Nueva enfermedad, los “móviles”

Enfermos y debilidad

Nueva enfermedad, los “móviles”

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Teléfonos móviles

Yo me armo un lío con eso de mandar SMS por el móvil. No es que sea difícil, pero sí enojoso, por el hecho de que en cada tecla hay tres letras a elegir. Me aburro. Envié tres o cuatro al principio y ya me he cansado. Pero no todos son de mi cuerda. Porque – me lo cuentan – en los adolescentes hace furor. A una velocidad casi de vértigo señalan con un dedo esas letras tan incómodas para mí; y al parecer mucho les divierte. Un chico en una sola noche mandaba cuarenta mensajes a distintos compañeros. Deben de encontrarlo muy divertido. Es una nueva generación. Los japoneses la llaman “la tribu del pulgar”.

Para muchas chicas sería una tragedia vivir sin móvil. Sonia tenía tres pequeños aparatos: con el primero lanzaba sus torpedos “esemesianos” a diestro y siniestro; el segundo, el de hablar, estaba agotado de fondos, y había de mantenerlo en descanso durante los días de crisis económica. El tercero también inutilizado por castigo de sus padres, hartos de pagar facturas. El único recurso, darle al dedo, que es más barato y además en algunas horas resulta de balde. Aquellas noches Sonia se lo pasaba fenómeno: hasta las cuatro de la mañana, ¡dale que te pego!

En Corea los de la “tribu del pulgar” se cuentan por centenares de miles. Casi la totalidad de jóvenes de entre catorce a veinte años disfruta de su móvil y le saca hondo rendimiento. Al parecer es la nación donde hay más enganchados a esta droga. Y la media de mensajes enviados por aquella ingente masa de aficionados llega durante algunas temporadas a millar por mes. En España no andamos muy a la zaga en este tormento juvenil. A veces incluso mientras clase. Cuando yo era profesor comenzaba ya la afición y hubimos de decomisar temporalmente algún aparato. Era un remedio bastante eficaz para amortiguar la pasión, pero hoy está prohibido a los profesores “adueñarse” temporalmente del instrumento: ha habido denuncias por parte de los padres por “apropiación indebida”.

Dicen los psicólogos que se trata de una enfermedad nueva, como puede ser la adicción al juego o al tabaco. Y es preciso luchar contra ella. Arrancarles el teléfono en cuestión por la tremenda no ha resultado fructuoso. Los pobres quedan deprimidos, les entra el mono como a los drogadictos. Un remedio cautelar consiste en no entregarles el móvil hasta los catorce años; no es un juguete, sino algo útil. Ofrecerles otros medios de entretenimiento, hacer más caso a los menores por parte de los padres. Si ha llegado ya el trauma de la adicción, acudir a personas especializadas suele ser lo más eficaz. Pero, como en todo, más vale prevenir. Por eso lo avisamos.

José María Lorenzo Amelibia                                        

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