Magdalena Aulina y la jerarquía eclesial

 Crítica Constructiva

Magdalena Aulina y la jerarquía eclesial

Una crítica sana a directivos, jerarquía, superiores ha de ser con caridad, positiva y serena. Nos fijaremos en distintos casos que pueden hacernos pensar. Hoy en el de Magdalena Aulina y Saurina. 1897-1956. Fundadora de las Operarias Parroquiales.


Magdalena Aulina llevaba ya veinticinco años trabajando en Bañolas, su pueblo natal, junto con un grupo de jóvenes, en actividades apostólicas parroquiales, cuando surgieron los conflictos. Su obra, muy modesta en sus orígenes, iba cargada de gran fuerza y vitalidad. Como las obras de los santos.
Tuvo Magdalena fervorosos seguidores, muchos admiradores, y muchos curiosos que estaban a la expectativa.
Hay que contar igualmente con un grupo de envidiosos que nunca suelen faltar en semejantes ocasiones. Lo indiscutible es que aquella mujer de Bañolas, todavía joven, había roto moldes, abierto caminos nuevos.

Llegó el momento en que las autoridades eclesiásticas consideraron su deber de actuar: a las oficinas de la curia episcopal habían ido llegando denuncias en torno a la seudosantidad de ciertas personas, entre las que se encontraba Magdalena Aulina. Eran habladurías sin concretar, pero que inquietaban a muchos.

Entre 1933 y 34, Magdalena se vio envuelta en un desagradable proceso, instruido por el obispo de Vich, en calidad de administrador apostólico de la diócesis de Gerona, entonces sede vacante. Magdalena lo asumió con toda seriedad; no puso la menor resistencia a la intervención eclesiástica.

El dictamen de los peritos consultados por el obispo se pronunció por la necesidad de aprobación diocesana previa para la obra de Bañolas. Magdalena contestó por escrito, jurídicamente asesorada, haciendo resaltar el carácter laical de la obra.

En 1939 un decreto del obispado de Gerona, resumía las acusaciones contra Magdalena, que habían dado lugar al proceso anterior. Además, quedaba patente el aspecto de falta de aprobación canónica para la obra de Bañolas, Magdalena seguía siendo acusada de desobediencia al prelado en materia grave, y propagar revelaciones y manifestaciones sobrenaturales no aceptadas por la Iglesia. Fue interrogada y contestó. Sin embargo, el prelado diocesano no quedaba satisfecho. Para dar por resuelto el conflicto se pidió a Magdalena que firmara una confesión de fe y una abjuración de errores.

Firmó la confesión de fe. Pero mal podía firmar la retractación de unos errores que no había cometido. No era cuestión de humildad, sino de exponer la verdad sin paliativos. El obispo exigía la firma a ultranza. Y Magdalena no podía
firmar sin faltar a la verdad. Se arriesgó a todo y no firmó la declaración. La causa quedó vista para sentencia.

El 3 de agosto de 1939, el obispo de Gerona, con todo el peso de su autoridad, dictaba sentencia prohibiendo la obra apostólica de Magdalena Aulina. Al mismo tiempo privaba de sacramentos tanto a la que consideraba fundadora como a todos sus seguidores, si no acataban la autoridad del obispo de la diócesis. Se creó una situación de molesta perplejidad en muchos simpatizantes de buena fe. Y solamente el grupo de adictos, conocedores y seguros de la inocencia y buena voluntad de Magdalena, se mantuvieron unidos a ella, pero con las penas canónicas encima.

Magdalena, arropada por la comprensión y fidelidad de las operarias y amigos fieles, abandonada por otros, objeto de burlas por ciertos sectores, incomprendida por la mayoría que pasaba de largo ante su tragedia, no tenía más recursos que esperar en Dios y en los pocos que hacían lo que podían.

Caso insólito: Una mujer joven, cuya ejemplaridad no podía ponerse en tela de juicio, es considerada desobediente y rechazada por el obispo, el cual le impone graves penas canónicas. Don Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, de indiscutible autoridad moral, asumió el delicado e ingrato papel de mediador.

El 23 de diciembre de 1941 tuvo lugar en el palacio episcopal de Gerona el histórico encuentro entre el obispo de la diócesis y Magdalena, en presencia de cualificados testigos por ambas partes. El prelado presentó a Magdalena unos puntos complementarios, no previstos en la entrevista, para que los suscribiera. A través de ellos se veía constreñida a aceptar aspectos que no respondían a la realidad.

Se vio metida en un callejón sin salida. El obispo exigía la firma. Don Marcelino Olaechea aconsejó que firmara para que viera el prelado que había en ella buena voluntad. Magdalena se hallaba sometida a una verdadera tortura moral y sicológica. Al fin firmó. Fue un acto de obediencia ciega en búsqueda de la paz.
Más tarde se consiguió la aprobación diocesana de la obra y se extiende con brío por Navarra. Es elevada a Pía Unión en Navarra. En 1962 es erigida en Instituto Secular. Ahora tiene 10 centros en España, 5 en Italia, 4 en Francia; 3 en Puerto Rico y uno en Guinea.

No sé cómo va la causa de beatificación de esta mujer que tanta labor hizo en el Reino de Dios. Pero cualquier día podemos verla en los Altares.

Consecuencia: que los obispos son hombres falibles como todo el mundo. Que a veces se dejan llevar por estereotipos, amor propio, complejo de autoridad y poca humildad. Y es necesario que estos hechos sirvan de reflexión a los prelados de hoy para no caer en los mismos baches que otros compañeros suyos. Y lo mismo podemos pensar con relación a los dicasterios vaticanos. El aforismo que se suele decir: “Roma locuta, causa finita” (Ha hablado Roma, terminó la causa), no quiere decir que hayan acertado. El tiempo puede dar la razón a la otra parte. No vamos aconsejando la rebeldía, pero sí la constancia en seguir una causa justa.

Con frecuencia santos de primera magnitud han sufrido injusticias de superiores. Por eso conviene que no caigamos en la tentación de pensar que siempre el superior tiene razón. Y quien ostenta el poder ha de ser humilde, pensar que se puede equivocar, escuchar y no prejuzgar a nadie por sus apariencias, con ciertos criterios propios que pueden ser miopes o astigmáticos.

José María Lorenzo Amelibia

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