de Dios. He disfrutado al tratar con personas en las que advertía una coincidencia de ideas, sentimientos o simplemente simpatía indefinida. El hecho de sentirse a gusto hablando con un semejante, lo considero el primer paso. Puede fraguar así la amistad. El tiempo pasa por su fino tamiz los hechos y circunstancias y con él muchas personas de categoría se nos van alejando. El espacio dificulta la relación con los amigos verdaderos. Estos dos entes de razón pueden hacer caer las más sólidas amistades, y dejarlas en un gratísimo recuerdo totalmente ineficaz. Por otra parte nuestra capacidad y el ritmo agobiante que la vida impone nos limitan todavía más. Si no mimo con celo este don de Dios, fácilmente quedaría sumido en el sombrío aislamiento o en la ligereza del amigo ocasional. Cuanto más avanza la vida, mayor dificultad se encuentra para hallar amigos. Necedad es despreciar los conseguidos, más que deshacerse de una fortuna. En los momentos alegres disfrutamos juntos de la belleza de la vida. Cuando llega la prueba, el amigo te acoge, escucha y anima. Sufro por las amistades iniciadas y no consumadas. Sufro más si veo en peligro las consagradas por el tiempo y la prueba. Mi dolor es máximo ante la muerte de la amistad. Suele comenzar por una enfermedad grave: la incomunicación en cualquiera de sus aspectos: olvido mutuo por la separación geográfica o temporal; monólogo epistolar; dejar de hablar un idioma común. No exijo, y nadie puede exigir a la amistad utopías. Aunque un refrán afirma: "El amigo es otro yo", jamás puede existir identidad entre dos personas. El amigo ha de tener algo de parecido y algo diferente: posibilidad de "enganchar". La diversidad de criterios en muchas ocasiones enriquece.

Paco fue destinado a la Parroquia de San Agustín de Pamplona. De allí, por una cacicada más del dueño del tablero de ajedrez, don Sixto Iroz, a unos pueblecitos: Ripa y Latasa.

Me invitó a predicar una misión en los lugares. Días felices los que pasamos juntos. Emocionaba ver la sencillez religiosa de los campesinos, que a la hora del Angelus, cuando lo rezábamos a través de los altavoces, se descubrían para unirse a la oración común. Alegría inmensa al contemplar la reacción, fervor y arrepentimiento de nuestros fieles. Ni en la gran misión de Sevilla me encontré tan feliz pregonero del Evangelio como aquí. La charla amistosa con Paco era casi ininterrumpida. Se desahogaba de las faenas "sixtinas" y, sobre todo, seguía adelante en la preparación de oposiciones para capellán militar. Todo resultó bien. Meses más tarde, ingresaba mi amigo en el cuerpo de Aviación como capellán castrense, con la graduación de teniente.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

José María Lorenzo Amelibia


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