Para obispos y todos los demás. LXV EN L I Z A S O ME AGUARDABA LA PROVIDENCIA, LA SOLUCIÓN DE MI VIDA.

La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía

LXV

EN L I Z A S O ME AGUARDABA LA PROVIDENCIA, LA SOLUCIÓN DE MI VIDA.

liz

Lizaso de Navarra

LIZASO, pueblecito reclinado en el Valle de Ulzama, pieza incrustada en inmensa esmeralda. Un nuevo colegio apostólico de monjas francesas, llamado Juan XXIII, me aguardaba. Allí encontraría la buena nueva que Dios me regalaría. A este joven cenobio fui enviado para dirigir unos ejercicios espirituales a un grupo de niñas que estudiaban su vocación a la vida religiosa.

Asestaba sus últimos coletazos el verano del 66. Gustó mi estilo a la superiora, Sor Mª Camille, y me indicó su deseo de que volviera por allí. Le parecía, al escucharme, percibir el mismo tono el amoso Evelly. Sería pura coincidencia: de él no había leído mucho yo. Regresé con la esperanza de que no sería la última vez. Aquel rinconcito del valle me cautivaba. Unos meses después, en el paréntesis de mi última toma de contacto con el colegio, anotaba en mi diario:

"Me escribe Araceli. Me indica que no vuelva a escribirle más. En fin, sufro.

Estoy en manos de Dios. Si El quiere que cumpla su voluntad en otros caminos, me proporcionará la ocasión. Estoy convencido de que el celibato no es mi sendero. Quizás encuentre un amor que me llena. Incluso pienso que a ella le abruma la idea de que con su poca cultura no me puede hacer feliz. Es muy cerrada. Hace unos días la he visto en la Ciudad: - ¿Sí, o no? - No sé. - ¿Y si llego a olvidarme de ti?- Mejor. Creo que no hay nada que hacer. Guíame, Señor, con mano bondadosa. ¡Me encuentro tan nada ante ti...! Confío."

El 23 de enero del 67 acudí a Lizaso para dirigir un retiro a las niñas. Toda la mañana la pasamos trabajando en las tareas del espíritu. De modo totalmente casual, conocía a la profesora seglar. Ella misma va a narrar meses más tarde este primer encuentro:

- Recuerdo perfectamente que te conocía bajando la escalera. Siempre bajo sola porque las niñas se encuentran en la capilla un cuarto de hora antes de la comida. Aquel día, como siempre, tras lavarme las manos y echar una miradita al pelo, iba tan tranquila. Oigo el ruido de una puerta. ¡quién andará por ahí? ¡Si tienen que estar todas en la capilla! Sigo bajando, mirando bien los peldaños (es que un día tropecé y caí en la escalera, y me hice un daño y unos cardenales en las piernas de padre y muy señor mío). Instintivamente mis ojos empiezan a subir y encontré la cara del dueño de la sotana. Pensé: pues menos mal que estoy unos peldañitos más arriba que el "cura" éste, porque si no el viaje de mis ojos más largo... ¡qué grandón! Enseguida te dije: - ¡Buenas tardes! Tú me contestaste. Y, claro, como no sabias quién era aquella chica no dijiste más. Te quedaste un poco volado. Yo reaccioné y procuré romper un poco la tensión. - ¿Es el padre que ha venido a dar el retiro a las niñas, verdad? Oh... tenían muchas ganas de que viniera. - ¿Sí? Pues son muy cerradas. Bueno, ya lo notarás tú que las tratas. - Es que son unas crías. - ¡Pero si algunas tienen diecisiete años! Yo soy quien les doy las clases... Estudié Filosofía en Madrid. - ¡Mira! Pero si eres una cría... Continúo el descenso hasta el tramo en que tú estás, mientras pregunto: - ¿Qué, ya es hora de comer? - Sí; sí... Ah, ¿es que estás aquí del todo? ¿Vas los fines de semana a Pamplona? Continúa el descenso. Tú, todo galante, a la izquierda; yo, por la barandilla. - ... ¿De Tafalla? Pues un cura, no sé cuantitos, es de Tafalla. Otra vez, mirándome jovial y simpaticón: - ¡Jo!, pero si eres una niña!

- ... - Pues, sí, yo estudié magisterio. En los ratos libres, en vez de jugar al mus... Tenemos un compañero que es una lumbrera en románicas. - ¿Y por qué no lo hace usted? Le distraería y le encantaría. - Humm... cinco años y a ratos perdidos, que se convierten en diez. (Ya estamos parados ante la puerta del comedor) La monja que te ha de servir se ve por allí, esperando tu llegada). Yo: - ¿Dónde come, ¿con nosotros o allí) - Ah, me da igual. Yo, sonriente y gamberrilla: - ¡Claro que sí! El caso es comer, ¿verdad, padre?... Buen provecho. - Gracias, gracias, hasta luego... Voy a mi mesa (con las monjas). Rezo y comento: - ¡Qué simpático he encontrado al Padre! Creo que las niñas se entenderá bien con él. ¡Qué natural y sencillo! Vuelves después a aparecer tú. -Hola, te invitamos, si quieres venir. - Encantada, padre. (Y entro). Tú, del todo usurpador, me robas mi mesa y mi silla, y yo me dirijo al último pupitre vacío, junto a las niñas. También podría repetirte lo que me dijiste, al pie de la letra, en cinco o seis veces que te dirigiste a mí…

Y yo dije para mí: "Pero qué cura más normal y salado. Le diré que si le puedo escribir." El momento en que entramos a discutir la encuesta no me sentí embarazado por la presencia de aquella profesora. Parecía una más del grupo. En ambiente de confianza se realizó toda la reunión. Llegaba la hora de marchar. Cuando me disponía a abandonar la casa, Angelines, así se llamaba la profesora, estaba sentada en una silla. Me dice: - Padre, ¿se le puede escribir? - Naturalmente que sí. Imaginaba yo que la joven tendría algún problema. Habría sentido confianza conmigo, y lo querría solucionar por correspondencia.

Lo cierto es que me impresionó muy favorablemente. Varios días pensé en ella con intensidad. No olvidé el detalle de que me quería escribir.

A muchas personas he acompañado en su último viaje. Nunca me acostumbré a los entierros y funerales. Siempre tenía que esforzarme para no derramar lágrimas. Esperamos la otra vida, mas cuesta tanto dolor la separación...

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.


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José María Lorenzo Amelibia


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