Para obispos y todos los demás. LXIII SIGO LA OBRA DE EJERCICIOS y con celo y fervor

La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

LXIII

SIGO LA OBRA DE EJERCICIOS

AMPLIE mi radio de acción en ejercicios espirituales. Algunas casas me resultaban particularmente gratas: Ohárriz, con sor Mª José como superiora, en pleno valle del Baztán. Allí la paz y la alegría serena nos envolvían. Tal vez porque de mi primera tanda salieron tres chicas con vocación religiosa, les encantaba invitarme a dirigir las jornadas del retiro total. En una ocasión asistieron como ejercitantes dos jóvenes de mi pueblo. En San Sebastián, junto al domicilio de mi hermana, en las Reparadoras impartí también varias tandas. Disfruté de la presencia de mi sobrina Mari Lourdes. Salió de allí con verdadera ilusión cristiana. Espero que algo le quedará de aquellos días dedicados al espíritu.

ej4

Casa de ejercicios espirituales

Una mañana de domingo, en las vísperas de Navidad, se presenta Jesús Lezáun en mi casa: - Me habían encomendado una tanda de ejercicios a sacerdotes en Bilbao. Me va a ser imposible asistir. ¿Por qué no vas tú? - Poco tiempo me das para prepararme. En principio me agrada la idea, ¿Que clase de curas acuden? - Creo que en gran parte curiales y profesores. - Imposible. ¿Qué le voy a decir a personas tan sesudas? - Lánzate, Josemari, has de tener buena acogida. Preséntate con sencillez. Mi temperamento decido junto con el deseo de hacer el bien, me animó a acudir a Begoña a la tanda más comprometida de mi vida. Saludo a los compañeros. Veo a uno que me inspiraba confianza especial: Juan Angel Belda, fiscal general de la diócesis. Hablaba con el vicario general, José Angel Ubieta. (Hoy el primero es obispo de Jaca). - ¿Cuántos habéis venido? - Algo más de treinta. - Yo soy cura rural. Tengo experiencia de toda clase de ejercicios, menos de curas. - No te preocupes. Lo difícil es darlo a seminaristas. Nosotros te escucharemos con atención. - Había pensado no rebasar de media hora la exposición de cada tema. - Estupendo. Así nos dejarás más tiempo para reflexionar. - ¿Vosotros habéis pensado alguna modalidad? - Nos encantaría por las noches mantener diálogo abierto sobre cuestiones que podíamos preparar. Se me quitó el miedo. Agradables los temas que surgían al atardecer. Recordábamos el seminario de los años cincuenta; el celo apostólico de los equipos de amistad sacerdotal; el afán de espiritualidad. Aquellos hombres vivían con ilusión su sacerdocio.

A la hora de descansar, me dice una noche Juan Angel Belda: - ¿Tienes sueño? Me gustaría hacer un poco catarsis, si no te molesta. - Encantado; le digo. Comenzó a hablar de sus asuntos. Pasaban las horas en confiada amistad. Al final, terminé yo refiriéndome a mi problema. Logramos una intercomunicación perfecta.

Hace unos meses, siendo él ya obispo de Jaca, le escribí por asuntos de nuestra coordinadora. Le rememoraba aquella noche de diciembre en que mutuamente nos desahogamos. El me contestó. También recordaba los detalles de nuestra conversación.

Fui llamado por las monjas a un pueblo de la costa cantábrica a dirigir un retiro de diez días. Mi madre me acompañó. Tal vez haya sido para ella la temporada más larga que ha pasado fuera del ambiente familiar. Se deslizaban los días pausadamente. Yo observaba, escuchaba y hablaba tan sólo el tema de los ejercicios. La clausura de al tanda coincidió con la fiesta de San Lorenzo, aquel santo, cuyo tesoro eran los pobres. De ahí tomé pie para decirles algunas verdades allí observadas. A los sirvientes de fuera les pagaban sueldo bajísimos. Ellas tenían bienes de fortuna suficientes. Media hora de predicación directa, incisiva, concreta, sin ambages. Al despedirme en el locutorio me decía una monja: - Ha estado muy duro, padre. - Ya sé. Pero ¿tenía razón o no? A más de una agradó mi alocución. Creo que a las dirigentes, no. Desde entonces no volvieron a llamarme ni a escribirme jamás. Prueba de que mis frases caían sobre campo adecuado, fue que me entregaron por aquellos diez días de trabajo mil pesetas. Aun contando la comida de mi madre, aquello era a todas las luces insuficiente, porque hube de recorrer más de trescientos kilómetros y dejar un sustituto para el domingo en Loroño. Predicar en desierto…

A Fuente del Río acudía con frecuencia. Unas religiosas me llamaban a celebrar mensualmente el día de retiro. Preparé y comenté el decreto conciliar "Perfectae caritatis", sobre la renovación de la vida religiosa. Aquel pueblo me encantaba: recoleto, artístico, verdadero remanso de peregrinos.

Me calenté con los ejercicios. Escribía a don Joaquín Goicocheaundía, mi antiguo profesor de la escuela de ejercicios, y le indiqué mi ofrecimiento para este ministerio entre sacerdotes. Me invitaron de puntos muy distantes de España. Mis mejores recuerdos sacerdotales los guardo de aquellas convivencias en el espíritu con compañeros. En ellas se palpaba la fe vibrante, y el esfuerzo por la entrega generosa. Visitaba a todos por las celdas, ya fueran jóvenes, viejos o canónigos. En general el sacerdote deseaba hablar y desahogarse. Muchos se abrían en sus problemas interiores.

Respecto al celibato sacerdotal mi opinión se formó, tras aquellas experiencias, de la siguiente manera: al parecer no son muchos los sacerdotes "liados"; tampoco abundan aquellos para quienes el celibato es una liberación, una gran mayoría ha de vivirlo como carga molesta, y que en lugar de liberarlo, lo inhibe. Casados, se encontrarían mejor equilibrados.

Mucho le debió de gustar mi estilo al canónigo, director del colegio diocesano de Orihuela. Me pidió que en el curso siguiente, hacia noviembre, dirigiera tres o cuatro tandas a sus alumnos.En un pequeño hotel junto al mar, confraternicé con aquellos muchachos. Era delicioso el amanecer. Pude contemplar emerger el sol de las profundidades del Mediterráneo. Parecía el espíritu que renovaba la faz de las aguas. Mi alma se unía a aquellos rayos de oro para elevarse al Dios dueño de toda luz.

El ambiente de trabajo interior de aquellos jóvenes andaba muy lejos del de mis provincias del norte.A Santiago de Compostela me acompañó mi amigo José Ignacio. Era grato viajar acompañado hasta el Finisterre; no olvido las cartas que escribí en ese lugar y poseo testimonio gráfico de ellas. Contemplamos las Mariví de las Rías Bajas en verdadera embriaguez de paisaje enmorriñado. Para mí ha sido lo más bello de la España marítima. También guardo extraordinaria impresión del clero gallego. ¡Con cuánta seriedad y empeño practicó aquel retiro!

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

José María Lorenzo Amelibia


Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com
Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/Puedes solicitar mi amistad en Facebook https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3
Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2

Volver arriba