Para obispos y todos los demás. LXVI EL OPUS ME ACECHA pero sin acosarme del todo

La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

LXVI

EL OPUS ME ACECHA pero sin acosarme del todo

ME SENTI POR AQUEL TIEMPO santamente perseguido. Un sacerdote joven llegó a casa para dialogar. No recuerdo ahora su nombre. Parecía simpático. En el curso de la conversación me dijo que pertenecía al "Opus Dei". No pretendía que me afiliara a este instituto secular. Quise evitar desde el principio toda ambigüedad:

opus

Sí, el Opus

- Si lo que pretendes es que tarde o temprano pertenezca al Opus, creo que tus visitas van a resultar inútiles. Tú verás si quieres perder el tiempo. - Por favor, no se trata de esto. Lo único que me interesa es dialogar contigo amigablemente. - Eso me parece extraordinario. Precisamente escribí, no hace muchos meses, un artículo en la revista "Incunable" sobre la dirección espiritual del clero; que hubiera sacerdotes que visitaran a sus compañeros en plan de amistad, y les ayudaran en todo tipo de problemas. Si el Opus tiene estas miras me parece perfecto con tal de que respetéis las situaciones. - Por supuesto que no voy a imponer nada. Si tú quieres, volveré; si no lo deseas, no. - Por mi parte no hay inconveniente. Para mí supone una alegría poder conversar con un compañero. Nos encontramos demasiado aislados. Unas veces él, otras un colega suyo, acudían a mi casa en visita pastoral. En ocasiones comíamos juntos, o salíamos a darnos un chapuzón hasta el pantano.

Por curiosidad pregunto: - ¿Qué se precisa para pertenecer al Opus Dei? - Simplemente comprometerse a una dirección espiritual semanal. Nosotros no exigimos que los de la Obra se vean obligados a marchar para conseguir este servicio. Disponemos de suficientes sacerdotes para atender a todos los miembros en su domicilio. Te puedo decir que incluso si fuese necesario un desplazamiento en avión, un director espiritual puede usar de este medio. - ¿No te parece mucho gasto? ¿No sería más sencillo en estas circunstancias una carta? - Pensamos que es muy importante el diálogo personal. El dinero no cuenta. Muchos meses recibí a estos amigos artificiales. No descubría a ellos mis problemas. Seguían, sin embargo, con tesón, su cometido apostólico. Otros compañeros y amigos llegaban por mi parroquia en visitas más naturales y agradables.

Joaquín Barbarin predicó un triduo para el cumplimiento pascual. Por las noches no podía platicar mucho tiempo con él como con otros amigos. Hombre metódico, tenía que acostarse pronto; después madrugaba mucho. En la Ciudad los días de retiro mensual charlábamos en la intimidad amistosa. Estudiaba él entonces Derecho Jurídico, aprovechando muchos ratos libres que en el pueblo le quedaban.

El hermano Manuel, aquel santo varón que en su juventud llevó vida disipada. Desde que rehizo su conducta en el convento, no era el mismo. Obraba sólo para Dios; en El existía. Le llegó la enfermedad; muy grave por cierto. Ya no marchaba con su furgoneta a los recados del convento; ya no rezaba el rosario con sus acompañantes. Sus dos compañeros no querían hablarle del paso a la otra vida; me encomendaron esta misión. No lo aceptó en el acto. Expresó su descontento con un rictus especial. ¡Qué misterios encierra la suprema entrega! ¿Por qué el labriego sencillo lo aceptaba como algo natural? ¿Por qué el frailecico santo se resistía?

Pasó casi un mes desde mi retiro en Lizaso. Me intrigaba la carta de aquella joven profesora tan abierta y simpática. Pensaba yo: probablemente no escribirá. Se habrán resuelto por sí solo su problema. Hacia el 22 de febrero recibo una carta con su remite. Mi sorpresa fue grande. No planteaba ningún caso, ¡curioso! el mensaje que envía se reducía a reconocer y encomiar mi labor con las niñas y con todas las personas. La alabanza siempre estimula. Unica vez en mi vida que alguien desinteresadamente se preocupaba por mí.

Decía entre otras cosas la carta: "... Creo que es un deber de justicia y delicadeza, y es más que nada lo que me ha impulsado a escribirle. Me explicaré: he encontrado tantos sacerdotes encasillados en el papel de "jueces altivos e inasequibles" o en el opuesto, de aquellos con quienes nunca se puede hablar en serio, porque todo lo solucionan con chistes, que encontrar uno que sea auténtico sacerdote - amigo, sabiendo compaginar la dignidad y el respeto con los demás, cosa que todos necesitamos, con la afabilidad y llaneza que provocan la confianza y la apertura, me parece algo maravilloso. Ya sé que el bien tiene en sí mismo y en Dios su recompensa... pero también pienso que el ser humano es sensible a una solidaridad y gratitud, y siente crecer sus energías para repartir el bien...

Hay veces en que el mayor problema es no tenerlo... " Este era el único problema personal que se exponía en la carta.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

José María Lorenzo Amelibia


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