Limpieza para la salud

 La higiene más elemental comienza por la limpieza. Sabemos mucho de ello, sobre todo de la exterior. Por fortuna se acabaron los tiempos de sordidez, negligencia y falta de cuidado de nuestro cuerpo. Pero no ocurre lo mismo con relación a la limpieza interior, la del alma, la del espíritu. Eso cada vez se descuida más.

Limpieza

En las casas, varias veces al año suele practicarse la limpieza general: hasta los últimos rincones. Parece una necesidad para las amas de casa. Eso mismo necesitamos de vez en cuando en nuestro interior; dedicar unos días cada año a examinarnos, a cargar pilas, a proyectar para desarraigar defectos a veces capitales de nuestra vida. Unas veces lo practicamos en la intimidad de nuestra propia existencia; con frecuencia en grupo comunitario de amigos o hermanos en la fe. Lo importante es profundizar en nuestro interior: existen recovecos donde nunca alumbra el sol.

Limpieza, sí, purificación. No avanzamos en nuestra vida interior porque nos atan mil telarañas de oro a la comodidad y al placer. Estamos embotados por rutinas de comodidad, pereza y adherencias inútiles. Han transcurrido tal vez horas interminables de aficiones vacuas; la distracción ha ocupado la mayor parte de nuestro tiempo libre. Y ha llegado el momento de salir del bache, de remontar a las alturas, porque la luz primitiva de los días felices de nuestra conversión ha quedado ya lejana.

“Es hora de levantarnos del sueño, de arrojar las obras de las tinieblas, porque nosotros somos hijos de la luz”. Pensar: ¿qué malos hábitos puedo comenzar a eliminar? Ha llegado el momento de extirpar las costumbres nocivas, de eliminar el hombre viejo y “revestirnos del hombre nuevo creado según Dios en justicia y santidad verdaderas”.

El tiempo de Adviento está a la vuelta de la esquina; es época de limpieza; vamos a hacer un proyecto para esos días y preparar nuestra morada interior para el que ha de venir.

•     José María Lorenzo Amelibia                                    
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