El Libro “Queremos ver a Jesús”

Enfermos y Debilidad

El Libro “Queremos ver a Jesús”

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      Todavía conservo dentro de mi memoria visual la imagen de un libro de la escuela de mis diez años. Era de color amarillo, azul y algo también rojo. En su portada estaba el Maestro Divino con un corro de niños, y su título era éste: “Queremos ver a Jesús”. Seguro que los chavales de aquella época todavía lo recordarán. Ojalá lean estas líneas y rememoren.  Yo muchas veces a lo largo de mi existencia he recordado este libro y estas palabras, pero aún más ahora; cuando mi vida declina. ¡Es hermoso que el Señor te permita acariciar la ancianidad!    

            Para nosotros que deseamos amar siempre a Dios y estar siempre con Él, la muerte tiene que ser amable y no temible, porque queremos ver a Jesús. Sin ella, ¿cómo nos vamos a unir por siempre con el Señor? Amar a Dios y estar con Él es el mayor bien; no podemos imaginar nada mejor: ni placeres, ni riquezas, ni cargos de relumbrón. Nada por encima de estar unidos a Dios.

            Siempre con Dios… ¡qué bien! Sin temor a perderlo, una vez que estemos en la eternidad… Por eso la muerte es una alegría tan limpia y pura. Además, nada puede ofrecer el hombre a Dios que sea mejor que la propia vida. De Él venimos; a Él volvemos.

La muerte aceptada u ofrecida al Autor de la vida, es el homenaje mejor en honor de nuestro Creador. Nuestro corazón se inclina del todo al Amado.

             Cuando nuestra convicción a todo esto que escribo es total, podemos decir con emoción, y con verdad con San Pablo: “Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí”. El amante se da gustoso al amado. Y sabe que el Amado le colmará del todo en la eternidad. Esta esperanza cierta nos hace felices del todo. ¡Qué bien lo entendía nuestra Teresa de Jesús cuando decía: “¿Qué hace, Señor mío, el que no se deshace por Vos?” Busca Teresa la gloria de Dios, y ofrecerle su vida es para ella una manera eminente de darle gloria.

              El mismo Jesucristo ya decía que nada hay tan grande. Por eso, cuando nos llegue, sin dudarlo: con total generosidad entregamos gozosos nuestra vida al Padre. Es la manera de darnos para siempre al Amado. Yo no puedo vivir ni un segundo más de lo que Dios haya dispuesto; ni un segundo. Por eso acepto ahora el final que Dios ha dispuesto para mi vida. Y me doy con gozo al Señor porque quiero ver a Jesús.

José María Lorenzo Amelibia

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