Leía en la vida de San Ignacio: en su edad madura se le sorprendía con frecuencia llorando. No por depresión, sino por ese don místico, llamado "de lágrimas". Algunos llegaron a creer en su tristeza. Nada más lejos de ello. Siempre se encontraba en paz. Llegó a decir: "si la Compañía desapareciera, me bastaría un cuarto de hora de oración para encontrar de nuevo la paz interior."
¿No te ocurre a ti muchas veces como ganas de llorar? Yo nunca lloro, pero sí me entran muchas veces las ganas: ¡quién pudiera llorar entonces! Y no es tristeza, no es esa tristeza mala y estéril. Es precisamente cuando más siento el amor de Dios: cuando recuerdo mi ingratitud pasada, cuando veo mi impotencia presente para poder hacer algo para mejorar el mundo, cuando veo tantos millones de personas alejadas de Dios, sin fe. ¿Cómo no te van a venir entonces ganas de llorar?
Ver el contraste entre lo poco que hago y lo mucho que queda por hacer. ¿No será a veces la oración como un refugio para justificarme? Sin embargo pienso que también adolece el cuerpo Místico de Cristo de personas orantes. Por otra parte quienes están situados en palestras muy importantes de lanzamiento apostólico: Papa, obispos, sacerdotes, necesitan del apoyo de quienes disponemos de más tiempo que ellos. Por eso, seguiré practicando la oración en vez de quedarme en un semi llanto estéril.
Ver página web http://personales.jet.es/mistica